Pienso y pienso -mala costumbre-. ¿Cuál es mi reserva de besos para el resto de la caminata? ¿Cuántos me quedan todavía en la mochila? ¿Serán quizás menos de los que creo? O tal vez muchos, muchísimos. No sé. Los besos que di y aquellos que me dieron. A buen seguro, lo único de lo que jamás me arrepentiré.
Por cada beso, un día más de vida. Si tan solo me llenase de besos -un ingreso fijo- seguro me haría inmortal. Algunos fueron incómodos, convengo. En su momento.
Hoy todos me parecen bellos. Tuvieron su verdad. La verdad del instante, que es quizás la única que existe. Trato de fijarlos en mi memoria, y me siento como esos entomólogos que atraviesan con un alfiler el corazón de las mariposas y las inmovilizan para siempre en sus ataúdes de cristal.
Creo que la profundidad del sentimiento hacía la experiencia más difícil. Al principio, por lo menos. Los besos nonchalants son fáciles. Pequeños espadachines que hacen malabares porque saben que en ello no les va la vida. ¡Pero los besos sinfónicos, esos por los que el alma resbala fuera del cuerpo y se hace líquida! ¡Qué difícil, Santo Dios, qué difícil! Más que tocar el piano, ciertamente.
A veces me preguntaba quién besaba por mí. Como si un ventrílocuo me habitase. Alguien que ni era ni dejaba de ser yo. En otras ocasiones no solo estaba seguro de ser yo, sino que me parecía serlo de una manera más auténtica. Ese yo que se abre paso desde el epicentro del ser y va cortando capas sedimentarias, haciendo trizas las máscaras, desnudándose con la furia de un prisionero que por fin se arrancase su asfixiante camisola.
Cary Grant y Eva-Marie Saint en North by Northwest, Burt Lancaster y Deborah Kerr en From here to Eternity, Grace Kelly y Jimmy Stewart en Rear Window… Yo trataba desesperadamente de aprender. ¡Y pensar que todo lo que de mí se esperaba era ser Jacques Sagot! Convertirme en lo que era. Así de simple.
Ni Cary, ni Burt, ni Jimmy. Total, nadie le preguntó nunca a las glamorosas damas si realmente estaban disfrutando la esgrima lingual a que sus galanes las sometían. Prodigué besos torpones. Como quien pega estampillas. Besos respetuosos de la ley, que presentaban su visa debidamente selladita antes de ingresar… y por eso eran devueltos a casa.
Besos intrépidos, que acaso alguna vez tomaron por asalto la fortaleza… porque ella quería en secreto hacerse tomar. Besos que encontraron sin buscar, besos en Mi bemol mayor, besos como aguaceros.
Besar, besar siempre. Para no morir.