La muerte de Isabel II lleva a reflexionar sobre la monarquía en el siglo XXI. En el pasado los monarcas obtenían su legitimidad del derecho divino; sin embargo, esta legitimidad se erosionó, primero con restricciones al poder de los reyes por parte de los nobles, y luego con la irrupción de los parlamentos que limitaron aún más ese poder.
En el Reino Unido las facultades de los reyes fueron condicionadas por la Carta Magna (1215) y la Revolución Gloriosa de 1688 logró el derrocamiento del rey, estableciendo la supremacía del parlamento sobre el monarca.
Las revoluciones francesa y americana generaron otra legitimidad: la republicana. La soberanía reside en la ciudadanía y no deriva de Dios, sino del pueblo. La sucesión de los gobernantes brota de la voluntad ciudadana y no de la sangre.
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Pero… las monarquías siguen existiendo mezcladas con legitimidad popular, ¿cómo explicar la subsistencia del arcaísmo monárquico?
La reducción de los poderes reales por los parlamentos, apartando a reyes y reinas del poder, relegándolos a la función simbólica de Jefes de Estado y de la Nación, significa que, con matices, los monarcas reinan pero no gobiernan.
En Europa las monarquías subsisten en los países nórdicos, Holanda y España, son monarquías parlamentarias y democráticas, pues la legitimidad del gobierno emerge de las urnas. Monarquías constitucionales porque el poder del Rey o Reina está delineado por la constitución, la legitimidad del gobierno surge de los votos que eligen al parlamento y este elige al jefe del gobierno
La situación del Reino Unido es muy particular porque Isabel II fue Reina, pero también, aunque sólo retóricamente, jerarca de un imperio. En efecto, cuando Isabel II asciende, el imperio británico se derrumbaba, los países querían la independencia y las naciones la liberación, la descolonización desmanteló al imperio. La India accede a la independencia en 1947, luego seguirán Sudan, Uganda, Ghana, Kenia, Rodesia, Nigeria, Adén, Malasia y otros. El dominio se desmoronó y, como se ha señalado, a Isabel II le tocó reinar sobre un imperio que se desplomaba pero sin perder la compostura.
La monarquía imperial se transformó en una monarquía simple y en potencia de segunda línea. La joven reina tuvo que garantizar la unidad, continuidad y estabilidad de viejas naciones, su poder simbólico se asentará sobre una ficción, la de una familia real por encima de la política, supuesta representante de varias naciones.
En 70 años de reinado, Isabel se consolida como un punto fijo, ancla que permite a los británicos sobrellevar con decoro el derrumbe imperial y ocultar los horrores del dominio colonial y la esclavitud en África y Asia.
En política interna, Isabel logra definir un nuevo papel monárquico, en momentos en que su imperio se diluye, y lo consigue manteniéndose neutral en política partidaria, a pesar de choques con la primera ministra Thatcher. La reina se transforma en centro estable en un torbellino de caos, alcanza a crear la fantasía de que el imperio sigue vivo, observando sus rituales de siglos y creando el Commonwealth donde convergen naciones que la reconocen como soberana, pero se trata más de una comunidad cultural y sentimental que de una organización política.
La continuidad de la monarquía deberá ser asegurada por Carlos III, quien carece del carisma de su madre, enfrenta tensiones territoriales y pierde influencia en el mundo. En Escocia el independentismo cobra fuerza de nuevo y en Irlanda del Norte crece la insatisfacción con el Brexit.
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El desguace del imperio continuará con el deseo de varias naciones del Commonwealth por separarse de la soberanía británica. Barbados accede a la independencia en 2021, en Canadá (49%) y Australia (38%) la preferencia por la República se anuncia en las encuestas. El Reino Unido continuará perdiendo influencia.
En casa, la supervivencia de la monarquía no está en duda, pues únicamente un 27% de los británicos son favorables a su abolición, pero su futura sobrevivencia depende de un contexto mundial diferente al de 1951.
La nueva rivalidad entre grandes potencias, que Londres no esté en el club, las desigualdades sociales crecientes, la pandemia, la crisis financiera de 2008, la crisis climática, el regreso de la guerra a Europa. Todo configura un mundo nuevo y turbulento. En lo doméstico, la economía está debilitada por una inflación superior al 10%, el riesgo de recesión y la caída de la libra esterlina.
El heredero de la corona enfrentará estos nuevos desafíos, precedido por el alto grado de popularidad de su antecesora. El fin de la era isabelina trae la pérdida de una importante pieza de soft power, el sucesor no tiene las mismas cualidades carismáticas de una reina que personificó el mito del buen monarca, en combinación perfecta de tradicionalismo, invisibilidad, liturgia, modernidad en pequeños sorbos y neutralidad constitucional.
La propensión del príncipe heredero a manifestarse sobre políticas públicas hacen dudar sobre su capacidad de mantener la neutralidad activa de su madre y mantenerse por encima de las refriegas. Empero, la sombra poderosa de Isabel estará presente para impedirlo y mantener la unidad del reino, por ahora.