La administradora de empresas Ivannia Quesada trabajó once años en una compañía que vendía productos de consumo masivo, primero en el área de contabilidad y luego como administradora.
Por mucho tiempo, en su mente estuvo instalado el chip de que había que trabajar para otros, como si no hubiese otras opciones.
Las cosas cambiaron hace cuatro años cuando ella y su esposo, Jeffrey Arias, conocieron a una emprendedora que tenía una "ventanita" en la que vendía pizza, trabajo que le permitió sacar adelante a sus hijos.
Ambos se motivaron y pensaron en establecer un negocio similar en su pueblo Piedades Norte, situado a 12 kilómetros del centro de San Ramón de Alajuela y en el que no había una opción de este tipo.
Hicieron un pequeño estudio de mercado y encuestas para ver qué tan factible sería el proyecto.
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Inicialmente pretendían trabajar en las tardes, noches y durante los fines de semana para generar un ingreso extra.
Empezaron a construir en el terreno de su casa, que es amplio, lo que sería su pizzería. Ya hasta habían pensado el nombre: Pizza Loca, que se mantiene hoy.
Ese mismo año, a Ivannia la despidieron de su trabajo y luego, a los seis meses de haber vuelto a trabajar, cerró el negocio que la contrató, por lo que ahora le tocaría dedicarse de lleno a levantar el restaurante.
Ivannia trató de acceder a créditos bancarios para continuar con el desarrollo de la pizzería, pero como ya no contaba con una orden patronal se complicó el trámite.
Acudieron a una microfinanciera que sí les prestó ¢6 millones.
Con eso adquirieron una moto, realizaron las instalaciones eléctricas que le faltaban al local y compraron electrodomésticos.
De la mano de tutoriales de YouTube, aprendieron a hacer pizza y en diciembre del 2015 oficialmente arrancaron con cuatro mesitas.
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Al principio, esta nueva etapa como emprendedora fue sumamente difícil para Ivannia, pues pasó de ser la ejecutiva de una compañía, a la dueña de un restaurante al que no llegaba gente.
Y si llegaba alguien era su primo, quien compraba hamburguesas a crédito.
A medida que pasaron los meses ya empezaron a llegar clientes, se fue difundiendo su estilo dentro de los pobladores de la zona y ahora son visitados por personas de todo el país.
Algo que les distingue es que a quienes los visitan (a los adultos) les dan de cortesía una sangría.
A los niños los reciben con un refresco, una idea de su hija Tamara.
Sus pizzas son hechas a mano, con rodillo e Ivannia misma se encarga de prepararlas con el apoyo de otras personas.
Han creado pizzas variadas, aunque el cliente también puede decidir cómo se la hacen, con los ingredientes de su preferencia.
También venden comida rápida, como hamburguesas, papas, nachos, patacones y melcochas de natilla (hechas por la mamá de Ivannia), entre otros.
Ivannia dice que con su restaurante también buscan dejar una huella positiva dentro de su comunidad.
La materia prima se la compran a los mismos vecinos de la zona y les dan trabajo a mujeres y a jóvenes de ahí mismo.
Además, procuran usar productos biodegradables en sus empaques y evitan las pajillas. Si alguien les pide, estas son de cartón.
Este enfoque les hizo ser reconocidos en marzo de este año por la incubadora Auge y por la Fundación Citi en el concurso Propulsa Microemprendimiento del Año.
La empresa ganó la categoría de impacto social y recibieron $5.000, que están utilizando para mejorar la infraestructura del negocio, como pintar, arreglar las vigas y habilitarán un nuevo baño.