Cuando ocurre un suceso impredecible y atípico, de alcances incuantificables, gran magnitud e impacto multidimensional, estamos frente a un fenómeno metaforizado como cisne negro.
Eso es el coronavirus, un ave que inesperadamente nada en las aguas del planeta, con profundas consecuencias geopolíticas, asimismo para las relaciones internacionales y las políticas públicas.
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¿Evidenció la globalización una de sus grietas más hondas? El cierre de fronteras, caos por la disrupción de las cadenas de distribución globales, debilidad de las economías nacionales y, claro, los retos que el COVID-19 ha supuesto para la interconectividad individual, nacional y mundial, apuntan hacia la desconexión sistémica.
En términos de política exterior, la catástrofe sanitaria se acompaña de una agudización de conflictos -fricciones entre China y EE. UU.- que van desde acusaciones xenófobas, amenaza de recesión mundial, hasta una competencia entre naciones para conseguir una vacuna o una cura, por citar algunos ejemplos.
No a discusiones bizantinas
Con respecto a las políticas internas, al reafirmarse el control territorial se reactiva el Estado, regresan los poderes públicos, sus expertos, su capacidad organizativa y su autonomía.
La acción pública frente a la crisis desata discusiones en torno a lo público y lo privado, la configuración de los sistemas de salud, el gasto frente a la austeridad, la protección del empresariado o del trabajador. Lo cierto es que la gestión de esta pandemia no se alcanza solo con las leyes del mercado.
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Atrás polémicas, en lo que a Costa Rica respecta, apoyemos la acción estatal, encabezada por un Gobierno que está reaccionando. Evitemos la falsa contradicción economía-salud, en la guerra la logística es crucial, pero los combatientes de primera línea son esenciales. No a discusiones bizantinas.
Derrotemos al cisne negro.