Una señora ingresa a El Tramito a Granel, en carretera vieja a Tres Ríos, y pide achiote en pasta. Lo mismo podría comprar en otro lado, pero acá hay algo diferente.
Se lo sirven en un vaso de vidrio, como los de mayonesa porque ahí no se empaca nada en bolsas plásticas, ante la mirada curiosa de varios niños y en medio de los olores de la tienda.
Olor a especias, a frijoles y lentejas, a plantas medicinales, a jabones naturales, a dulces tradicionales que van desde melcochas, cáscaras de naranja confitadas (¡vieran que ricas!), tártaras, toronjas y tapas dulces pequeñas y en miniatura.
Otra señora entra por higos, una por cajeta de leche y una más por pimienta verde.
Algunas saludan a Roxana Garita Ramírez, una de las propietarias, y a sus colaboradoras con total familiaridad, pues ya son habituales.
Muchas llegan con sus hijos o nietos a quienes –igual que a la fotógrafa Mayela López y a mí, que no soy para nada dado a las tradiciones– nos deslumbra el lugar.
“Me recuerda la pulpería de mi infancia”, dice Mayela mientras disparaba con la cámara fotográfica por todo lado, capturando lo que se puede para mostrarlo en esta nota.
Es casi lo mismo que, según Roxana, dijo una muchacha cuando recién habían abierto: “Aquí huele a infancia”.
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La pulpería o el tramo de cuando niños es, precisamente, la imagen que le viene a uno.
Pero este no es un local con productos tirados en bandejas de madera, sacos de gangoche o guindando en un lugar dominado por la penumbra, el caos y la suciedad.
Es un tramo en una tienda moderna situada en el Centro Comercial Vía San Juan, a solo 150 metros al este del Walmart de Curridabat.
Si muchos especialistas hablan de enganchar a los compradores, definitivamente aquí se logra una experiencia única que mezcla lo simple, lo tradicional y lo contemporáneo.
“El Tramito es un encuentro del ayer y del futuro, de amistades y de la esencia de lo tico: lo que nos hace únicos, irrepetibles”, destaca Roxana.
El negocio, creado junto con su hermana Carmen, es heredero del tramo San Rafael #2 que fue fundado en el Mercado Central de San José por el abuelo de ambas, Rafael Garita Gómez, hace casi 70 años.
Su hijo y padre de Roxana Carmen, José Rafael Garita Cuendis, siguió el negocio.
A la familia también le correspondió hacerse cargo de la panadería La Española, fundada por el abuelo materno Claudio Ramírez, que estaba ubicada en el edificio Raventós, a media cuadra del Mercado.
Carmen y Roxana se habían hecho cargo de la panadería, que debieron cerrar hace cinco año, y asumieron también el tramo con total licencia para renovarlo.
Tienen dos hermanas más: una es actriz y politóloga; otra es publicista y vive en Estados Unidos.
“Nos dimos cuenta que el negocio a granel estaba de moda porque la gente busca alimentos saludables, naturales, y con conocimiento de su origen”, dice Roxana.
La gente va hasta el centro de San José para encontrar esos productos, pero acostumbraba a llevarlos en bolsas plásticas.
Carmen y Roxana empezaron a promover el uso de bolsas de papel y luego de tela, así como que los clientes regresaran con sus propios recipientes y bolsas de tela.
Poco a poco convencieron a los colaboradores del tramo y a los clientes.
“La gente se fue adaptando; tenemos clientes muy conscientes”, destaca Roxana.
La segunda propuesta fue abrir tramos modernos en otros puntos alejados del centro.
El 12 de junio del 2018 empezó a operar El Tramito en San Juan de La Unión.
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"Lo pensamos y lo abrimos muy rápido”, asegura Roxana, que se turna con Carmen en la atención de ambos negocios.
El mobiliario, la decoración y el logo de El Tramito lo hizo Roxana, con la ayuda de Sebastián Corvetti, un estudiante de arquitectura amigo de la familia.
“Buscamos algo práctico”, explica. “Aquí los productos están más expuestos al cliente, en un ambiente controlado”.
En El Tramito iniciaron de una vez sin bolsas plásticas.
Se usan bolsas de papel y ahora de tela. Lo que es meloso o húmedo se sirve en vasos.
Los mismos clientes llevan a veces los recipientes.
“Lo más bonito es que el cliente vuelve a encontrarse con la esencia de lo tico”, recalca Roxana. “A los adultos les trae recuerdos y a los jóvenes les sorprende. Además, nos une una relación muy estrecha con los proveedores”.
Los hay de diferentes partes del país.
Un señor de Guanacaste le lleva escobas antiguas; de Río Frío de Sarapiquí traen la pimienta; de Turrialba, quesos.
De la zona sur se traen los jabones naturales, fabricados por Cosmética Madremonte a base de avena, aloe vera, albahaca, ayote, manzanilla y menta; así como humectante labial de cacao, aceite de coco y aguacate; y jabón natural para mascotas, entre otros.
La mamá de Roxana y Carmen, Roxana Ramírez Masís, aporta las cáscaras de naranja confitadas, jengibre confitado, los higos y, como es pintora, decora los chorreadores artesanas de café.
Son más de 300 productos, que incluyen cremas para fresco, ruda, eucalipto, diente de león, manta, canela, condimentos, granos, semillas.
“Eso sirve para la panza”, le dice una señora mayor a un señor de similar edad, cuando pasan por el frente y se inclinan para ver y oler las plantas medicinales que se muestran fuera de la tienda.
También hay colecciones de frascos de especias para regalar en cajas de madera certificada, lo que garantiza que se repone cada árbol del que se extrae el material.
Las cajas son hechas por un ingeniero retirado y sirven hasta para obsequios.
Llegan clientes de Escazú, de Poás, de Heredia.
Como El Tramito tiene presencia en Facebook e Instagram les piden que abran locales desde varias playas de Guanacaste.
Lo van a hacer, aunque Roxana se guarda dónde y cuándo se expandirán. “Me pueden copiar”, se justifica.
La van a copiar. De seguro, por el éxito del concepto. Otros se antojarán, como se antojan los clientes que ven los productos en redes sociales y luego van corriendo a la tienda.
Para Roxana la esencia del negocio es la relación con los proveedores, el vínculo con las familias de los clientes y que los compradores disfruten el momento que pasan en la tienda.
“A los niños les encanta”, nos dice una de las colaboradoras.
Es cierto.
Se les mira en las caras llenas de curiosidad por productos y olores que no hallan en otros sitios. Y en sus ojos chispeantes por las golosinas tradicionales.
Los jóvenes también aprecian la oferta de productos tradicionales en una tienda que los acerca por su modernidad.
Las señoras de barrios cercanos o de otros sitios se encuentran, conversan entre ellas, comparten recetas, buscan lo que antes iban a buscar de la mano de sus madres o sus abuelas, ahora para sus propios hogares.
“Todo está inventado”, dice Roxana. “Sólo hay que darle el toque personal. La gente siempre busca lo diferente”.