Tras un año a la cabeza del Poder Ejecutivo, el presidente Rodrigo Chaves todavía no da muestras de tener claro el rumbo de su gestión. La explicación de la indefinición gubernamental debe buscarse en los orígenes de su ascenso a la presidencia.
Luego debe acudirse a su singular manera de ejercer el cargo, lo que ha producido confrontaciones con los otros poderes del Estado y un gabinete inestable: una veintena salidas y despidos en un año.
El reciente resquebrajamiento del partido de gobierno es una muestra de cómo las fracturas originales entre un partido taxi y una presidencia personalista producen contradicciones internas que se reflejan en la gobernanza.
Además, la proximidad de las elecciones municipales ha estimulado las divisiones, pues el mandatario y su círculo íntimo se plantean su permanencia en el escenario y carecen del instrumento para lograrlo.
Por otra parte, originadas en una campaña presidencial interna desordenada, las investigaciones sobre el financiamiento de la campaña del presidente Chaves, desarrolladas por el Ministerio Público, el Tribunal Supremo de Elecciones y la Asamblea Legislativa, ponen en aprietos a importantes funcionarios que podrían enfrentar acusaciones penales, lo cual afectaría la gestión gubernamental.
El alejamiento del país de Chaves por más de tres décadas y lo apresurado e improvisado de la selección de su gabinete, han revelado desconocimiento de la estructura del Estado por parte del nuevo gobierno, lo que ha llevado a la comisión de reiterados errores jurídico políticos, como el cierre de Parque Viva o el nombramiento de los directivos de la Caja Costarricense de Seguro Social.
Las elecciones inéditas del año pasado produjeron una asamblea fragmentada en seis grupos partidarios y un gobierno con una exigua minoría parlamentaria, lo que ha dificultado, entre otros factores, la acción legislativa del Ejecutivo, que pensó podría gobernar por decreto.
A pesar de todo esto, el mandatario Chaves ha logrado mantener una alta popularidad. La aceptación de su gestión deriva de una campaña presidencial intensa donde el candidato outsider logró capitalizar el descontento con la clase política y se presentó como el vocero de lo nuevo, prometiendo extirpar todos los males y reconstruir el país.
La fractura del sistema de partidos, una tercera derrota electoral del PLN y la desaparición del PAC favorecen el alto relieve de una personalidad que no deja de fustigar mesiánicamente a todas las organizaciones políticas.
La popularidad de Chaves se ha mantenido gracias a una agresiva campaña de comunicación centrada en el culto a la personalidad y a la polarización constante que estimula el presidente con los actores institucionales y fácticos.
La más reciente de las encuestas (CIEP-UCR), sin embargo, señala una erosión del apoyo al presidente Chaves, pues el respaldo ronda ya el 60% después de cifras cercanas al 80%.
Los logros legislativos del gobierno han sido escasos, como era de esperar dada su minoría legislativa. Aquí destacan la aprobación de los eurobonos y el mantenimiento del acuerdo con el FMI, aunque este insiste en sostener la regla fiscal, a pesar de la evolución positiva de la deuda pública. En el reglón de los positivos es preciso señalar además las mejoras en la calificación de riesgo del país.
Empero, la venta del BCR, BICSA y las acciones del INS naufragaron estrepitosamente en la corriente legislativa.
La desaceleración de la inflación ha sido señalada como un gran logro; pero, tal como ha sido demostrado por economistas, el costo de la vida para sectores populares ha aumentado.
La reactivación económica está parqueada, el régimen de zonas francas ha crecido, pero el régimen definitivo está estancado.
Las finanzas públicas experimentaron un mejoramiento el año pasado, originado en la reforma fiscal, y el turismo alcanza niveles previos al estallido de la pandemia, aspectos que están vinculados con otros factores y no tanto a la gestión del Ejecutivo. Sin embargo, la apreciación del colón amenaza los ingresos de exportadores y a los sectores del turismo.
La acción administrativa ha mostrado resbalones repetidos, desde la polémica en torno a la Comisión Nacional de Vacunación hasta el reciente episodio de las protestas policiales, donde el presidente confesó desconocimiento de la situación real de los uniformados.
La ruta del arroz no ha logrado la reducción del precio del grano, la ruta de la educación no ha pasado de una escueta presentación de power point y la inseguridad ciudadana sigue creciendo ante la ausencia de una política pública diseñada y ejecutada de manera consistente. El ministro de seguridad confiesa que solo tendrá una estrategia en noviembre, dieciocho meses después de asumir el cargo.
En gran parte, la trayectoria del gobierno, durante este primer año, ha estado marcada por la confrontación. La creencia que la polarización logra amarrar la base electoral dirige los esfuerzos de comunicación gubernamental, lo que lleva al presidente a la búsqueda del enfrentamiento con gran número de actores, minimizando la búsqueda de entendimientos.
El culto a la bronca lo ha llevado a choques con el Poder Judicial, la Asamblea Legislativa, la Contraloría General y los medios de comunicación. Los calificativos de “prensa canalla” y “filibusteros” para los medios de comunicación y los diputados son una muestra de la incendiaria retórica del inquilino de Zapote, lo que no facilita la negociación sino la parálisis política. Centrar el discurso gubernamental en las hormonas no ha facilitado la conversación democrática y la deliberación.
La improvisación y la carencia de equipo se han reflejado en el manejo de las relaciones exteriores, donde el gobierno no ha nombrado todavía a dieciséis embajadores y no logra articular una posición definida frente al régimen de Ortega. El escaso desarrollo de la alianza democrática con Panamá y República Dominicana ha mostrado el pobre dinamismo del nuevo ministro.
La ausencia de visión y de hoja de ruta caracterizan este año de gobierno. La gente todavía guarda esperanzas, pero el empantanamiento gubernamental podría acelerar la erosión de su popularidad. Más todavía si el presidente sigue con su gusto por el conflicto e improvisando (como en materia de seguridad pública). Se nos ha ido un año sin resultados significativos. Gobernar no es dinamitar, gobernar es conversar y lograr acuerdos. Costa Rica no puede darse el lujo de otro año perdido.