Costa Rica se enfrenta en estos días a la decisión de aportar más recursos para sostener el aparato estatal. Y por Estado desde luego me refiero a esa ficción jurídica que nos inventamos los humanos para vivir en sociedad, no a los gobernantes que lo manejan.
Mi sentimiento es que debemos preguntarnos primero si vale la pena sostener “el Estado” que tenemos. Uno que, a pesar de las montañas de recursos que recibe, no educa a sus niños y jóvenes, ni los prepara para desempeñarse en el futuro que les tocará. De hecho, que ha retrocedido, promoviendo la brecha social.
De igual forma debemos preguntarnos si el Estado que estamos defendiendo nos provee carreteras, puertos y aeropuertos que nos permitan, a los que lo pagamos, ser más eficientes o gozar de mayor bienestar.
También nos podemos preguntar si es un Estado que brinda la debida seguridad a sus ciudadanos. Ya no digamos que evita que las mujeres sean asesinadas cada semana; es que impida que nuestros patrimonios sean vulnerados.
O es acaso un Estado que se asegura de dotar de recursos suficientes a la seguridad social para atender, en forma adecuada, oportuna y efectiva, las variadas necesidades de sus ciudadanos.
Se trata quizás de un Estado que se propone que los montos millonarios que aportamos, lleven los beneficios de la tecnología y la conectividad a todos los extremos de la población, en especial los que más ocupan de ella para salir de su situación de vulnerabilidad.
Un Estado que se obsesiona por promover, estimular y acompañar todo emprendimiento empresarial, que genere empleo, impuestos y desarrollo. Que en vez de poner requisitos, los elimina o simplifica, no se inventa cobros ni prolonga los trámites que podrían tomar unas horas.
En suma, ¿estamos defendiendo un Estado que tiene por razón de ser al ciudadano?
Si ese es el Estado que defendemos, cuenten con mis nuevos impuestos, y mi más encarnizada defensa de ellos. Pero si es poner otra vez plata como en el paquete fiscal de 2018, para pagar un Estado que olvidó hace mucho sus deberes, lo siento. No cuenten conmigo.