Si algo ha cambiado este 2020 es nuestra visión del trabajo y los formatos que deberán ir asimilando las nuevas oficinas, cuyo futuro rol está en redefinición. No es un tema menor, hemos pasado años invirtiendo en generar espacios de trabajo y rutinas corporativas que se han visto interrumpidas, cuestionadas o disminuidas por la pandemia.
Hace años que las herramientas digitales como el correo electrónico, Google Docs, las plataforma de videoconferencias o los canales de chat como Slack habían hecho que la presencia de un trabajador en las oficinas fuera menos esencial. Sin embargo ha sido la llegada de la pandemia la que ha maximizado el uso de estas herramientas, parcialmente explotadas por la influencia de estructuras heredadas, antiguas creencias limitantes o culturas organizacionales jerárquicas, entre otras barreras.
Pero entonces ¿en qué veníamos fallando más, luego de todo lo que nos causó la pandemia? Creo que en eficiencia en general y en darle la espalda a la tecnología en particular, que ya nos permitía trabajar de manera remota o deslocalizada. Estábamos fallando (y me incluyo aunque estuviéramos ya implementando dinámicas de Work From Home en nuestro caso antes de la pandemia) en la concepción de la oficina y el trabajo, que en adelante trataremos con un criterio mucho más racional, abierto y flexible.
Pensemos en los tiempos de traslado (algunos estudios hablan de hasta un promedio de 40 minutos por día en Estados Unidos), la contaminación, la rigidez horaria, el costo del metro cuadrado de la vivienda en las grandes urbes, en separar el lugar de trabajo del lugar que nos da calidad de vida en muchos casos.
Según un documento de la firma Mckinsey, “What’s next for remote work”, más del 20% de la fuerza laboral podría trabajar de forma remota de tres a cinco días a la semana con la misma eficacia que si trabajara desde una oficina. Con este criterio en perspectiva, ya se ven modelos de trabajo híbridos combinando días presenciales con trabajo remoto, incluso hay partidos en bloques semanales, con una semana en la oficina y tres fuera, para las personas que escogen vivir más lejos (esto modifica totalmente el calendario corporativo conocido hasta ahora).
En resumen, se habla de oficinas y sistemas de trabajo totalmente virtuales, trabajo remoto híbrido o combinado con presencialidad y las tradicionales oficinas 100% físicas. Sea cual sea el modelo, las organizaciones necesitarán prácticas claras para garantizar que no haya prejuicios injustos hacia los empleados en función del estilo de trabajo elegido, y que sus sistemas estén diseñados y optimizados para cada opción. Desde crear sistemas de feedback para trabajo remoto, Internet y equipamiento para el trabajo desde la casa, a hacer de las oficinas un lugar seguro de encuentro según las exigencias del nuevo contexto para la salud.
También hay datos que indican que muchos trabajadores quieren volver a la oficina, algunos por motivación intrínseca, otros por las características de su trabajo. Según la encuesta Future of Work de la reclutadora Glassdoor, el 82% de los empleadores cree que sus trabajadores “volverán a la oficina” en 12 a 18 meses, y que tres de cada cuatro trabajadores de oficina están “ansiosos” por regresar. Según algunos estudios, dentro de los puntos débiles de la virtualidad total están: la falta de interacciones espontáneas con los colegas, la dificultad para integrar a los nuevos empleados en la cultura de la empresa de forma remota, la fatiga de Zoom, asientos ergonómicamente incorrectos y el estrés familiar, sobre todo en el caso de empleados con niños.
El futuro
Entonces, ¿cómo deberían ser las nuevas oficinas y modalidades de trabajo, teniendo en cuenta que, mayoritariamente, el trabajo se repartirá entre la presencialidad y la virtualidad, ya no solo por la pandemia, sino por el avance de la tecnología y la conectividad?. Desde Office Future, una interesante plataforma para especular sobre el futuro de los espacios de trabajo a través de la investigación y el diseño crítico, argumentan que el espacio físico, y cómo las personas interactúan en él, está siendo cada vez más influenciado con el entorno virtual, en las interfaces móviles de redes sociales, en la hiperconectividad y en la tecnología de la información. Este criterio nos lleva a una oficina que integra las interfases en su concepción física, no solo a nivel de plataformas sino al de nuestro comportamiento y nuevos hábitos de trabajo, que indudablemente se han visto modificados por la aceleración digital y el distanciamiento social obligado.
No creo que lleguemos a una virtualización total del trabajo, pero de lo que sí podemos estar seguros es que la era del escritorio fijo ha terminado, y las oficinas serán un espacio de encuentro con mayor flexibilidad para adaptarse a las circunstancias de sus trabajadores. Menos metros cuadrados, mejor aprovechados. Más espacios para colaborar. Menos espacio de escritorio individual.
El coronavirus no matará la oficina, ni la capacidad de trabajar de forma remota alejará a la mayoría de las personas de las ciudades, pero permitirá que muchas personas vivan y trabajen de distintas maneras y desde distintos lugares. Así como arriba la autogestión y la horizontalidad al mundo del trabajo, se viene una oficina menos tabulada o preconcebida, hiper vinculada a los espacios virtuales, más flexible y abierta a personalizar los espacios de trabajo. La influencia virtual, se hará cada día más presente en nuestros trabajos y oficinas, pero deberá estar teñida de nuestra calidez humana.
Creo que el concepto de “tiempo de calidad” se posicionará como una de las mejores variables para medir nuestra eficiencia en el nuevo ecosistema del mundo del trabajo. Para muchos sectores, es hora de dejar de tasar la productividad bajo la variable de las horas invertidas, y ponderar en su lugar la calidad del trabajo realizado, priorizar la calidad de producción, sin supervisar tanto el tiempo de trabajo.