Rosa Cubero es oriunda de Mata de Plátano, propiamente de El Carmen de Guadalupe y ahí, en la finca heredada de su padre, junto con su familia desarrolló la finca ecoturística y el restaurante Agnus, que incluye una granja, bosque, senderos y un restaurante .
En medio de las restricciones actuales, debido a los protocolos que deben cumplirse frente a la pandemia del covid-19, la tarea ahora es prepararse para reimpulsar el negocio y retomar los niveles de crecimiento que ya traían. “Es muy importante el equilibrio”, dice Rosa.
Rosa, quien es docente de preescolar, y William Segura, administrador de empresas, se casaron hace 32 años y tienen tres hijas y dos hijos, que también ya son profesionales en veterinaria, arquitectura y administración y dos estudian agronomía.
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Durante un tiempo la finca se alquiló, pero en el año 2000 empezaron a realizar varios cambios cuando detectaron la erosión en las laderas cercanas a la quebrada. Entonces, se integraron al proyecto Plama Virilla, de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz, y empezaron la reforestación de once hectáreas con financiamiento del pago de servicios ambientales del Fondo de Financiamiento Forestal (Fonafifo) y la Fundación para el Desarrollo de la Cordillera Volcánica Central (Fundecor).
La reforestación se realizó con especies nativas (aguacatillo, dama y uruca, entre otros) y combinaron eucalipto y pino. También se invirteron recursos propios, especialmente en mantenimiento. Los resultados empezaron a verse a los tres años, pero no imaginaban que el esfuerzo les abría otras posibilidades en el futuro.
El bosque empezó a desarrollarse, atrajo aves, surgieron otros árboles, como unos higuerones y güitite, y la calidad del agua mejoró. En lugar de explotar el eucalipto y el pino, como se pensaba hacer de forma controlada al inicio, se aprovechó su madera en la finca.
El restaurante lo abrieron en 2011. Le venían dando vueltas a la idea desde tiempo atrás, desde que William y Rosa se plantearon qué harían al pensionarse. Desde la casa donde vivían inicialmente se tenía una vista de los potreros cercanos y del Valle Central. Apenas reunieron los ahorros necesarios, los invirtieron.
Ocuparon un espacio de la casa con capacidad para cien personas, incluyendo un área para bailar. Pero las circunstancias y los clientes les hicieron replantearlo. En algún momento un comensal se dio cuenta que los dueños del restaurante eran los propietarios de la finca que quedaba al otro lado de la calle. Había visto las ovejas. “Eran los únicos animales que teníamos”, cuenta Rosa.
El cliente les preguntó si podía ir ahí. No fue el único. Empezaron a ver que a las familias les atraía también. Entonces redefinieron el negocio: ahora se enfocarían en el segmento familiar, con un enfoque de turismo rural y ecológico, y con un horario más diurno.
Construyeron un estanque para truchas donde los visitantes pudieran pescar, para que se las cocinaran luego en el restaurante, y un sendero con un recorrido por el bosque y la granja, donde también incorporaron caballos, vacas y gallinas.
El crecimiento se mantuvo. Como Rosa, William y los hijos construyeron otra casa para ellos, quedó espacio para ampliar el restaurante hasta su capacidad actual de 250 personas. En algunos fines de semana llegaron a recibir más de 100 personas y durante los jueves, sábados y domingo de Semana Santa más de 150. Así ocurrió en 2017 y 2018.
En este último año introdujeron algunas mejoras, para lo cual buscaron financiamiento con Fundecooperación para el Desarrollo Sostenible, entidad que también apoyó el proyecto del kinder llamado Green Hills que una de las hijas, Mónica, tiene cerca de la escuela de El Carmen y el cual también tiene un enfoque ambiental. Se necesitaba realizar varias mejoras para el reconocimiento del Ministerio de Educación Pública.
Fundecooperación les brindó asesoría también, como parte de su programa Crédito a su medida, con el cual se financia capital de trabajo, construcción y remodelación de instalaciones, compra de activos e infraestructura, refundición de deudas productivas y compra de maquinaria y equipos a personas emprendedoras y pequeñas empresas de ganadería y agricultura con enfoque ambiental, proyectos ambientales y mujer.
En 2019 en el restaurante se incluyendo las noches culturales costarricenses, en conjunto con la folclorista Thelma Darkins como anfitriona, dirigidas a turistas europeos, canadienses y estadounidenses, quienes realizaban una gira por el país para conocier sitios atractivos y su muestra gastronómica.
En el caso de Agnus el principal atractivo seguía siendo el manejo sostenible de la finca y del restaurante. Al mismo tiempo, de la finca se generaban productos que se integran a las recetas del menú y para que los clientes puedan llevar a sus casas, como leche, queso, yogur y natilla pasteurizados. “Nos llevó año y medio para estandarizar las fórmulas”, indica Rosa.
El 2019, empero, no fue un año cómodo para el negocio. Los movimientos de huelga lo afectaron. Empezó a repuntar hasta noviembre. Si bien se recibieron más grupos de turistas extranjeros que un año atrás, la proyección era que en 2020 aumentaría el fujo de vistitantes atraídos por las noches culturales. Las reservaciones para los primeros meses y en especial para la Semana Santa (solo en esos días había compromisos para recibir cinco grupos) así lo indicaban. Poco antes, todo cambió.
Rosa cuenta que ya habían escuchado de la pandemia y se preocuparon cuando vieron que el covid-19 ya estaba en Europa, Canadá y Estados Unidos, de donde procedían los turistas extranjeros. Analizaron incluso algunas medidas de previsión. Pero la dimensión de lo que se venía era imposible de prever. “Nunca imaginamos que iba a haber cierre total”, dice Rosa.
Los aeropuertos cerraron y las aerolíneas cancelaron vuelos. Las agencias cancelaron las reservaciones. Tenían tres colaboradores, en ese momento, pero no se podía hacer frente a las obligaciones. Incluso realizaron un arreglo de pago con Fundecooperación.
El restaurante reabrió hasta octubre del 2020. Entre el cierre y la reapertura había que realizar el mantenimiento de las instalaciones, de la finca y de los animales. Los trabajaso los asumieron Rosa, William y sus hijos. Los recursos salían de las ventas de queso, yogur, leche y natilla. Ellos mismo los producían, los promovían en redes sociales y entregaban a domicilio los pedidos. Hubo que reducir la cantidad de ovejas y se dejó de comprar las truchas.
Al reabrir al final del año, manteniendo los protocolos sanitarios y especialmente el aforo permitido, la respuesta fue positiva, dice Rosa. A los visitantes les atrae disfrutar de los espacios abiertos en la finca. El horario se ajusta a la restricción vehicular: viernes y sábado de mediodía a 8 p.m. y los domingos desde el desayuno a las 8 a.m. y hasta las 6 p.m. La granja y el sendero opera sábados y domingos de 10 a.m. a 4 p.m.
La pesca de truchas no se reanudó, ya que requerirían más personal y los ingresos todavía no lo permiten. Actualmente se realizan actividades familiares, como cumpleaños, en burbujas reducidas. La expectativa es que las visitas repunten después de la época de lluvias, retomar las noches culturales, construir unas cabañas (una vieja idea), renovar el menú, fortalecer la comercialización de los productos y que las empresas aprovechen las instalaciones para sus encerronas.
Lo ambiental no se deja de lado. Desde hace cinco años se obtuvo la bandera azul con la comunidad, por la rehabilitación de la quebrada. Ahora se plantea incursionar en Observatorio ciudadano del agua de la quebrada Jaboncillal, una iniciativa para la protección de ese río. El paso es estratégico. La Organización Mundial de Turismo insiste que para el fortalecimiento de las iniciativas de turismo rural es esencial integrar lo ambiental y la colaboración de las comunidades.
Rosa y William siguen con sus trabajos. Se pensionarán en los próximos años. Saben que ya tienen el proyecto encaminado, que se adelantó a los tiempos actuales en lo ambiental y en la demanda de productos y servicios orientados a la salud y el bienestar. Hay indicios de que el mercado empieza a responder. “En el último fin de semana tuvimos diez familias”, dice Rosa.