Hay algunos ciudadanos que están deseando la conclusión de la actual administración con el anhelo de que, con un nuevo gobierno, llegue el final de todos sus pesares resultado que, personalmente, dudo se concrete.
El problema no se trata, a mi parecer, de un asunto de nombres sino de reglas excesivas, inaplicables e ilógicas y desligadas, en muchos casos, de una realidad que las ha dejado atrás y que sigue tranquila su curso sin ellas.
El ocaso del presidencialismo del que muchos vienen hablando, se ha tornado en algo parecido a una desgastante fase terminal, donde no hay certeza si es que el paciente se niega a morir o es la cobardía de la clase política que no asimila su muerte, lo que impide buscar nuevos modelos para trazar un rumbo distinto hacia el desarrollo.
El sistema actual se encuentra agotado, no operacionaliza con éxito, ni resuelve con eficiencia, las demandas cada vez más complejas que exige la ciudadanía y todo parece indicar que requiere de una cirugía mayor si queremos que brinde soluciones oportunas a los problemas y retos que hoy se le plantean.
En lo anterior, ha coincidido la propia Presidenta de la República, quien, en las celebraciones patrias del 15 de setiembre, ha declarado que “me atrevería a decir que con independencia de quien resulte electo (como presidente, el 2 de febrero), y más allá de sus condiciones intelectuales y de sus buenas intenciones, el estado de nuestra institucionalidad seguirá pesando como un grave lastre para la efectiva realización de las aspiraciones de cualquier gobierno”.
Seguimos restando
Empero, en Costa Rica, nada sucede, el temor al cambio condenó al destierro a cualquiera que se atreviera a hablar de las grandes reformas, juzgándolas siempre por su origen y no por el fondo de las ideas planteadas. Recientemente, para tristeza de muchos, la junta de notables desestimó la convocatoria a una constituyente; preferimos continuar con el nadadito de perro.
En nuestro país tal parece que podrá existir consenso en que algún tema deba ser reformado, pero pocas veces existirá acuerdo sobre qué específicamente debe ser lo que se reforme y nunca se llegará a determinar cuál es el mejor medio para lograr tales cambios.
Hoy, los grandes acuerdos nacionales que requiere el país se encuentran ausentes, lastimosamente todas las fuerzas políticas hablan lenguas distintas, lo que les imposibilita comunicarse y, para buscar puntos de coincidencia, seguimos restando, en lugar de sumar esfuerzos.
Se aproxima una nueva contienda electoral, en la que más que preocuparnos por quien resulte ganador, deberíamos preocuparnos por lo que pueda llegar hacer. Requerimos de un “Pacto por Costa Rica”, que permita impulsar la gran reforma del Estado de la que tanto se habla, pero nunca camina.