Mónica Mendoza es una emprendedora por naturaleza, pues desde joven –ella confiesa que desde niña– está pensando siempre en qué ponerse a hacer.
En mayo anterior ella regresó con sus dos hijas a Costa Rica desde su tierra natal, Colombia, porque allá se había ido de San José, inició un negocio allá y luego lo vendió porque extrañó todo lo de aquí, a la tierra de adopción, a la que le hizo un sitio en su corazón, donde vive desde hace casi dos décadas y donde están su hermana, sus sobrinas y su cuñado.
Llegó sin muchos recursos en uno de los vuelos humanitarios con pasajeros que estaban atrapados en otros países cuando medio mundio cerró fronteras y aeropuertos. De inmediato, empezó a pensar qué se podía poner a hacer. Ya había tenido una empresa en Costa Rica. Ahora quería algo distinto.
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La idea a la que se aferró la había tenido hace años, era un concepto que ella dice es minimalista y que bien visto tiene un inmenso potencial.
“Como no tenía recursos, pensé en algo pequeño”, dice Mónica. “Quería tener el mercadito más lindo y más pequeño, buscar la simplicidad de la vida”.
Le dio vuelta a la idea mientras realizaba la cuarentena con sus hijas en una casa alquilada mediante el servicio Airbnb, que contaba con un espacio enorme para caminar a su alrededor y donde iba germinando más y más la idea de un negocio sencillo.
Tuvo reuniones virtuales con algunos empresarios interesados, pero estaba más inclinada a que si se asociaba iba a ser con personas muy cercanas, con quienes fuera natural empezar un proyecto que les ilusionara completamente.
Cuando terminó la cuarentena, obligatoria para todas las personas que regresaban al país en estos tiempos de pandemia, se fue a almorzar con sus hijas, su hermana, su cuñado y las sobrinas, y –entre plato que viene y plato que va– hablaron del proyecto y se dieron cuenta que tenían más coincidencia que las familiares y que tenía sentido iniciarlo juntos.
Su hermana y su cuñado tienen otros negocios, pero ninguno se libró de la crisis causada por el COVID-19, por lo que estaban pensando en diversificar sus empresas y, además, quedaron enamorados de la idea de un mercadito a granel.
Entre todos fueron amoldando el proyecto inicial y dándole madurez, como debe ocurrir con toda idea de negocios, y el proyecto adquirió forma cuando encontraron la casa de un amigo en Barrio Escalante, a la par del centro de idiomas de Intensa, y quedaron prendidos de las instalaciones, exactamente porque eran ideales para el concepto que tenían.
“Es aquí, debe ser aquí, y no puede ser en otro sitio”, o algo así fue lo pensaron, lo que se repetían y lo que creyeron porque en julio empezaron a remodelar y a instalarse, sobrepasando el presupuesto que se habían planteado, menos de $50.000 me confiesa Mónica luego que le repregunto y después que ella dice que sabía que lo iba a preguntar.
El mercadito Santatere abrió el 1° de setiembre, adoptando el nombre del antiguo nombre que tenía la zona –ella hizo la tarea de toda persona emprendedora: investigar el mercado potencial y también la historia del lugar– y que uno podría pensar se debe al barrio y a la iglesia que está al otro lado de la amplia avenida que cruza cerca hacia San Pedro: Santa Teresita.
La investigación la hizo a pesar que conoce la zona desde hace más de diez años, cuando en Barrio Escalante había apenas unos ocho restaurantes y antes que los festivales gastronómicos impulsaran el auge comercial de la zona, que llegó a tener –desde 2014 y hasta las vísperas de la pandemia– unos 100 restaurantes, asegura Mónica.
El boom de Escalante y de Los Yoses como zona gastronómica por excelencia se dio de la mano de un cambio radical en el vecindario, con las torres de apartamentos que llegaron a completar la oferta de apartamentos que ya existía, los edificios de empresas de tecnología y de centros de servicios, con un público joven que llenó sus calles de vida y que no tenían para sus compras cotidianas una opción alternativa y sustentable, saludable y amigable con el ambiente.
“Estamos apostando a toda la gente joven que se mueve en la zona cercana, que no tiene auto, que no quiere bolsas plásticas (ni para en los empaques ni para cargar lo que llevan) y que consume únicamente lo que necesita”, dice Mónica.
Ese público puede encontrar en el mercadito Santatere desde frutas y vegetales, orgánicas en su mayoría por ahora y totalmente más adelante, abarrotes a granel (nade empacado) tales como arroz, frijoles, lentejas, garbanzos y maíz, incluso maíz para palomitas y para el que se ofrece una bolsa de tela que hace otro emprendimiento y que es reutilizable.
Se encuentran variedad de bebidas naturales, tés, cafés, cremas para frescos (muy solicitadas por recurrentes nostalgias), semillas, productos para dietas keto, productos libres de gluten, dulces de antaño y galletas de siempre, como las famosas “besitos” o las galletas en miniatura de mantequilla, cajetas, turrones, melcochas, frutas confitadas, huevos de pastoreo, mayonesas, mermeladas, chiles y varios tipos de mantequillas, entre otros, el 90% provisto por otros emprendedores.
Hay productos con marcas, hay empaques artesanales, hay frascos que contienen varios de los productos como en las antiguas pulperías de barrio.
Hay jabón para comprar por kilo, hay plantas comestibles en macetas como culantro y orégano, condimentos en frasquitos, hay arroz tradicional, para sushi, salvaje o para risotto, saborizantes, especias nacionales e importadas de la India, harina de almendras, quesos artesanales de Zarcero, salsas, chileras y sales con condimentos de Nicoya, mayonesas caseras, veganas, vinagres, miel de abeja pura, yogurt griego casero, y chocolatería elaborada en casa con stevia, rellenos de fresa, naranja, almendras o en barras oscuras y blancas.
Hay jabones para platos o de aseo personal de leche de cabra, cepillos de dientes de bambú, toallas sanitarias reutilizables, bloqueador solar natural y bolsas de tela.
Y hay una cafetería para tomar una bebida (un té, un café o un jugo natural), que puede consumirse con repostería nacional o con otros consumibles, y que en octubre permitirá brindar desayunos, sopas criollas, sopa negra, de pescado y también vegana, olla de carne, sopa azteca y hasta el ajiaco (sopa de papa y pollo), además de sandwich de pierna de cerdo, de costilla, de pollo y también vegano.
Están pensando en introducir vinos orgánicos y tradicionales, así como cervezas locales artesanales.
Todos igual, con ingredientes de proveedores locales, como la mermelada que le llevan desde la zona de Los Santos, porque ahí, en el corazón de Escalante, se siente la necesidad de volver al origen, a lo tradicional, a la experiencia de compra donde el propietario sabía el nombre de sus clientes, de recuperar lo que se perdió en medio del corre corre, con una oferta que alcanza más de 150 productos aunque no falta el día que alguien pregunte por algo que no tienen y que los obliga a ver dónde se consigue.
No pueden obviar, por supuesto, que también el público joven pide express (dan servicio en un radio de dos kilómetros) y que a sus clientes los encuentran en redes sociales o pegados a Internet, por lo que están trabajando en un sitio web con la meta de tenerlo también en octubre próximo. Por ahora construyen la comunidad de clientes a través de su página de Facebook y especialmente por medio de su cuenta de Instagram.
“Desde el primer día de la apertura logramos la meta de ingresos”, sostiene Mónica. “Es por el lugar, hacía falta un negocio así, y por la experiencia que es comprar aquí”.