Desde que estaba “chiquitilla”, Rebeca Delgado no paraba de pintar y la oficina de su papá era evidencia de ello, pues estaba llena de dibujos.
Él siempre la incentivaba a hacerlo y la ponía a dibujar cuando llegaba alguien a la casa.
En el colegio, el Liceo Otilio Ulate, a la joven le gustaba participar pintando murales y haciendo mascaradas.
“Al director le encantaba. Él decía que tenía las manos bendecidas”, recordó Rebeca, oriunda de Pilas de Alajuela.
Como su papá falleció cuando era muy pequeña, la joven buscaba ayudar a su mamá, por lo que preparaba resúmenes de la materia y se los vendía a sus compañeros.
Un día escuchó de una muchacha que estaba pintando caritas y le iba muy bien.
“Mirá, yo puedo hacer eso. Si es pintar, yo puedo hacerlo”, pensó Rebeca.
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Le pidió ¢30.000 prestados a su abuelita y se fue para donde su tía para que le hiciera un traje de payasita.
Un sábado visitó el Parque del Agricultor, en Alajuela, con toda su familia y ella iba vestida de payasita.
La emprendedora, quien trabajaba como mesera en su otro tiempo libre, recuerda que le temblaba la mano cuando le hizo el dibujo a su primera clienta, una niña.
Ese día hizo ¢35.000 y así fue como le pagó a su abuela el préstamo.
Los sábados siguió yendo al Parque del Agricultor y luego empezó a ir al Parque Central, donde aparecían muchos niños interesados.
Después comenzó a ir también al Mall de Grecia.
Cuando ya estaba en la universidad, estudiando Derecho, le surgió una mejor oportunidad.
La encargada en ese entonces de mercadeo del Mall Paseo de las Flores le permitía estar en un stand, sin cobrarle, en el que le pintaba caritas a los niños.
“Yo le dije que yo me estaba pagando la U, que por favor me ayudara a estar ahí los fines de semana. Eso jalaba a muchos niños. Lo que yo sacaba, me ayudaba para la U”.
De pintar caritas a tatuajes temporales
En dicho centro comercial estuvo tres años y medio. Luego llegó otra persona de mercadeo y ya no le permitieron estar allí.
Rebeca no sabía qué hacer y empezó a pensar en nuevas ideas. Se enteró de los tatuajes temporales.
Inició haciéndolos en su casa y luego en un gimnasio. Así surgió Tatuajes Temporales RBK.
Mientras emprendía, no abandonó su profesión de Derecho, de la que se graduó. A su vez, se incorporó al Colegio de Abogados.
Cuando Rebeca se dio cuenta de que iban a abrir City Mall, empezó “a llamar, a llamar y a llamar”, pero no le contestaban.
Luego le dieron el número de alguien que le podía ayudar y llamó como 30 veces a la persona.
La encargada la dejó alquilar un espacio temporal (un stand) y Rebeca puso un rótulo que decía “Pintacaritas y tatuajes”.
Abrió una página en Facebook y el negocio empezó a llenarse.
Tiempo después llegó la competencia al sitio y Rebeca se halló en una encrucijada: no sabía si seguía con su emprendimiento o si continuaba con su profesión, pues se acercaban diversos exámenes para convertirse en fiscal o juez.
Rebeca tomó una decisión: se dedicaría a su emprendimiento.
Las filas eran largas y Rebeca no paraba, ni siquiera tenía tiempo para comer.
Contrató a su prima para que le diera la comida, como si fuera una bebé: ella le daba las cucharadas en la boca, mientras Rebeca seguía haciendo los tatuajes.
“Le gente se reía. Pero, es que no había de otra porque no podía parar. Yo prefería no parar y sacar la fila. Siempre, desde que llegaba hasta que me iba, había fila”.
Un año después le dijeron que ya no podía estar más ahí, pues era un espacio temporal y ya llevaba mucho tiempo.
“¿Qué hago?”, se cuestionó la joven, quien recientemente se había pasado a vivir sola y había gastado ¢2 millones de sus ahorros para equipar su vivienda.
Le quedaban ¢3 millones para poner su negocio y le dieron la mala noticia de que ya no le podían alquilar más el pequeño lugar en el que estaba.
Fue así que habló con la administración y decidió alquilar un local en el centro comercial. Inicialmente, tenía que aportar $7.500.
Su padrastro, a quien describe como “un sol”, le prestó el resto del dinero que necesitaba.
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Mientras remodelaba la tienda, siguió trabajando en el espacio temporal hasta que abrió el local, en febrero del año pasado.
Esto fue algo “increíble” para la joven de 24 años.
“En cuestión de dos meses pagué lo que tenía que pagar. No le debía nada a nadie”, afirmó.
El flujo de clientes continuó y contrató a varias muchachas estudiantes (son entre seis y siete), a quienes entrenó, para que le ayudaran a hacer los tatuajes.
Asimismo, cuenta con un stand en Multiplaza Escazú, que opera por temporadas.
¿Cómo son los tatuajes y qué viene?
Rebeca usa tinta del fruto de jagua (conocido también como guaitil).
En un inicio todo lo hacía a mano alzada, pero cuando tuvo que contratar personal no quería que la calidad bajara. Por ello, ahora usan plantillas que pegan en la piel y sobre eso dibujan.
Así garantiza que a todas les quede igual el diseño, sumado a que esto les permite hacer cualquier dibujo.
Cuatro horas después de realizado el tatuaje, hay que lavarlo.
Al lavarse, el tatuaje ya no se ve. Pero, 24 horas después ya se puede ver claramente, en su tono más oscuro. Dura entre una y dos semanas en la piel.
Rebeca tiene muchos planes, como abrir un quiosco en el mismo City Mall en el que va tatuar y pintar caritas. Esto estaría listo más o menos en un mes.
En su local actual va empezar a vender café para que la gente pueda tomar esta bebida mientras espera que se le seque el tatuaje.
Otro proyecto es hacer tatuajes en el pelo de las mascotas, que dura de cinco a diez días.
Y va a empezar a hacer tatuajes temporales a color, con una tinta hecha de alcohol.