Luego de décadas de debate mundial, es de amplia aceptación que tener bajas tasas de inflación favorece una amplia gama de variables incluyendo el cálculo económico, los costos esperados en los negocios y la capacidad adquisitiva de las familias. Sin embargo, lo que pueda entenderse por bajo, estable y factible podría ser sujeto de múltiples interpretaciones.
La experiencia internacional muestra la gama de modelos de metas de inflación adoptadas por países con los cuales compartimos cercanía geográfica, vínculos comerciales o desarrollo similar. Por ejemplo, México, Guatemala y Honduras han establecido metas del 4% con un rango ±1% mientras Colombia y Chile manejan los mismos valores que Costa Rica, es decir, 3% con un rango ±1%. Otras naciones no han considerado necesario apuntar a un único valor sino que definieron rangos de mayor o menor cuantía. Por ejemplo, el modelo uruguayo comprende un intervalo que va desde el 3% hasta el 7% mientras en Vietnam sólo existe un techo del 4%. El país puede aprovechar las lecciones derivadas de gestionar todos estos casos.
El debate podría ser intenso y con múltiples posiciones, algo propio de democracias maduras donde los temas se discuten con evidencia, criterio técnico y amplia consideración de las implicaciones que una variante como esta podría tener.
Las primeras inquietudes de expertos parecen sugerir los ejes sobre los cuales se encaminaría el diálogo planteado. Tres elementos generales parecen destacar.
Primero, la valoración de si estamos en un momento oportuno para discutir una nueva meta, más restrictiva, cuando la producción muestra señales de desaceleración. Inclusive, de manera general, cabe analizar si una reducción de la misma podría significar asumir una política monetaria muy limitada con eventuales impactos adversos sobre el Producto Interno Bruto, promoviendo una reducción aún mayor de la tasa de crecimiento. En materia de holgura de la política, no es lo mismo tener un rango de 1% para una meta puntual del 3% que tenerla para una meta del 2%.
Segundo, los correquisitos del esquema de metas de inflación deberían ser revisados en conjunto con el porcentaje mismo. Por ejemplo, tal y como lo planteó uno de los expertos financieros del mercado nacional en un artículo de EF, el Banco debería también apuntar a modificar el funcionamiento de los mecanismos de transmisión de la política monetaria que hoy día no son tan ágiles como se espera. Por lo tanto, existe una especie de preocupación por enfocar la discusión únicamente en el valor de la meta y no en el esquema y sus partes como un todo.
Tercero, el potencial impacto negativo en la reputación del Banco Central si en cuestión de pocos años las condiciones domésticas e internacionales cambian, obligando al ente a modificar de nuevo la meta pero esta vez hacia el alza. De hecho, economistas han considerado que por la forma cómo se ha conducido la política monetaria reciente, el mismo banco se ha encargado de erosionar la credibilidad en el esquema mismo ya que, cuando se visualiza un acercamiento al límite superior, el Banco Central de Costa Rica (BCCR) actúa de forma pronta y drástica, pero cuando el incumplimiento se da en el límite inferior no se da la misma prontitud para llevar la inflación a dicho valor. En otras palabras, hemos estado con un cumplimiento a medias.
Finalmente, muchos otros temas posiblemente entrarían en la palestra. Inquieta pensar hasta dónde el BCCR es capaz de manejar la inflación nacional o hasta dónde la misma es resultado de factores externos que en última instancia determinan los rangos de libertad y la verdadera autonomía. Además, resulta importante estudiar los movimientos de los socios comerciales con modelos similares y valorar si en este tema nos conviene más ser líderes o seguidores. Comprender en detalle las ventajas y desventajas de aquellos esquemas con metas por debajo de la nuestra parece una tarea necesaria.
La discusión será compleja y multitemática y por lo tanto no es esperable que un único tema sea suficiente para agotar agenda. La apertura del BCCR podría ser una excelente oportunidad para poner en la mesa de trabajo tanto la meta de inflación como otros asuntos de interés relacionados con la visión y operación de la política monetaria.