Los ángeles modernos usan sus poderes para acelerar el éxito de los emprendimientos.
Ya no visten mantas sino saco y corbata, según manda el estereotipo. Son empresarios consolidados que, en Costa Rica, han invertido $3,8 millones en unos 12 proyectos relacionados con ciencia y tecnología.
Se organizan en grupos que dirigen sus inversiones (de un 5% a un 10% de su capital líquido) hacia buen puerto, es decir, hacia un proyecto con potencial para convertirse en un negocio exitoso.
El club de inversores Ícaro y Carao Ventures son, por ahora, los únicos dos grupos de este tipo que operan en el país y reúnen a más de 35 ángeles capitalistas.
Los proyectos que llegan hasta los inversionistas son parte de un ecosistema de emprendimiento que comprende a las incubadoras de negocios de las universidades, organizaciones no gubernamentales y Gobierno, así como a las aceleradoras de empresas y organizaciones.
Incubadoras como Auge, de la Universidad de Costa Rica, o concursos como “Yo emprendedor” son filtros que los clubes y redes de ángeles utilizan para dirigir sus esfuerzos.
“Los proyectos son seleccionados o filtrados para saber si tienen el perfil, se les prepara para validar el modelo de negocio, para hacer una valoración de la empresa y de los estados financieros y después se presenta a la red de ángeles inversionistas”, comentó Vivian Arias, coordinadora de proyectos de Yo Emprendedor.
Tanto Ícaro como Carao Ventures reciben proyectos de los semilleros, pero algunos emprendedores también los buscan por su cuenta, sin haber pasado por todo ese proceso.
Ambas sociedades se dedican al mismo fin, pero son distintas en su forma de operar.
Ícaro hizo sus primeras inversiones a finales del 2013 y se constituyó como sociedad desde el 2011, cuando comenzó a brindar capacitación a sus socios.
Su edificio, en Rohrmoser, alberga varios de los cinco proyectos. En cada uno han invertido hasta $800.000, con un total de inversión de $1,8 millones. Todos están enfocados en gestión de tecnología de punta.
Carao es también un híbrido entre aceleradora y red de inversión que ha dedicado al menos $2 millones a siete proyectos.
La historia de los ángeles
El término “ángel” fue utilizado primero en Broadway para denominar a quienes patrocinaban obras teatrales. El investigador de la Universidad de New Hampshire William Wetzel comenzó a nombrar así a los inversores de emprendimientos tecnológicos en 1979.
En Costa Rica, el modelo comenzó a desarrollarse en el 2006 con Link, red de ángeles financiada y apoyada por el Banco Interamericano de Desarrollo, con unos 35 inversionistas.
El trabajo de los ángeles consiste no solo en darle dinero a los profesionales que están detrás de los emprendimientos, sino también en darles acompañamiento. Al menos así debería funcionar.
“El inversionista no solo da la plata sino que también está dispuesto a acompañar al emprendedor, darle consejo, ponerlo en contacto con personas que le puedan ayudar”, cuenta Arias.
El capital ángel es una de las alternativas más viables del mundo para que los emprendimientos de profesionales en tecnología se concreten.
La red de ángeles más extensa del mundo, Angel Capital Association (ACA), invirtió cerca de $2,8 billones en 71.000 proyectos en el 2013, según datos de la misma asociación.
Grandes compañías como Google, Yahoo, Facebook y Amazon han recibido apoyo de capitalistas ángeles en Estados Unidos, pero muchos de ellos también invierten en proyectos con poco desarrollo, en su etapa inicial y con un nivel de riesgo elevado.
Alto riesgo
¿Por qué alguien con dinero arriesga su capital de esa forma? Algunos lo hacen por filantropía, pero la mayoría porque el riesgo es parte del juego.
“Existe la posibilidad de tener un alto retorno, que es lo que al final quiere el inversionista ángel: poner varias apuestas y que una de esas se multiplique inmensamente”, dice Adrián García, de Carao Ventures.
Entre otras cosas, también lo hacen porque el dinero a invertir no representa más del 5% de su capital.
“Y eso lo recuperan con los intereses de la deuda interna costarricense”, explica José Luis Fernández, director de Ícaro.
Inversiones tempranas.
José Luis Fernández impulsa la innovación tecnológica desde que la biotecnología era un término extraño y ni siquiera se impartía como carrera, en 1992.
Veintitrés años después, el ingeniero industrial dirige Ícaro.
Para él, hay dos clases de emprendedores: los que solo saben por dónde entrar y los que, desde la entrada, ya saben cómo salir.
Saber cómo salir implica tener clara la viabilidad del negocio y hasta los posibles clientes desde el desarrollo del proyecto.
Esos últimos son los más proclives a atraer inversionistas. Sin embargo, dice, en el país el ecosistema emprendedor no está tan maduro como para lograr que todos los profesionales busquen inversión con la tarea lista.
“¿Quién te va a comprar el producto?, ¿quiénes van a ser tus clientes? Esas son preguntas fundamentales para las que muy pocos emprendedores en el país saben la respuesta”, comenta Fernández.
“Les estamos permitiendo que se enfrasquen en ideas maravillosas pero no tienen ninguna validación del mercado”, agrega el ingeniero.
El compromiso con el proyecto, la innovación y el potencial de crecimiento son también características esenciales para que un emprendedor busque inversiones ángeles.