Ha sido decepcionante, alarmante y preocupante ver cómo han venido saliendo a la luz los diversos casos de corrupción provocados de la manera más descarada por la empresa constructora Odebrecht.
No es que sea ingenuo y pensara que no había corrupción en las altas esferas empresariales y de gobierno en Latinoamérica, pero la cantidad de millones que se sobrecargaban como costos a docenas de proyectos de infraestructura en toda la región para pagar “mordidas” a presidentes y ministros –entre otros– es imposible que no llame la atención.
Además, nos pone a pensar cuánto pagaremos los latinoamericanos de más por la gestión de obras, y cuántas otras empresas y funcionarios “estarán en las mismas”.
Aunque de otra proporción, no puedo dejar de pensar en nuestra famosa “trocha fronteriza”, la cual –afortunadamente aunque con pasmosa lentitud– va llegando a los tribunales. Ojalá se impongan sanciones ejemplares a quienes las merezcan.
También hay buenos funcionarios y buenos empresarios. Muchos. Pero desafortunadamente para ellos, la opacidad de nuestros sistemas de gestión y contratación pública es tal que terminan todos de manera injusta en el “mismo saco” de sospecha.
Hay que trabajar mucho en la ética en nuestro sistema educativo y de valores. Pero estoy convencido de que la cultura debe ser instrumentada y mientras no alcancemos verdadera transparencia mediante el uso más intenso de tecnología y sistemas de control modernos y en tiempo real, seguiremos recibiendo estas sorpresas en toda la región.
Ojalá se logre sancionar con dureza a los funcionarios y empresarios corruptos. Brasil ha empezado, sin aun alcanzar a todos los responsables, algunos de ellos figuras políticas de altísimo nivel. En Argentina y Perú se ve movimiento positivo, mas otras naciones –resalta Venezuela– más bien en total negación, lo cual hace pensar que son las más altas esferas las que se verán expuestas.