La economía mundial está al borde de su peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Como deja en claro el recientemente renovado índice Brookings-FT TIGER (que rastrea los índices para la recuperación económica global), la actividad económica, los mercados financieros y la confianza del sector privado se están desmoronando. Y si la cooperación internacional se mantiene en su nivel actual, por delante nos espera un colapso mucho más severo.
Sin duda, la actual caída extraordinariamente marcada podría resultar relativamente breve y la actividad económica podría regresar a los niveles previos una vez que la curva de contagio del COVID-19 se aplane. Pero hay buenos motivos para preocuparse de que la economía mundial vaya camino a una recesión profunda y prolongada. Mucho dependerá de la trayectoria de la pandemia y de si las respuestas de los responsables de las políticas son suficientes para contener el daño mientras se reconstruye la confianza de los consumidores y de las empresas.
Pero una recuperación rápida parece sumamente improbable. La demanda se ha devastado, hubo alteraciones enormes en las cadenas de suministro industriales y una crisis financiera ya está en curso. A diferencia de la crisis de 2008-09, que se originó en escaseces de liquidez en los mercados financieros, la crisis del COVID-19 implica cuestiones de solvencia fundamentales para las empresas y las industrias mucho más allá del sector financiero.
Asimismo, la crisis actual es simultánea y universal. Durante la crisis de 2008 e inmediatamente después, algunos mercados emergentes, sobre todo China y la India, siguieron registrando un fuerte crecimiento, y lograron arrastrar al resto del mundo. Pero esta vez, ninguna economía es inmune y ningún país podrá liderar una recuperación impulsada por las exportaciones.
El colapso de hoy ha aumentado los riesgos deflacionarios y financieros en las economías avanzadas y les ha asestado un golpe importante a los exportadores de materias primas. Encima de todo, los precios del petróleo se derrumban mucho más de lo que deberían porque Arabia Saudita y Rusia están inundando los mercados.
La economía estadounidense está prácticamente paralizada. La mayor parte del sector de servicios está cerrado, la actividad industrial está alterada y el mercado laboral al rojo vivo está dando lugar a una ola de desempleo en un lapso de pocas semanas. Estados Unidos ha respondido con medidas de estímulo fiscal y monetario extraordinarias, que ayudarán a mitigar las consecuencias inmediatas de la crisis. Pero hará falta un mayor estímulo selectivo para aliviar el daño a más largo plazo, y en especial para proteger a los hogares y a las pequeñas empresas económicamente vulnerables.
Europa y Japón
En cuanto a Europa y Japón, que estaban experimentando una presión económica inclusive antes de la pandemia, probablemente sufran caídas sustanciales en la producción y alzas del desempleo. Las redes de seguridad social robustas (comparadas con Estados Unidos) mitigarán el impacto de la crisis en los económicamente más vulnerables, pero el camino a la recuperación será largo y difícil.
Por su parte, la economía de China parece estar poniéndose en marcha nuevamente, a pesar de las respuestas limitadas del gobierno en materia de política monetaria y fiscal hasta la fecha. La producción industrial, las ventas minoristas y la inversión en activos fijos se contrajeron marcadamente en enero y febrero, pero la contracción parece haber tocado fondo.
En algunos aspectos, la economía planificada de China está mejor posicionada que las economías de mercado para soportar estos shocks importantes, porque el estado puede ordenar los recursos nacionales más allá de los límites de las herramientas macroeconómicas convencionales y ofrecer respaldo directo a las empresas y a los bancos. Pero la economía de China tampoco está fuera de peligro. Con el desempleo en alza, la demanda doméstica y externa probablemente sigan siendo débiles, y una segunda ola de infecciones planteará una amenaza persistente.
Otras economías emergentes van camino a un período particularmente sombrío. Muchas tienen sistemas de atención médica decrépitos, centros urbanos congestionados y altos niveles de pobreza, lo que deja poco espacio de maniobra entre controlar la pandemia y evitar un desastre económico.
Para colmo de males, algunos de estos países deben lidiar con reversiones de los flujos de capital, depreciación de las monedas y un derrumbe de la demanda de exportaciones. Otros enfrentan cargas de deuda formidables que se están tornando más difíciles de financiar.
El gobierno de la India, que ya lidiaba con una fuerte desaceleración del crecimiento, ha puesto al país en cuarentena, pero seguirá enfrentando una crisis sanitaria y económica dual. La negación de la pandemia del gobierno brasileño puede sustentar la actividad económica en el corto plazo, pero los mercados financieros y la moneda del país ya han tambaleado, lo que refleja la posibilidad de un eventual cierre.
Cicatrices profundas
Dicho esto, la masacre económica y financiera provocada por el coronavirus podría dejar cicatrices profundas y duraderas en la economía global.
Los bancos centrales, por lo menos, están redoblando sus esfuerzos frente al desafío. La Reserva Federal de Estados Unidos ha tomado medidas extraordinarias para impulsar a los mercados financieros a través de compras de activos, y para brindar liquidez en dólares a muchos bancos centrales extranjeros.
El Banco Central Europeo, de la misma manera, ha anunciado grandes compras de bonos gubernamentales y corporativos y otros activos, a la vez que afirma que “no hay límites para nuestro compromiso con el euro”. El Banco de Inglaterra va a financiar el gasto del gobierno de manera directa. Inclusive bancos centrales de los mercados emergentes, como el Banco de la Reserva de la India, están considerando un alivio cuantitativo, que evitará que los mercados financieros se congelen.
Pero los bancos centrales no pueden compensar la caída de la demanda de los consumidores o estimular la inversión por sí solos. Considerando que las herramientas de política monetaria convencionales y no convencionales ya se han estirado al máximo, los responsables de las políticas fiscales tendrán que hacer un esfuerzo aún mayor.
Las medidas fiscales bien dirigidas pueden amortiguar el golpe a los consumidores y las empresas –especialmente las pequeñas y medianas empresas, que normalmente tienen colchones financieros mínimos-, ayudando así a sustentar el empleo y la demanda. En estos tiempos de desesperación, este tipo de medidas deberían ser abrazadas por todos los gobiernos que actualmente se benefician de costos de endeudamiento bajos, aún si tienen altos niveles de deuda pública.
Asimismo, los países de bajos y medianos ingresos con sistemas sanitarios inadecuados necesitarán una ayuda sustancial de la comunidad internacional, que potencialmente incluya un alivio de la deuda significativo. Desafortunadamente, la incapacidad del mundo hasta ahora para forjar un frente común da pruebas de la erosión de la cooperación internacional, lo que afecta aún más la confianza de las empresas y de los consumidores.
Eso debe cambiar. El mundo necesita con urgencia un intercambio de información honesto y transparente por parte de los líderes nacionales, junto con medidas agresivas para contener la pandemia, un amplio estímulo para mitigar las consecuencias económicas y una estrategia muy bien calibrada para restablecer la actividad económica tan pronto como sea seguro hacerlo.