Cali Roberts y su esposo David Gómez comparten el amor por la cocina y eso los llevó a convertir ya casados aquella aspiración de novios de tener su propio negocio gastronómico en una realidad.
Aunque el proceso para alcanzar esa meta tardó un tiempo, principalmente por la falta de dinero, iniciaron su emprendimiento años después con pocos recursos.
Gómez es chef y Roberts es una amante de la repostería y del buen comer. Su abuelita también fue chef y su mamá cocina muy rico.
Recién casados, allá por el 2006, se fueron a vivir a Panamá, siempre con esa visión en el horizonte. "Nunca con suficiente plata", reiteraron.
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Propuesta práctica
Más o menos cinco años y medio después regresaron a Costa Rica y se instalaron en un apartamento en Zapote que tenía una cocina muy amplia.
Cali pensaba que sería bonito dar clases de cocina o aprovechar de alguna forma esa ventaja que tenían.
En la parte de abajo de donde vivían, había un local de 30 metros cuadrados vacío desde que se mudaron. Luego de ocho meses de habitar el apartamento, el espacio continuaba desocupado y Cali fijó sus ojos sobre el lugar.
Ella se paraba a lavar platos, veía a la gente pasar y pensaba, sin abandonar aquella idea de tener su cafetería: 'ese me compraría un sandwich', 'aquel me compraría un pedazo de queque'...
Cali le dijo a su esposo que aunque fuera con una mesa plástica y con algunos muebles podrían empezar a vender pan.
Un hecho que los motivó a concretar su meta fue que a Cali la despidieron del call center en el que trabajaba, por lo que decidieron consultar y hacer una propuesta muy práctica a la administradora del local.
Cali le dijo: "Yo no tengo ni un cinco, pero queremos poner un negocio de comida, el local tiene ocho meses vacío. Préstenoslo de aquí a diciembre y en enero le empezamos a pagar alquiler a ver si funciona".
La encargada de arrendar el local le confirmó que este tenía más de un año ocioso, por lo que dos semanas atrás había puesto un anuncio en el periódico y tenía dos citas “para mañana”.
Uno de los interesados (un bufete de abogados) quería convertir el local en bodega. Los abogados estaban muy interesados, solo requerían efectuar una junta de socios para aprobar el alquiler.
Cali se desentendió del asunto y pensó que no tenía ninguna posibilidad.
Días después, la administradora la llamó y le dijo que el dueño del edificio estaba de acuerdo en que utilizara el local en noviembre y en diciembre y que solo debía pagar los servicios públicos.
Al final canceló ─cada uno de esos dos meses─ solo ¢20.000. A partir de enero, le cobrarían formalmente el alquiler.
Cali y David se movilizaroncomo nunca para sacar los permisos requeridos y para acondicionar el local.
No fue necesaria la mesa plástica en la que Cali pensó inicialmente, pues todos en su familia aportaron de alguna forma para convertir el sitio en un espacio acogedor.
Así, el negocio empezó como una panadería en la que la gente compraba para llevar. Los sábados vendían desayunos y los consumidores comían de pie.
Por fin, había nacido aquella empresa que tanto añoraron, a la que llamaron The Whisk.
Desde la madrugada
David se desempeñaba como el panadero y Cali como la repostera.
Ambos se levantaban a las 2 a.m. a hacer el pan, mandaban a su hija al kínder, y los dos seguían trabajando. Luego de dos meses en esa rutina quedaron como muertos.
Aún así continuaron. El hermano de David se incorporó a la empresa y empezó a ayudar.
Se organizaron mejor en la división de las tareas y la pyme empezó a crecer.
Afortunadamente para los esposos y para el dueño del local, el negocio pegó y en diciembre próximo cumplen cuatro años de tenerlo.
Un año después de haber fundado la panadería, ampliaron el local, pues el área aledaña se desocupó, lo que les permitió extenderse ya que los separaba una pared de gypsum.
Pasaron de 30 a 60 metros cuadrados. Ahora sí hubo posibilidad de tener una cafetería, con sillas y mesas.
Productos artesanales
En cuanto al pan que elaboran, su valor agregado radica en que no utilizan ningún tipo de químico ni preservante, aseguró Cali.
Con él hacen sándwiches y waffles, de diferentes rellenos, según el gusto del cliente.
En la preparación de los queques utilizan proveedores de harina que no empleen tantos aditivos y su proceso de producción es artesanal: elaboran lotes pequeños para que los productos estén más frescos.
Se ofrecen queques de chocolate, budín, queque red velvet, pie de coco, tres leches, panes dulces, cupcakes, pan de canela y gran variedad de opciones.
Igualmente, el cliente puede comprar cafés calientes y fríos.
Además, ellos se están asesorando para dar nuevos pasos y explorar si distribuyen su pan y repostería o si abren un nuevo local.
Hoy Cali concibe a su empresa no solo como una fuente de ingresos, sino como la herencia para sus hijas, aunque ellas mismas ya forman parte del negocio, de cierta forma.
Su hija mayor funge como una pequeña publicista, pues es quien le cuenta a todos en la escuela sobre la cafetería de sus papás y así han ganado clientes.
Sin duda, ya saben quién les ayudará a correr la voz cuando definan los planes futuros para su emprendimiento.