Cuando Alejandro Arango Berrocal decidió dedicarse a promover la agricultura orgánica con el desarrollo de huertas en San José, los conocidos le decían que esos cultivos "no servían a gran escala", que mejor terminara la carrera de arquitectura y que estaba loco al crear un huerto comunal en un lote baldío en un barrio abandonado.
Hasta su mamá se cuestionaba cuándo le iban a pagar, pues al inicio su idea no parecía que sería rentable.
“Yo salía a tablas, pagaba apenas las cuentas y tenía que buscar a ver cómo otro proyecto me ayudaba, mientras terminaba mi carrera", recordó Arango, cofundador del emprendimiento social Huertas Donde Sea.
Al inicio la gente no entendía su propósito, pero en lugar de darse por vencido y decir que no había nada que hacer para educar a la gente en este ámbito, él siguió enfrascado en el nuevo mundo que había descubierto.
Después de varios años, su trabajo ha dado frutos: en noviembre fue uno de los cinco jóvenes galardonados con el premio Yo Creo, que reconoció a los fundadores o cofundadores de organizaciones o proyectos que tienen un alto impacto social.
Este reconocimiento fue una prueba formal y una confirmación para muchos de los familiares de los integrantes de su proyecto social de que su idea verdaderamente tiene pies y cabeza, que no es una “chifladura”.
En el emprendimiento también participan el artista Carlos Fernández Rodríguez y el arquitecto Rolf Ruge.
Surgimiento de la idea
Arango siempre ha sido un amante de la naturaleza. Sus padres y sus abuelos le inculcaron a apreciarla, desde contemplar las mariposas hasta los atardeceres.
“Éramos muy sensibles a la naturaleza, veíamos y seguimos viendo en ella como un gran maestro”, afirmó.
La idea de cultivar huertas nació hace siete años cuando Arango era estudiante de arquitectura en la Universidad de Costa Rica y, junto a sus amigos, decidieron que tenían que buscar la forma de ser autosustentables.
Cada uno empezó a sembrar huertas en su casa y se ayudaban mutuamente, hasta que lograron extenderse hacia distintos lugares de San José, pues muchas otras personas se motivaron.
Apio, lechuga, rábanos, kale, camote, yuca, frijoles y plátanos son algunos de los cultivos que sembraban.
Su idea fue creciendo y actualmente se dedican a promover la agricultura urbana en escuelas y comunidades; han trabajado en proyectos municipales y privados; se han presentado en festivales de arte; realizan talleres e incluso promueven el ‘agro fit’, pues destacan que a través de la siembra de cultivos se obtiene un beneficio extra al mejorar la salud ya que el cuerpo se ejercita.
El trabajo con niños es uno de sus enfoques principales. El grupo tiene un proyecto en la escuela Lagos de Lindora, en la que los niños y jóvenes siembran cultivos orgánicos como yuca, que luego cortan, llevan al comedor escolar y se la comen.
El nombre del proyecto Huertas Donde Sea describe bien lo que pretenden alcanzar: que en todo sitio haya una huerta, pues la agricultura puede estar en cualquier lugar, no solo en las zonas rurales, como a veces se piensa.
Hasta en lugares sin espacio para sembrar -como un apartamento pequeño- puede acondicionarse una huerta: en cajas o en recipientes.
Arango recuerda cómo sus abuelitos sembraban en tarros de helado plantas, tenían helechos y contaban con plantas medicinales que servían para aliviar cualquier dolencia, desde juanilama hasta la ruda.
Esta empresa con proyección social incursionó en lo que se conoce como permacultura, luego de ser capacitados en ello.
La permacultura es todo un sistema de diseño que integra la arquitectura, la naturaleza y la agricultura a través de la generación de prácticas sostenibles, que disminuyan la creación de desechos.
Predicar con el ejemplo
El estilo de vida de Alejandro refleja lo que quiere promover. Frente a su casa en el barrio Anonos, en Escazú, hay una huerta orgánica, que ha sido levantada con el aporte de varios interesados y a la que cualquier vecino puede llegar y coger lo que necesita.
“Los guardas se alimentan de ahí, todo el mundo puede picar de ahí, las señoras cuentan –cuando se hacen los encuentros comunales- que se ‘robaron’ unos tomates o que cogieron otras cositas. Es un huerto totalmente abierto”, relató.
Ahí hay yucas, camotes, tomates, todo tipo de hortalizas y hay semillas.
En su vivienda hay sembradas plantas medicinales y los vecinos llegan a pedirle lo que requieren. También practican el reciclaje, utilizan el agua de lluvia para regar la huerta, tienen una lombricompostera y Alejandro privilegia el transporte público, si bien -debido a su trabajo- no puede prescindir totalmente del uso de un vehículo para transportar materiales.
Su pareja, la arquitecta Andrea Sopronyi, está involucrada en el proyecto y tiene una visión ecológica. Ella utiliza cosméticos amigables con el ambiente y está interesada en la aromaterapia. Hasta el parto de su hijo Nicolás –quien hoy tiene 2 años- fue en la casa.
Por supuesto, Nicolás desde ya ayuda a su papá a sembrar frijoles y otros productos. “Tiene sus palas y su pequeño pico, abre semillas, cosecha lechugas, come tomates silvestres, es partícipe de la huerta”, contó el orgulloso padre.
En la parte profesional, cada vez más, a Alejandro le surgen oportunidades para difundir su visión respetuosa con el ambiente. Uno de sus proyectos para el otro año es el diseño de 80 casas en La Guácima de Heredia. El proyecto se llama Cala y tendrá un diseño permacultural: habrá un huerto comunal y un bosque productivo.
Su intención también es capacitar a más niños en las escuelas, pues dice que los menores son la “tierra fértil” en la que el amor hacia la naturaleza puede ser mejor cultivado.
Hoy, el arquitecto está convencido de que su visión no es precisamente una utopía.
"Al principio la gente me decía que por qué nadaba contracorriente", rememora. "Luego me di cuenta que no era nadar contracorriente, era encontrar por dónde, en el río, había esa corriente en la cual yo estaba interesado. Ahora, el río casi que entero está queriendo aprovechar estos nuevos servicios y técnicas sostenibles".