En la tradición cristiana los pecados capitales son: lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y soberbia. Esta singular lista puede ser útil para describir a su vez los pecados más comunes en la protección de la propiedad intelectual, algo crucial en toda innovación.
Innovar significa agregar valor haciendo algo realmente nuevo y es en la novedad donde la propiedad intelectual tiene su génesis.
La propiedad intelectual es aquella que sea merecedora de protección en virtud de su novedad, evaluada ésta a nivel global. Lo anterior significa que la propiedad intelectual se concede siempre y cuando se demuestre novedosa. Es aquí cuando pecamos de soberbia, al considerar que todo lo que se nos ha ocurrido es novedoso; lo que nos lleva a cometer el segundo pecado, la avaricia, al protegerlo todo a ultranza, para perder la valiosa oportunidad de cocrear con otros.
Quien emprende debe esclarecer qué de lo que tiene es realmente novedoso, de forma que no exagere en su celo sobre la propiedad intelectual, pero al mismo tiempo, para que pueda tomar acción inmediata sobre su protección. De no hacerlo cometerá el pecado de la pereza, pues debe guardar como secreto todo lo que tenga una posibilidad real de protección, en vista de que la gran mayoría de las formas de protección exigen que lo que tenga capacidad de ser protegido no haya sido divulgado.
Lo anterior implica tratar de segmentar la información y firmar acuerdos de confidencialidad con todas las personas que deban o puedan tener acceso a la información protegida o con potencial de ser protegida. De lo contrario, se eleva la posibilidad de que el pecado de la envidia provoque que personas cercanas al proyecto tengan la tentación de hacer casa aparte y convertirse en su principal competidor; lo que sin duda le llevaría a cometer el quinto pecado, el de la ira, que si bien puede ser justificable, sería consecuencia de su descuido en proteger a lo interno, lo que se exageró a lo externo.
Una vez protegido lo que realmente se puede proteger, debemos evitar caer en los últimos dos pecados. Dueños de algo valioso, fácilmente podemos caer en la gula, tratando de comernos más de lo que podemos tragar. Al respecto, es fundamental buscar sociedades confiables que nos permitan comernos el mundo, pero alimentando de forma equilibrada a todos los que lo hagan posible y evitando traicionar la confianza generada; para no caer en la peligrosa lujuria, que sin duda alejaría a los aliados que nos apoyaron a hacerlo en grande.