Durante décadas, los periódicos impresos fueron la principal fuente de información para la ciudadanía. Permitieron comprender lo que ocurría dentro y fuera del país, seguir de cerca la realidad económica, evaluar a quienes ejercían el poder —con sus aciertos y errores— y registrar los acontecimientos cotidianos que dan forma a la vida pública.
Además de informar, la prensa escrita ha cumplido otros roles esenciales: ha formado opinión, estimulado el pensamiento crítico, educado, entretenido y, en muchas ocasiones, también persuadido.
En los últimos años, sin embargo, la transformación digital ha modificado la forma en que se produce, se comparte y se consumen las noticias. Hoy convivimos con redes sociales, podcast, plataformas de streaming, notificaciones en el teléfono y múltiples medios alternativos. En este entorno, la prensa escrita se ha adaptado. Si bien su circulación impresa ha disminuido, los medios escritos han ganado nuevos espacios.
Han digitalizado sus archivos, diversificado sus formatos, incorporado recursos multimedia y encontrado nuevas formas de atraer a sus lectores. Los periodistas, que antes recorrían el país con libreta y grabadora, ahora lo hacen con un celular y una conexión a internet. Producen no solo textos, sino también videos, clips, hilos y gráficos interactivos que pueden facilitar y mejorar la comprensión de los lectores.
Pero, más allá de los cambios en la forma, lo que no ha cambiado —ni debe cambiar— es el rol que tiene en la sociedad y el compromiso que debe guardar con la veracidad, el contexto y la profundidad. Como dijo Gabriel García Márquez, “la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor”.
Y si bien la oportunidad de cambio es importante, el buen periodismo se distingue por su esfuerzo, por constatar la verdad a partir de hechos, mas no de impresiones o percepciones.

Hoy más que nunca, en un mundo saturado de información, resulta difícil decidir qué leer y en qué creer. No solo por la cantidad de contenido disponible, sino porque muchas veces es complicado distinguir entre lo verdadero y lo manipulado, entre lo que está fundamentado y lo que no. Por eso, la existencia de medios serios sigue siendo indispensable. No porque sean infalibles —ninguno lo es—, sino porque permiten a la ciudadanía tomar decisiones basadas en datos, contexto y análisis adecuados. Y eso, en última instancia, es un pilar fundamental de la democracia.
También es cierto que el desafío de combatir la desinformación no solo es responsabilidad de los medios. Como lectores, decidimos qué leer, qué creer y qué compartir. En un entorno donde las falsedades se propagan con rapidez —y muchas veces sin intención— nuestras elecciones individuales también tienen consecuencias colectivas.
En Costa Rica, la prensa escrita ha tenido además un valor educativo. Ha contribuido a explicar reformas fiscales, procesos electorales, crisis económicas y movimientos sociales; ha visibilizado desigualdades, amplificado denuncias ciudadanas y narrado avances. No es perfecta, pero sí fundamental.
A este desafío se suma otro fenómeno menos evidente, pero igualmente preocupante: la ilusión de conocimiento. Hoy en día abunda la opinión superficial, la cantidad de información y las redes sociales, resulta útil recordar el efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo que explica que muchas veces, quienes menos saben opinan con más seguridad, mientras que quienes tienen mayor preparación dudan más de sí mismos. Esto resulta en un debate público emprobrecido y dificulta decisiones informadas.
Ante esto, la prensa escrita —más allá del formato— conserva su valor como espacio de filtro, pausa y verificación. En tiempos donde opinar es fácil, el periodismo serio sigue siendo un contrapeso necesario. No solo informa: enseña a pensar con cuidado, a buscar evidencias, a dudar con sentido.
Por eso, el futuro de la prensa no radica únicamente en la calidad de las redacciones. También depende de quienes la leemos. En nuestra voluntad de leer con atención, de valorar el análisis profundo, de apoyar con suscripciones o reconocimiento al periodismo que va más allá del titular llamativo.
Medios como El Financiero cumplen un papel muy importante. Más allá de informar, buscan explicar. No se trata únicamente de publicar cifras, sino de ayudar a comprender cómo esas cifras afectan la vida cotidiana de los costarricenses. Por ejemplo, no basta con señalar la variación de la inflación; es necesario explicar qué implica en las decisiones que toman las personas, desde sus compras diarias hasta sus inversiones y créditos.
Durante tres décadas, una de las principales características de este medio ha sido ofrecer un espacio de análisis pausado e interpretación clara y pertinente. En un entorno cada vez más complejo, contar con una fuente confiable no es lujo: es una necesidad.
Es importante reconocer que el periodismo ético y responsable fortalece la democracia, educa a la ciudadanía y pone a circular ideas que, de otro modo, no llegarían al debate público. En una época dominada por la inmediatez, elegir leer con pausa, criterio y exigencia también es una forma de ejercer ciudadanía. La democracia no solo se sostiene con leyes y elecciones, también se construye, día a día, con información de calidad.
En tiempos de inmediatez y polarización, la prensa sigue siendo una herramienta esencial para que un país piense, debata y avance con criterio. Y Costa Rica necesita —hoy más que nunca— disponer de información confiable, con profundidad y en libertad.
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La autora es economista y directora ejecutiva de la Academia de Centroamérica.