La necesidad de un ajuste en el funcionamiento de las empresas, debido a la transformación digital que venía produciéndose desde hace años, era más una prédica lejana que parecía no tener que ver con las compañías y menos con las pequeñas empresas. Hasta que llegó el COVID-19.
La pandemia obligó a hacer un alto, a ir al teletrabajo y a la educación remota, y a revisar lo que se estaba haciendo. A nivel personal, junto con una mayor preocupación por la salud y el bienestar, exigió repensar lo que a cada persona le gusta hacer.
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“El 85% de la población está insatisfecha con lo que se hace”, afirmó el argentino Adrián Gilbert, especialista en transformación organizacional y autor del libro El trabajo ha muerto.
Un reciente reporte de Deloitte, tras una consulta a 9.000 compañías en 119 países y a 403 de Costa Rica, muestra que la mayoría de las empresas están conscientes que el reto más importante que enfrentan es el rediseño del trabajo para el bienestar, generar pertenencia y ajustarse a la generación post-millennials.
“Es una preocupación que antes era de los departamentos de recursos humanos y ahora lo es de los ejecutivos”, afirmó Sofia Calderón, socia de consultoría de capital humano de Deloitte.
Herencia y cambio
Las empresas venían operando con el manual heredado de principios del siglo XX, cuando junto con la cadena de producción se inventó que el control era fundamental en la gestión administrativa.
La transformación digital y las prácticas en las firmas líderes en la industria tecnológica permitían una modificación del enfoque hacia el trabajo por objetivos y la movilidad, donde cada colaborador gestiona su tiempo para cumplir las metas definidas.
Trabajar por objetivos ya había sido planteado, pero las empresas de distintas industrias se adherían al esquema tradicional porque los altos ejecutivos se basan en modelos piramidales y pensaban que sus unidades eran su guetto.
Con la huida masiva al confinamiento, la única forma de mantener operaciones en una buena cantidad de empresas era con el teletrabajo, que ya muchas firmas de servicios y de tecnología practicaban en Costa Rica y al que se resistían no pocas compañías locales.
El teletrabajo hizo obsoletos y sin sentido el control (donde alguien se fija si una persona está en su puesto y luego pasa por detrás para revisar lo que está haciendo), de trabajar por horario (contando los minutos hasta del café) y la rigidez.
Actualmente la supervisión, la gestión por objetivos y la flexibilidad se imponen. Las reuniones de equipo se concentran en aprovechar el tiempo en las propuestas de mejora, la creatividad y la innovación, que en pensar quién llegó y quién no.
Otro cambio es pasar de creer que el líder debe motivar a sus colaboradores a la automotivación, donde los propósitos de la empresa y de ellos deben coincidir para que desplieguen sus talentos y su potencial.
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Al mismo tiempo surge la conciencia de la necesidad de la reeducación, de la actualización y de la reconversión a lo largo de la vida laboral de cada persona, dado que muchas tareas pasan a ser realizadas por la informática y la robótica.
Asimismo adquiere más relevancia la comunicación entre las personas y lo anímico. Por ejemplo, en la salud ocupacional se pasa de pensar que es solamente seguridad física de las personas a entender que también involucra el bienestar pues ahora los colaboradores hacen frente a situaciones de estrés crónico, angustia y ansiedad debido a la incertidumbre.
“Revalorizamos el mirarnos a los ojos y el gesto detrás del tapabocas”, afirmó Gilbert.
En los pequeños negocios, también
Las pequeñas empresas con más años e incluso muchas de las que surgen en sectores tradicionales están viviendo un choque entre su estructura mental, muy ligada a las formas de organización y estructuras del siglo XX, y la nueva realidad.
Si tenían resistencia a la venta en línea, la pandemia y la crisis las obligó a dar el salto a través de la diversidad de canales: redes sociales, apps propias, modalidades de pago (código QR, transferencias electrónicas y tarjetas), servicios express y delivery, marketplace y tiendas en línea.
Incluso en algunos casos, por alguna situación de salud del emprendedor o de su familia, debieron aprender a delegar y a realizar la gestión del negocio de forma remota.
Lo mismo pasa con el bienestar de los colaboradores, donde se empieza a ver que si las empresas tienen una genuina preocupación por la salud y el ánimo de su personal hay un impacto en la reputación de la marca, en la experiencia del cliente y en los resultados financieros.
Hay mayor maduración en la consciencia de las empresas de que el bienestar de los colaboradores tiene resultados.
Esa maduración implica que el teletrabajo pasa de una beneficio laboral previo a la pandemia y de una medida de urgencia por el confinamiento a ser una modalidad de operación, con lo que implica: mayor autonomía de las personas para hacer sus tareas y agendas, horarios y formas de ejecución más flexibles.
Según el informe de Deloitte así estaría ocurriendo actualmente en más de un tercio de las empresas de Costa Rica.
Pensar en el bienestar también implica fortalecer el sentido de pertenencia y de comunidad, trato justo, diversidad y equidad. Lo que mueve el bienestar es la respuesta a la pregunta: ¿qué tanto de los resultados son fruto de la contribución individual y grupal?
Las pequeñas empresas, más que las grandes y debido a las limitaciones de recursos que padecen, deben realizar una mayor apuesta a la fidelidad, a la creatividad, al desarrollo de las competencias, capacidades y habilidades de sus colaboradores.
Su ventaja es que son más flexibles que las grandes empresas para adaptarse y repensar el cambio que deben realizar y cómo adaptar la tecnología, incluyendo soluciones de inteligencia artificial y de robótica cuyos costos (debido a la disponibilidad mediante servicios en Internet) están cada vez más a su alcance.
El problema es si las pequeñas empresas tienen la visión de los desafíos que enfrentan.
“Para ellas es más crítico”, recalcó Calderón, de Deloitte.