Aunque Natalia Di Pippa Estrada creció en Costa Rica, sus raíces italianas ─por parte de su padre─ tuvieron un impacto importante en su vida y la llevaron a convertirse en una emprendedora gastronómica.
Sus abuelos emigraron desde el pueblo de Castellaneta, en Italia, y se instalaron en la zona de San Vito de Coto Brus, por lo que era muy común que ella visitara en sus vacaciones a sus abuelos: nonno Paolo y nonna Elena.
LEA MÁS: El tico que pasó de soldado en La Legión Extranjera a emprendedor de negocios gastronómicos
“Mi papá tenía cuatro años cuando vino a Costa Rica y ellos se establecieron en ese lugar, que era como una jungla”, recuerda Natalia.
Doña Elena siempre le preparaba platillos riquísimos. No usaba demasiados ingredientes, pero eran de calidad.
La pasión por la gastronomía que hoy tiene Natalia se originó justamente de ella. Los platos que elaboraba “llenaban el alma”. “Comfort food (comida casera), le dicen ahora”.
Galletas, biscotti, cantucci, pasta ricotta eran tan solo algunos de los alimentos que degustaba Natalia.
“Era la clásica nonna a la que uno le decía: quiero galletas. Y ella decía: hoy hacemos galletas. Y todos los primos haciendo galletas y (mientras tanto) ella nos hablaba de su pueblo”.
LEA MÁS: El fotógrafo que encontró su pasión al crear un emprendimiento que elabora mantequilla de maní
Don Paolo era productor de café, quien agarraba la tierra y era tanto su amor por esta que lloraba mientras lo hacía.
“Nos decía que la gente aquí en Costa Rica ya no se quería ensuciar las manos, que ya no querían ser agricultores. Fue así que logró llevar adelante a mi tía y a mi papá. Ellos pudieron estudiar en San José, gracias al café y al ganado”.
Natalia viajó varias veces a Italia y a los 18 años se fue a Castellaneta ─situado en la provincia de Taranto─ a visitar a sus familiares.
Allí conoció a Nicola Cavallo, un jugador profesional de baloncesto, quien también trabajaba en una empresa de metalurgia.
Se enamoraron y ella iba cada seis meses a Italia a visitarlo o él venía a Costa Rica.
“Cuando él les dijo a los papás que se iba para Costa Rica, decían: ¡no lo puedo creer! ¿Qué va a hacer? ¿Va a dejar su trabajo? Pero, bueno, el amor logra hacer muchas cosas”, cuenta Natalia.
En el 2004 se casaron y hoy Nicola, quien es comerciante, la apoya en sus emprendimientos.
El paso de emprender
La hoy empresaria estudió derecho y trabajó varios años como directora ejecutiva de la Cámara de Comercio Ítalo-Costarricense.
Alrededor de cinco años atrás tomó la decisión de poner en acción todos esos conocimientos culinarios que había aprendido de su abuela y que también había estudiado por su cuenta.
Montó un negocio en Granadilla norte, en Curridabat, en el cual ofrecía antipastos, pan, pastas y otros productos italianos elaborados por ella misma.
Las personas degustaban los alimentos en una tostadita de pan y se los llevaban para su casa.
Al tiempo, los clientes empezaron a decirle: “no queremos una pruebita, queremos el plato, queremos comer aquí”.
De esta forma, Natalia inició con seis mesas y convirtió el pequeño espacio en un restaurante que fue creciendo y permanece hasta hoy. Se llama Italia en Casa.
Posteriormente, le pidieron que diera clases de cocina y así reunió a un grupo de personas a quienes les comparte sus secretos de la cocina italiana.
Ofrece la alternativa de ser “chef en casa” y visita los hogares y empresas para cocinar allí. Además, otorga el servicio de catering service.
Después de cumplir años de tener su restaurante, Natalia pensó que era un buen momento para ampliar su mercado.
Al principio, consideró adquirir un food truck para utilizarlo en las actividades que se realizaban en las casas de sus clientes.
Pero lo sintió un poco “trillado”, pues ya había muchos food trucks.
LEA MÁS: De niña jugaba a ser cantante y hoy ofrece servicios de canto para eventos
Se presentó otra oportunidad: abrir un quiosco en el que se cocinaran platillos italianos, que la preparación fuera un poco más rápida y que las personas pudiesen ver ahí mismo cómo se confeccionan. Además, el sitio era más pequeño.
Como parte de su proyecto de clase en Leads Mujer, un programa del Incae y Mastercard en el que participó, la emprendedora montó un plan de negocio.
Así fue que nació La Dispensa, que se ubica desde hace aproximadamente cinco meses en Plaza del Sol, Curridabat.
Su meta en ambos locales es que las personas conozcan más de la gastronomía italiana (más allá de la pizza y la pasta) y que, al probar los alimentos y bebidas, se sientan como si estuvieran en la nación europea.
El plan de la empresaria es seguir expandiéndose y su expectativa es abrir un local al año en diferentes partes del país.
“Ya nos lo están pidiendo. En Escazú, en Plaza Mayor, en Oxígeno. Estamos viendo... Estamos en una crisis (económica) en el país, entonces esa era nuestra mentalidad (abrir un local cada año). Vamos a ver qué pasa este año y, si no, mantenernos con estos dos”, dice.
Uno de los elementos que Natalia atribuye al éxito que han experimentado sus negocios hasta ahora es que ella siempre está presente y pendiente ─en uno u otro restaurante─ para asegurarse de que todo marche según sus estándares de calidad.
Aunque delega algunas cosas y se toma sus vacaciones cuando es necesario, procura no descuidar lo que ha logrado construir en estos años, pues le ha costado mucho, manifiesta.