La estadía europea del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha provocado intensas reacciones, proporcionales a la sumatoria de incidencias protagonizadas por el mandatario.
Antes de iniciar su gira, Trump atacó a Alemania por fortalecer a Rusia al depender de su gas, al tiempo que necesita la protección norteamericana pero no quiere aumentar su presupuesto militar.
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Esta confrontación la repitió en Bruselas, al acudir al encuentro de la OTAN, exigiendo el 4% del PNB.
La declaratoria de que Europa es un enemigo comercial, equiparándola a otros rivales de EE. UU., no solo profundiza la grieta en las relaciones transatlánticas, sino que facilita los esfuerzos de Putin por fracturar la Unión Europea.
En el Reino Unido, Trump criticó abiertamente a Theresa May y alabó a sus enemigos políticos, para luego retractarse por debilitar la relación entre ambos países, aliados tradicionales en distintas coyunturas.
Con Putin...
En su encuentro con Putin en Helsinki, evadió la situación en Crimea y Ucrania del Este, aceptó un papel más importante de Rusia en Siria y evitó referirse a la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses.
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Desde una tribuna internacional, aprovechó para criticar al fiscal Mueller y los comités del Congreso. La reacción era inevitable. Senadores republicanos rechazaron la débil posición frente a Rusia, y el senador MacCain fue categórico: Ningún presidente anterior se ha rebajado tanto y de manera abyecta ante un tirano.
El impacto de este último error, el cual algunos comparan con un acto de traición, fue tan fuerte que Trump ha tenido que rectificar sus palabras demeritando a las agencias de seguridad. Aunque su base electoral nativista podría apreciar los resultados de esta gira por Europa, el balance de sus acciones no ha sido positivo y bien podría calificarse de desafortunado para la política exterior norteamericana.