Está haciendo mucho frío; está haciendo mucho calor; se me dañó el carro; se me dañó la bici; no eché la ropa; no estoy de humor; no tengo tiempo; no tengo ganas…
Estoy acostumbrada a escuchar excusas que pretenden justificar por qué no es un buen día para hacer ejercicio.
Para mí todas ellas terminan siendo formas de no decir “me da pereza”; pero ya he aprendido a responderlas para intentar convencer a mis clientes de que vayan a ejercitarse independientemente de esa excusa y quería ver si lograba convencerlos a ustedes de que también lo hagan.
Razones climáticas
Empiezo diciendo que el gimnasio tiene techo, paredes y usualmente abanicos y agua.
En todo caso, si la preocupación es específicamente el frío o la lluvia, un buen suéter, una sombrilla y/o un paño en la entrada de la casa suelen ser herramienta suficiente para resolver ese conflicto atmosférico; y si es el calor, buena hidratación y una ropa fresca serían la solución.
Ahora, si lo que quiere es quedarse en su casa, no hay problema: puede hacer ejercicio ahí. Sentadillas, desplantes, push ups, abdominales, brincar suiza (imaginaria, si no tiene una), hacer jumping jacks… Opciones sobran.
Razones logísticas
No tener carro o bicicleta disponible para transportarse no es una buena excusa porque tiene piernas y hay transporte público. Pero digamos que ninguna de esas alternativas le funciona, siempre está la opción de hacer ejercicio en casa y sus alrededores.
Lo mismo aplica si olvidó la ropa del gimnasio: puede ir por ella y luego ir al gimnasio o ponérsela y ejercitarse ahí mismo en su casa.
También hay quienes dicen que no hacen ejercicio porque no tienen plata. A ellos les digo que muchos gimnasios tienen paquetes grupales y precios especiales para quienes pagan más de una mensualidad. Esa sería una forma de comprometerse a ir para no perder la inversión hecha. Además, algunos parques tienen gimnasios al aire libre que son de uso gratuito y hay empresas que organizan clases grupales abiertas al público en general para que se ejercite sin pagar un cinco. Y todavía hay un lugar más donde también puede ejercitarse sin pagar: su casa.
“No tengo tiempo”. Esa es más difícil de refutar. Hacer ejercicio es una actividad que compite con muchas otras de la vida cotidiana y que son prioritarias, como el trabajo o la familia. A veces hay que hacer sacrificios (levantarse más temprano, tomar media hora de almuerzo y no una entera, dejar de ver un programa de televisión…) pero si aún así no le alcanza el tiempo para ejercitarse, mi consejo es que le inyecte actividad física a las actividades cotidianas a las que sí les dedicará tiempo.
Razones de compañía
Efectivamente, ejercitarse en compañía de alguien no es solo agradable, sino que puede ayudarlo a mejorar su desempeño.
Pero si aún no ha encontrado a su media naranja deportiva, puede asistir a clases de ejercicio grupales y tener esa compañía durante la sesión. También puede empezar a hacer amistad con quienes van a ejercitarse en el mismo horario que usted, pues así coincidirán con frecuencia.
Pero si ninguna de esas alternativas le funciona, puede buscar algún programa de radio que calce con su horario o descargar algún podcast hecho por alguien a quien disfrute escuchar. Eso le permitirá sentir la compañía de otra persona mientras se ejercita.
El caso totalmente opuesto es el de quienes no les gusta que haya nadie más en el gimnasio, sea porque no quieren que los vean ejercitarse o porque no desean tener que compartir el equipo que requieren. Para resolver esa situación le ofrezco dos alternativas: o va en los horarios en que van menos personas o hace ejercicio en su casa.
Razones anímicas
El enojo por sí mismo es energizante porque es una respuesta natural y adaptativa del cuerpo para reaccionar cuando percibe peligro. Así que esa emoción podría verse incluso como compatible con el ejercicio. Además, la actividad física sirve como profiláctico para evitarlo.
Si lo que siente más bien es tristeza, es mucho menos probable que quiera ponerse en movimiento pero debería hacerlo y ojalá de forma bien explosiva. Esto hará que el cuerpo libere endorfinas, que son unos químicos que llevan una sensación de bienestar a todo el organismo.
Puede suceder también que se sienta tan estresado por todo lo que tiene que hacer que decida saltarse la sesión de ejercicio para dedicar ese rato a sus pendientes. No lo haga. Realizar 20 minutos de ejercicio de intensidad moderada o alta potencia las habilidades cognitivas por lo menos durante una hora después de haberse ejercitado. Además, en ese lapso también se reduce la actividad eléctrica en los músculos tensos lo que produce relajación y calma.
La frustración es otra razón que me han dado para abandonar el ejercicio. “Nunca veo resultados”. ¿Se está entrenando en la frecuencia cardiaca óptima? ¿Están bien ajustadas la cantidad de series, repeticiones y peso levantado para los objetivos deseados? ¿Está haciendo los ejercicios con la técnica correcta? ¿Está comiendo lo suficiente (ni más ni menos) para la actividad física que está haciendo? Usualmente, algunos “no” a esas preguntas explican por qué no se ven los resultados.
Otras veces lo que pasa es que tenemos la meta tan fija en “perder” que no cuantificamos todo lo que vamos ganando mientras llegamos a ella: más aire, más flexibilidad, más fuerza, más salud… Todos ellos son resultados de ejercitarse y no porque no se puedan pesar en la balanza no cuentan.
Finalmente, me queda la excusa más difícil: “no me gusta”. Hay quienes no les gusta porque se aburren (y se aburren porque no cambian su programa con la regularidad adecuada) y también están quienes no les gusta porque están tratando de realizar una actividad física que no se ajusta a su personalidad deportiva.
Hay que encontrar alguna que sí calce con sus preferencias y que la disfrute para que pueda premiar la disciplina. De esta forma, hacer ejercicio no será algo que tiene que hacer, sino algo que desea hacer, no solo porque lo disfruta, sino por todos los beneficios asociados a ello.
Quien quiera lograr algo buscará un medio; quien no, una excusa. ¡Hay que moverse!