Desde los 12 años, don Antonio Solano Ureña conoció lo que era el mundo laboral.
Originario de Cartago, su tío lo llevó hasta San Pedro de Montes de Oca a trabajar en una cantina, en la que se dedicaba a servirles las bebidas a los visitantes.
Así aprendió el oficio de bartender, al que se dedicó por mucho tiempo, y luego continuó laborando en diferentes negocios como salonero.
Posteriormente, decidió incursionar en la preparación de alimentos, lo que lo llevó a trabajar en varios restaurantes en los que llegó a ocupar la posición de administrador.
Pero, a pesar de su esfuerzo, siempre trabajaba para otros y no contaba con su propio negocio.
Eso cambió en 1978 cuando le ofrecieron alquilar “una ventana” (una pequeña área) en la zona de San Pedro, frente a donde hoy es Radio Universidad, en las inmediaciones de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Le cobrarían ¢75 diarios por el espacio y él dijo que sí.
¿Qué negocio montaría allí? Una panadería.
Aunque no tenía mucha experiencia en pastelería, comenzó a experimentar y así surgieron sus clásicos cangrejos dulces y salados con queso, así como su pan de canela con miel.
Su pequeña empresa, bautizada como La Canela, comenzó a rendir frutos y, tal era la demanda, que tenía que cerrar la tienda por unos minutos para comprar más insumos y seguir preparando sus productos.
Don Antonio rememora que había días en los que vendía 1.600 cangrejos y era una constante que a su local se acercaran estudiantes para degustar sus cangrejos y panecillos.
Algunos de ellos hoy lo siguen visitando y lo recuerdan con cariño.
Su típico bigote, que lo ha acompañado a lo largo de los años y que hasta forma parte del logo de su empresa, lo delata, pues apenas lo ven lo reconocen de inmediato.
Por eso, acumula decenas de anécdotas de gente que alega haber vivido una buena experiencia cuando compraba sus panes, lo que le hace ver que "hemos dejado huella".
“Llegó una señora -por la Corte de Cartago- con una muchacha y una chiquita. La muchacha me dice: '¿es usted?'... Le dice a la mamá: 'cuando mi papá nos dejó, este señor tenía un negocio en San Pedro, entonces nosotros entramos a la universidad a estudiar y usted me daba ¢1,25. Una compañera y yo comprábamos un cangrejo y lo partíamos a la mitad y este señor nos trató muy bien'. Ella me dijo: 'señor, muchas gracias'".
En otra oportunidad, quien fue un estudiante de arquitectura de la UCR llegó en un 'carrazo' y procedió de la misma manera que la joven: "yo quiero agradecerle a usted porque sus pancitos muchas veces nos ayudaron".
La venta de su negocio y el inicio de una crisis
Aproximadamente en 1988 a este emprendedor se le presentó la oportunidad de comprar el espacio en el que se ubicaba, por lo que acudió a un banco a solicitar financiamiento.
Sin embargo, se llevó un 'bombazo', pues el ejecutivo que lo atendió le dijo secamente que no era sujeto de crédito.
“Los cangrejos son muy ricos, don Antonio. Pero no le alcanzan para pagar 95.000 pesos al mes”, recuerda que le dijo el funcionario.
Esto fue algo que lo desmotivó mucho y unos años después ─concretamente en 1993─ se “cansó” y decidió vender La Canela (que actualmente sigue ubicada en el mismo sitio) por la suma de ¢2,6 millones.
“Vine donde mi esposa y le dije: Mi amor, voy a vender allá. Ella me dijo: el negocio es muy importante, pero usted es más, tome la decisión. Entonces, yo tomé la decisión", cuenta don Antonio.
Hoy analiza que esa quizás no fue la determinación más sabia, en vista de que el negocio tenía mucho potencial. Juzga que le faltó asesorarse y meditar más las cosas.
"Me costó muy caro, tuve que pedirle perdón hasta a Dios, me adelanté", narra don Antonio, a quien su hijo describe como inteligente, terco y envenenado del Club Sport Cartaginés.
Con el dinero producto de la venta, afirma que pagó prestaciones a los empleados y lo utilizó para viajar con su esposa y para suplir otras necesidades.
Pero, todo lo bueno llega a su fin, dice el dicho, y fue así como sus ahorros empezaron a agotarse, ya que no los supo administrar.
Don Antonio –quien hoy tiene 71 años- cuenta que en su familia vivieron una crisis económica dura, pero gracias a ella surgieron nuevas oportunidades que le permitieron recomenzar y, esta vez, hacer las cosas diferente y mejor.
El renacer de La Canela y las lecciones aprendidas
Luego de haber vendido su empresa, don Antonio nunca dejó de elaborar sus cangrejos, panes de canela y demás alimentos. Se los vendía a pastelerías y a particulares, pero no era lo mismo.
Intentó montar cinco veces de nuevo su panadería, esta vez en Cartago, sin éxito, pues en esta provincia ─a pesar de haber nacido allí─ no lo conocían.
Fue en el año 2000 que su hijo Mikel Solano le propuso que abrieran una nueva “ventana” juntos, en el centro de Cartago, frente a los tribunales de justicia y se darían a la tarea de contar quién era él.
Mikel dice que él aprovechó el ingenio de su padre y empezaron a producir los cangrejos y panes de canela que los caracterizaban e innovaron con nuevos productos como el pan con chicharrón y chile, panes caseros, pan de queso, enchiladas, pan de manzana, pan de queso crema, postres de todo tipo, café, todo para llevar.
Los errores del pasado no volverían a repetirse, por lo que se asesoraron con expertos. Por ejemplo, en temas publicitarios cuentan con el apoyo de profesionales, desarrollaron su logo y registraron su marca.
En el año 2002 abrieron otra pequeña panadería en Cartago, por las oficinas de tributación.
Además, inauguraron su propio restaurante en el 2011 cerca del Walmart de Cartago, donde venden repostería, almuerzos, café y otras bebidas.
Desde el 2015, coadministran un comedor en el Instituto Tecnológico de Costa Rica, también en Cartago, bajo su marca.
En total, cuentan con 23 empleados ─varios de ellos integrantes de la familia─ y han aprendido a llevar un orden financiero y a preocuparse por su futuro.
Justamente, una lección que aprendieron de su experiencia anterior fue la necesidad de asegurarse a ellos mismos como trabajadores (don Antonio previamente no cotizaba para optar por una pensión) y establecerse un salario para evitar estar tomando dinero de la caja, como sucedía tiempo atrás.
Igualmente, desde inicio de año van guardando el dinero para pagarles el aguinaldo a sus trabajadores, así como los impuestos que les corresponde cancelar, entre otros gastos, no como hace más de 25 años cuando en diciembre tenían que hacer malabares para reunir el efectivo requerido.
Sus propietarios planean inaugurar un restaurante en San José (valoran ingresar a Guadalupe o Moravia y no descartan ir a San Pedro, donde iniciaron).
A su vez, piensan convertirse en franquicia, de manera que se establezcan pequeños espacios de venta de ciertos de sus productos en diferentes zonas del país. Este año abrirán cuatro de estos micro negocios, anunciaron.