William McChesney Martin Jr., además de ser el banquero central que por más tiempo presidió la FED (19 años), es conocido por una célebre frase: “El papel de un banco central es llevarse la ponchera justo cuando la fiesta empieza a ponerse mejor”.
Esta frase encierra que un ente emisor debe reacomodar sus decisiones de política monetaria al entorno económico, o sea, cuando hay indicios de burbujas en ciertos mercados de activos debería implementar políticas monetarias restrictivas; cuando hay indicios de shocks externos, pánicos injustificados u otros factores que aumentan la preferencia por la liquidez, la política monetaria debería ser expansiva.
Otro papel importante de un banco central es funcionar como prestamista de última instancia, esto quiere decir que los bancos comerciales y otras instituciones financieras pueden acudir a él cuando experimenten problemas de liquidez; así el banco central les presta dinero tomando activos como garantía.
En Costa Rica, nuestro banco central pervierte estos dos principios, no solo no retira la ponchera, sino que le pone todo el alcohol que le pidan, además se adelanta en la fila para pasar de ser el prestamista de última instancia a ser el primer prestamista.
El Banco Central de Costa Rica (BCCR) con su forma de operar el Mercado Integrado de Liquidez (MIL) ignora las mejores prácticas internacionales, específicamente aquellas que indican que los participantes del sistema financiero deben planificar sus flujos de efectivo y que, en caso de enfrentar problemas de liquidez, la última opción de su menú de acciones en su plan de contingencia es el Banco Central.
Serias implicaciones
Esto tiene implicaciones económicas, incluso éticas, muy importantes.
En el ámbito económico esta forma de operar implica una inadecuada formación de precios para todo el sistema financiero, donde se presenta un sesgo a subvalorar el costo de la transformación de activos, una de las principales funciones de una entidad bancaria.
Además de distorsionar directamente la formación de uno de los tres macroprecios de la economía costarricense (la tasa de interés), esto a su vez provoca que el sistema bancario, como un todo, tome más exposición y, por ende más riesgos, del que se tomaría sin la fuente de recursos que provee directamente el BCCR en el MIL.
Estas observaciones podrían incomodar a algunos participantes, sin embargo, es importante que consideren que la gestión de liquidez es fundamental en la sostenibilidad de largo plazo de un intermediario financiero, y la actual dependencia de una voluntad político-institucional podría no ser la base estable y desconcentrada de liquidez que se necesita para asegurar esa sostenibilidad de largo plazo. Repito, ninguna junta directiva debería estar de acuerdo con una sobreexposición al riesgo político.
En el ámbito ético, el Central es condescendiente con profesionales especializados en finanzas, y los accionistas de las respectivas entidades, que no realizan un manejo de flujos acorde a las entradas y salidas de su institución.
En muchos casos, acudir a la ponchera del Central no solo es reflejo de un manejo carente de la liquidez, sino que forma parte de una estrategia de apalancamiento fácil y, sobre todo, barata.
Lo que es bueno para las personas de a pie debe ser bueno para las instituciones bancarias: la persuasión moral y, sobre todo en costo para aquellas instituciones que hacen un uso continuo y antojadizo de las facilidades de crédito del Central, debería funcionar de igual forma como lo hace con aquellas personas irresponsables con sus deudas.
¡La ponchera tiene que gestionarse mejor!