Las políticas comerciales del presidente Trump se caracterizan por el proteccionismo y su ruptura con el orden económico global. El pretendido rediseño del orden económico mundial ha llevado a una guerra comercial planetaria, aunque recientemente Trump ha tenido que dar una relativa marcha atrás.
La políticas trumpistas derivan de varios factores. Por una parte, está la insatisfacción del presidente y su más leal grupo de asesores con los déficits comerciales de los Estados Unido, especialmente con China.
En segundo lugar está la pretensión de priorizar las industrias nacionales y la creación de empleo protegiéndolos con barreras arancelarias que tratan de repatriar las industrias insertas en la globalización (Estados Unidos Primero).
Finalmente, otra explicación para la nueva orientación de la política comercial proviene del recurso al argumento de la seguridad nacional, particularmente enfatizado en los impuestos al acero y aluminio de importación, pero también utilizado en el caso del fentanilo y la inmigración.
Las características de la nueva política aduanera se definen por altos y diversos aranceles, especialmente en el caso de China, definida por el inquilino de la Casa Blanca como el más grande abusador de la economía de su país. El énfasis en el trato bilateral fuera del marco multilateral parece condenar al desconocimiento de la otrora importante Organización Mundial del Comercio (OMC). En el inicio de esta fase de la guerra arancelaria lo mismo se aplicaron las tarifas a los aliados históricos (Europa) que a los considerados adversarios (China). El más reciente anuncio de la pausa de noventa días concedida por el magnate no cobija a China y mantiene el impuesto del 10% a todos los países.
Las consecuencias negativas de la pugna comercial van a traer el aumento de precios para el consumidor norteamericano y daños para sus industrias exportadoras y agrícolas que sufrirán por represalias arancelarias. Las cadenas de suministro en una economía mundial interdependiente también padecerán incertidumbre y desestabilización. Las relaciones económicas con los aliados experimentan serias tensiones y el mundo se inquieta profundamente ante la posibilidad de un desaceleramiento económico global y las posibles salpicaduras de la incertidumbre económica hacia las relaciones políticas.
No hay que olvidar que la guerra de Trump tiene significativas consecuencias en la política doméstica de los Estados Unidos.
La polarización que provoca ha generado ya importantes divisiones en el partido republicano, pues hay sectores que se apartan del “América primero”, particularmente aquellos ligados con la agricultura y el comercio internacional, que se unen a las confrontaciones ideológicas entre partidarios del libre comercio y los sectores proteccionistas.
A lo anterior hay que añadir los intereses de diversos sectores sociales. Los granjeros del Medio Oeste que han sido afectados por las represalias arancelarias de China no están muy contentos. Los obreros industriales de la Franja del Óxido (estados desindustrializados) podrían estar muy felices, pero aquellos que trabajan en industrias exportadoras sufrirían las represalias arancelarias. Iguales reacciones podrían verse de parte de los consumidores que experimentarán la inflación en sus billeteras.
Los efectos internos de la guerra arancelaria varían regionalmente y sectorialmente, interaccionan con la política electoral, produciendo respuestas políticas diversas.
Los cambios de actitud en los sectores financieros fanáticos de Trump, ante la espectacular caída de las bolsas de los últimos días, muestran divisiones internas en el trumpismo. Un ejemplo de eso es el enfrentamiento que tuvieron el empresario Elon Musk y Peter Navarro.
Junto con todas estas consecuencias, se debe sumar una relevante a nivel internacional: la fractura de la confianza en Estados Unidos por parte de sus aliados más importantes. Es esperable que nada vuelva a ser como antes o al menos, Europa, Canadá, Japón, Taiwán y Corea del Sur están entre quienes ahora tienen otro juicio sobre el gobierno estadounidense.
Empero, el retroceso reciente de Trump, decretando una pausa de noventa días en la aplicación de los aranceles, ha calmado algunos malestares.

Este claudicación muestra que las terapias de shock no siempre funcionan automáticamente y que la reculada de Trump muestra su carácter errático y ausencia de estrategia.
El desorden creado por la espontaneidad arancelaria desplomó las bolsas mundiales, llevó a la venta masiva de los bonos estadounidenses, castigó al dólar y puso al mundo al borde de la recesión.
Finalmente Trump admitió que tenía que ser flexible, después de decir que: “mis políticas nunca cambiarán”.