La noticia no fue nada alentadora y significó un cambio radical en la vida de la familia.
Aunque desde antes del 2007 el periodista Manuel García Jiménez sufría dolores y una especie de ardor en sus piernas y glúteos, estos habían mermado un poco luego de que le recetaron unos relajantes musculares y medicamentos.
A finales del 2011 el dolor había vuelto para quedarse y los médicos le diagnosticaron una discopatía degenerativa a raíz de unos tumores que le detectaron en la columna y que no consideraron prudente operar.
Manuel cayó en cama por un año entero, pues no podía caminar, y el dolor que sentía era insoportable.
La nueva realidad le impidió seguir trabajando en la entonces Federación Internacional de Trabajadores del Textil, Vestuario y Cuero, que dirigía en ese entonces.
A su esposa, la psicóloga Guadalupe Chávez Mancía, le pidieron que renunciara a su empleo, pues no le podían dar más permisos para cuidar a su esposo.
De vivir bien a depender de ayudas
Después de años de vivir bien y no depender económicamente de nadie, la familia ─conformada también por sus dos hijas y un hijo─ cayó en una situación espinosa.
Sus ahorros se agotaron, por lo que tuvieron que sacar a sus hijos de un colegio privado y requerían de las becas del programa Avancemos.
Guadalupe recuerda que a veces no había para pagar la luz y la cortaban, motivo por el cual cocinaban con leña.
En la parroquia de San Miguel de Desamparados les ayudaban con diarios y tuvieron que acudir al Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) para que les otorgara algún aporte económico, que consistió en ¢60.000 al mes.
A su vez, debieron recurrir al respaldo de familiares.
Guadalupe intentó encontrar un empleo en su profesión, pero fue muy difícil.
Consiguió uno en una panadería en la que trabajaba tres días por semana y le pagaban ¢10.000 al día.
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Con lo poco que llegaba a la casa, lograron sobrevivir. No obstante, la pareja sabía que tenía que hacer algo más.
Intentaron crear un negocio relacionado con la liofilización, una técnica de deshidratación que busca conservar un alimento perecedero (como una fruta, por ejemplo), para lo cual requerían una maquinaria que absorbe la humedad.
Con el apoyo de un funcionario del Instituto Nacional de Aprendizaje, idearon un plan de negocio y fueron a los bancos a pedir financiamiento.
Aunque los ejecutivos veían que el negocio parecía muy atractivo, era algo novedoso y declinaron prestarles el dinero.
Debieron recurrir a otras ideas más simples.
Un día, Manuel, un poco más recuperado por allá del 2013 (ahora usaba un bastón), empezó a experimentar con la elaboración de helados naturales que no utilizaran preservantes ni colorantes.
Vio algunas recetas de la chef Flora Sobrado, conocida como Tía Florita, e investigó por Internet.
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Inició con siete sabores, que comercializaban en vasitos: coco, caramelo, chocolate, fresa, vainilla, mora y café con vainilla.
Guadalupe iba con una hielera a las pulperías a vender los helados y también tenía como clientas a varias amas de casa.
Afortunadamente, el negocio, que denominaron Helados Milio, comenzó a generarles ingresos y ahora vendían en sodas y restaurantes.
El IMAS les otorgó fondos con los que pudieron adquirir un congelador, una licuadora semiindustrial, una váscula y materia prima.
En el 2014, participaron en su primera feria, que fue la del Gustico Costarricense y luego vinieron otras.
Paso a paso, mejoraron las recetas gracias a que Manuel contactó al maestro heladero italiano Angelo Corvitto, quien le dio varios consejos de cómo hacer los helados más ricos.
Los helados ahora eran en paleta, ya no se vendían en vasito.
Como fueron creciendo, por medio del fideicomiso del IMAS les otorgaron un crédito y pudieron comprar nuevo equipo. Posteriormente, otras entidades les dieron financiamiento.
El año pasado, la empresa dio un paso adicional y abrió dos pequeños locales en los que vende sus helados.
Uno se localiza en San José, en calle 7, al costado del Hotel Balmoral y el otro muy cerca, a la vuelta.
En la actualidad, la familia se dedica de lleno al negocio, ofrece un total de 15 helados diferentes y planea seguir creciendo.
Gracias a su empeño y a la empresa, que han ido perfeccionando, atrás quedó la época de las carencias.
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Pero siempre la tienen presente, pues rememoran que a través de ella se formaron como empresarios y se unieron mucho más como familia.
"A mi esposa le tocó durísimo, pero ella estuvo siempre conmigo. El amor se transformó en admiración. Siento mucha admiración por ella... Esto sacó lo mejor de nosotros", concluyó Manuel.