Ana Patricia Venegas se casó a la corta edad de 14 años y por un tiempo dependió económicamente de quien en ese entonces era su esposo.
Luego de que su cónyuge cayera preso, tuvo que ver de qué forma ganaba dinero para mantenerse a ella y a su hija, quien tenía dos años.
Empezó a vender productos por catálogo y, como vendía mucho, le daban premios.
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Sin embargo, lo que ganaba no le alcanzaba para vivir.
Les preguntó a sus conocidos que si ella traía ropa a precios más cómodos si estarían dispuestos a comprarle.
“Claro que sí. Traiga lo que usted quiera”, le dijeron.
Ana Patricia adquiría brasieres, bóxers, calzones, medias y se iba a vender casa por casa, a pie.
Así comenzó a conocer a la gente: había clientes mala paga, pero fue identificando a los que eran cumplidores.
“Al principio perdí bastante, porque obviamente uno no conocía a las personas”, recordó.
Igualmente, fue ganando experiencia como vendedora: identificaba las necesidades de los compradores, acudía a ellos en el momento oportuno y los escuchaba.
“A veces no era ni siquiera llegar a vender, sino que yo también llegaba a hablar con el cliente. Muchas veces tuve que llorar y abrazar a un cliente. Sentarme con él y escucharlo y eso pasa a diario –hasta en mi tienda me ha pasado- que hay gente que no viene a comprar, viene a ser escuchado por alguien”, narró.
Esa clienta con la que compartía, la recomendaba y ya ahora no le vendía solo a ella, sino a la hermana y a las primas y se iba extendiendo su mercado.
El negocio de los jeans
Sus clientes le pidieron que trajera jeans, los cuales adquiría en San José.
Este se convirtió en su producto estrella, pues con la venta de un solo pantalón obtenía una buena ganancia.
Además, fue conociendo el mercado y a sus consumidores: en este lugar en San José hacen precio por la compra de los pantalones, a este cliente le gusta el pantalón de talle bajo, a este otro de talle alto.
Ana Patricia ahorró y ahorró y finalmente pudo comprarse un carro, lo cual le facilitó su trabajo.
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“Abría una puerta y se le caía la otra. Pero, ese era el presupuesto que tenía”, contó. “El carro no tenía marchamo, no tenía placas. Pero, con ese carrito yo empecé a abrir ruta, ruta de ‘polaco’. Gracias a Dios que no me agarraron los tráficos...”, rememoró la empresaria, quien luego pudo adquirir un mejor carro que sí tenía todo en regla.
La emprendedora se enamoró de su trabajo y su negocio empezó a crecer.
Hoy los pantalones los distribuye en diferentes sitios del país y hace tres años abrió su tienda Venegas Jeans, en San Ramón de Alajuela.
Ahí, aparte de vender jeans, ofrece otra ropa para hombre y mujer (enaguas, blusas, camisas, lencería, shorts, vestidos, entre otros).
Con su tienda también ha ido escalando: empezó vendiendo en un espacio pequeño y poco céntrico (dentro de un salón de belleza) y ahora se ubica en un sitio más grande y concurrido, al frente del supermercado Palí.
Los jeans los adquiere en Colombia, gracias al financiamiento que ha recibido del Fideicomiso del Instituto Mixto de Ayuda Social (Fideimas) y se ha capacitado en temas de emprendimiento.
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Hoy entiende la importancia de estar formalizada como empresaria (cuenta con los permisos para operar) y tiene muchas aspiraciones.
Una de ellas es producir su propia línea jeans, con estilos novedosos.