La llegada al poder de un candidato izquierdista en México asusta a muchos, a pesar de los discursos y gestos apaciguadores del triunfador.
Su abrumadora victoria significa una transformación cualitativa del sistema de partidos políticos mexicanos, con repercusiones hacia el norte y el sur.
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Los cambios políticos no se circunscriben a México. La guerra civil se cierne sobre Nicaragua, y Honduras discute la legitimidad del presidente, reelecto en elecciones opacas.
Familiares del mandatario guatemalteco han sido acusados ante los tribunales; un expresidente está en la cárcel en El Salvador, mientras otro se dio a la fuga, y Martinelli guarda prisión en Panamá.
Inestabilidad política es el resultado y sus efectos se esparcen por todos los países.
La fallida lucha contra las drogas recorre el escenario y los migrantes no dejan de salir en busca de un mejor futuro.
Ciclo de conflictos
Washington decidió, hace muchos años, mover su frontera hacia el Sur (forward defense) para impedir la llegada de droga, con las consiguientes transformaciones de los sistemas represivos regionales y la erupción del crimen organizado criollo.
El muro de Trump no es sino otra postura defensiva que no se ocupa de las causas. Como lo dijo Hillary Clinton, el origen del narcotráfico está en la sed insaciable de drogas de los países desarrollados, el principal esfuerzo para combatir este flagelo debería empezar en el Norte.
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Los migrantes no se detendrán con muros sino con desarrollo que cree empleos y cohesión social, e impida la travesía hasta el Río Grande. Los fondos para la carísima muralla trumpiana estarían mejor empleados en una estrategia activa para crear polos de desarrollo.
La región entera se aproxima a un nuevo ciclo de conflictos, las soluciones inteligentes no deben esperar.