En medio de las desalentadoras señales que la Casa Blanca ha venido emitiendo como parte de lo que parece será el cuestionable estilo diplomático de la segunda administración Trump, la región —tras lustros de ser ignorada por los últimos gobiernos estadounidenses— recibió la visita de su secretario de Estado, Marco Rubio. No hubo sorpresas.
En su primera parada, el funcionario estadounidense reiteró a Panamá la importancia que el canal tiene para la seguridad de los Estados Unidos (EE. UU.) y la preocupación que les genera la operación de los dos puertos adyacentes manejados por una empresa de Hong Kong. Luego de la reunión, el presidente Mulino no tardó en anunciar que su gobierno no estará renovando el Memorándum de Entendimiento suscrito con China en el 2017 sobre la “Ruta de la Seda”, e invitó a las firmas estadounidenses a participar en varios concursos para obras de infraestructura en trámite, como una forma de aminorar aquellas preocupaciones. En El Salvador, Rubio prometió apoyo en el desarrollo de una planta de energía nuclear y logró el consentimiento del gobierno de Bukele para convertirse en el residuo carcelario de los EE. UU., con el propósito de recibir en su territorio delincuentes de diferentes nacionalidades, incluyendo criminales estadounidenses.
En Costa Rica, como era de esperar, los temas fueron tratados con menor algidez y no hay todavía nada concreto sobre la mesa.
Como se sabe, una de las preocupaciones más relevantes para los EE. UU. es el tema migratorio y nuestro país no ha sido, hasta el momento, una fuente importante de personas con deseos de establecerse allá, por lo que la recepción de deportados no podría haber ocupado un punto crucial de dicha agenda. Por el contrario, hemos sido por décadas un país receptor de migrantes —de Nicaragua desde hace muchos años y más recientemente de nacionales de República Dominicana, Venezuela y Colombia—. Somos también, eso sí, un corredor frecuentado por nacionales de muchos países en su transitar hacia los EE .UU. y es aquí donde existe espacio suficiente para la colaboración e implementación conjunta de programas que mejoren los controles actuales, dada la indudable porosidad de nuestras fronteras.
Asimismo, Costa Rica se ha convertido en los últimos años en un corredor para el narcotráfico, al punto de que los índices de homicidios en casi todos los cantones del país han roto todos los récords históricos hasta convertir la inseguridad en uno de los temores más angustiantes que enfrentan los costarricenses. Las autoridades nacionales han dado muestra de su incapacidad para atender adecuadamente esta amenaza, por lo que todo el apoyo que pueda dar el gobierno norteamericano en la lucha contra el crimen organizado será siempre bienvenido. Ojalá que los “estudios” que harán luego de la visita desemboquen verdaderamente en un apoyo efectivo para atacar este flagelo, que golpea inmisericordemente a todos los países involucrados: desde donde se produce hasta por donde transita y se consume.
En el campo comercial, la estrecha alianza que se ha forjado entre los dos países desde hace mucho tiempo, pero que se ha profundizado con la vigencia del Tratado de Libre Comercio, es prueba fehaciente de los beneficios mutuos que arroja la integración económica cuando esta se da con base en reglas y principios que las partes están dispuestas a respetar. Si algún mensaje debió llevarse Rubio es que Costa Rica espera —para beneficio de ambos lados— que la estabilidad y seguridad de los acuerdos existentes garantizan el punto de partida idóneo para fortalecer los lazos, recibir más inversión y profundizar esa integración en el marco del nearshoring y el friendshoring, sobre todo a la luz de las declaraciones recientes del presidente Trump amenazando con imponer aranceles sobre los microcomponentes y productos farmacéuticos de todo origen.
Finalmente, no podía faltar el tema de la relación con China, siendo este el más delicado a tratar. Aún cuando el enviado especial para América Latina le haya otorgado al gobierno de Chaves el dudoso honor de calificarlo como el gran aliado en la contención de la influencia de China en la región, lo cierto es que las buenas relaciones de nuestro país con el gigante asiático no deben verse afectadas. La razón es obvia: China es y seguirá siendo un actor cada vez más relevante en el plano internacional y la estrategia comercial del país nos manda mantener relaciones armoniosas y estables con todos los mercados del mundo sin discriminación, en especial con los que tenemos acuerdos comerciales vigentes.
Nadie cuestiona que la relación con EE. UU. sea la más importante, pero ello no obliga a distanciarse del resto del mundo. La forma en que naveguemos entre esas dos aguas es quizás el reto más complejo que enfrenta la diplomacia política y comercial de Costa Rica.