Mientras que el final de la Segunda Guerra Mundial hace 80 años marcó el inicio de una era de razón, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca la ha dejado atrás. Su movimiento MAGA (Make America Great Again – Hacer a América Grande Otra Vez) promete arrasar con el orden económico global de la posguerra, lo que plantea la pregunta de qué lo reemplazará.
“América Primero” parece atraer a un amplio espectro de seguidores, desde trabajadores de clase obrera en el corazón del país hasta los “broligarchs” de Big Tech. Pero, ¿qué significa en la práctica? ¿Existe alguna lógica en la aparente locura de Trump, o cree él, como Mao Zedong, que “Todo bajo el cielo está en caos; la situación es excelente”?
En su segunda investidura, Trump anunció una nueva “edad dorada” estadounidense, que presumiblemente se lograría cumpliendo sus promesas de campaña: acabar con la inflación, imponer nuevos aranceles, expulsar a inmigrantes indocumentados, reducir impuestos y disminuir radicalmente el tamaño del gobierno. Sin embargo, los economistas convencionales señalaron de inmediato que lograr simultáneamente estos objetivos contradictorios será difícil, si no imposible. Después de todo, los aranceles, las deportaciones y los recortes de impuestos son medidas potencialmente inflacionarias.
Un rompecabezas económico
¿Qué debemos pensar de la economía MAGA –o lo que se conoce como “nacionalismo económico”, “Trumponomics” o “economía populista”? ¿Es una rama de la economía o algo completamente diferente? Tradicionalmente, la economía ha estado compuesta por escuelas de pensamiento coherentes: el enfoque neoclásico, keynesiano, monetarista o marxista sigue cada uno una lógica interna definida. Pero MAGAnomics es un revoltijo intelectual.
Tomemos como ejemplo el énfasis de Trump en los aranceles, lo que representa un rechazo al compromiso del enfoque neoclásico con el libre comercio y un regreso al mercantilismo o al desarrollismo heterodoxo de izquierda. Al mismo tiempo, su política industrial –intervenciones gubernamentales activas para apoyar industrias estratégicas, generalmente asociadas con economías planificadas– coexiste de algún modo con los ecos de anarcocapitalismo que implica su guerra contra el “Estado profundo”. Mientras que su rechazo a la austeridad y su tolerancia al gasto deficitario recuerdan al keynesianismo, su enfoque en la desregulación y los recortes de impuestos evoca el legado de Ronald Reagan y la economía del “goteo” (trickle-down economics).

De esta manera, MAGAnomics se presenta a la vez como “pro-empresa” (con recortes de impuestos corporativos y desregulación) y “pro-trabajador” (con reindustrialización, relocalización de empleos y medidas antiinmigración). Al rechazar la lógica de la ventaja comparativa ricardiana, Trump rechaza el criterio supremo de la economía neoclásica: la eficiencia. Sin embargo, apoya la misión del “Departamento de Eficiencia Gubernamental” (Department of Government Efficiency, DOGE) promovido por Elon Musk.
Mientras que algunos analistas han intentado posicionar MAGAnomics como una continuación del pensamiento económico hamiltoniano o del paleoconservadurismo de Pat Buchanan (quien usó la “ansiedad blanca” para empujar a los republicanos más a la derecha que Reagan), muchos otros lo ven simplemente como una reacción a la insatisfacción prolongada con la globalización.
Una mezcla de ideologías
MAGAnomics ha absorbido, sin duda, las ideas de figuras como Peter Navarro (asesor de comercio de Trump y defensor del proteccionismo), Robert Lighthizer (crítico del libre comercio), Oren Cass (conservador defensor del trabajador estadounidense) y Stephen Moore (comentarista y ferviente seguidor de Trump). También ha sido institucionalizado a través de organizaciones como la Fundación Heritage y su Project 2025. Pero a diferencia de las escuelas tradicionales de pensamiento económico, MAGAnomics funciona como un collage de doctrinas contradictorias agrupadas bajo la bandera del nacionalismo y la política del resentimiento.
El atractivo del nacionalismo económico de Trump no reside en su coherencia teórica, sino en su carga emocional. Legiones de expertos y académicos, especialmente economistas, han intentado racionalizar lo que en esencia es un fenómeno emocional.
Por eso, las mejores explicaciones pueden encontrarse fuera de la economía. Consideremos el trabajo de la socióloga Arlie Russell Hochschild sobre la “historia profunda” (deep story) de los seguidores de Trump: aquellos que se perciben a sí mismos esperando en la fila para alcanzar el sueño americano, solo para ser adelantados por forasteros y élites, mujeres y minorías. Aquí radica la base psicológica del atractivo de MAGAnomics, incluso cuando sus políticas son inconsistentes o contradictorias. Trump reinterpreta su orgullo como algo que les ha sido “robado” y los insta a canalizarlo en forma de culpa hacia otros.
Es irónico que la economía neoclásica, tan rigurosa y elegante, haya encontrado su contrincante en un rompecabezas intelectual. Pero esto es consistente con una característica central de MAGAnomics: su animadversión hacia los expertos y las élites. Al reemplazar la lógica tecnocrática de la economía de posguerra, redefine al trabajador estadounidense no como un agente económico dentro de un modelo, sino como una figura simbólica en una lucha más amplia contra el “globalismo” y el desplazamiento cultural. Su poder radica en su capacidad para canalizar frustraciones colectivas en una agenda política cuyo propósito no es la gestión económica, sino el mensaje cultural.
Una confrontación inevitable
Y, sin embargo, MAGAnomics ha sido inquietantemente eficaz en destacar cuestiones no resueltas dentro de la economía: sus implicaciones distributivas (quién gana y quién pierde), sus límites disciplinarios y su enfoque sobre temas como la identidad personal y el impacto emocional. A pesar de sus contradicciones internas y sus políticas polarizantes y reaccionarias, MAGAnomics ha obligado a reabrir estas discusiones.
MAGAnomics puede que no califique como una escuela de pensamiento económico, pero los economistas deben reconocer que no es un simple desvarío, sino un síntoma de los problemas profundos y persistentes del pensamiento económico dominante desde la Segunda Guerra Mundial.
Se necesita una revisión, no solo del trumpismo, sino también de los supuestos que lo hicieron posible en primer lugar. Muchos culpan el ascenso de MAGA al desorden dentro del Partido Demócrata, pero el establishment económico podría ser aún más responsable. Hasta que los economistas no pongan en orden su disciplina, la locura MAGA seguirá aquí para quedarse.
Antara Haldar es profesora asociada de Estudios Jurídicos Empíricos en la Universidad de Cambridge, profesora visitante en la Universidad de Harvard e investigadora principal de un proyecto del Consejo Europeo de Investigación sobre derecho y cognición.