Una sociedad que alimenta y vive en medio de grandes desigualdades sociales, es una sociedad liderada por una clase política que prefiere la rimbombancia de la celebración de 200 años, a la construcción de una sociedad más próspera, equitativa y sostenible.
Madelaine Albright, primera mujer en convertirse Secretaria de Estado de los Estados Unidos dijo una vez “me llevo mucho tiempo desarrollar mi voz y ahora que la tengo, no me voy a quedar callada”. Sin saberlo en ese momento, sus palabras han inspirado a muchas mujeres que hoy dan un paso adelante con la convicción de hacer un cambio.
Las brechas que existen en nuestra sociedad ponen de manifiesto la carrera de obstáculos que tenemos que recorrer las mujeres para adentrarnos en espacios que tradicionalmente han sido ocupados por hombres.
Para muestra un botón. Según datos de la ONU, el 51% de los militantes de los partidos políticos en América Latina son mujeres, sin embargo, sólo el 3% del presupuesto de estas agrupaciones se destina a su capacitación.
Desde el 2000, sólo cinco mujeres han logrado llegar a liderar países en América Latina. 21 años que, tal como lo muestran las estadísticas, solo el 25% de los escaños de los Congresos en la región son ocupados por mujeres y según datos de la CEPAL, en el caso de los poderes judiciales también solo el 24% llega a ocupar los altos cargos. Cuanto mayor es el poder, más amplia es la brecha en términos de paridad, que se eleva incluso al 90% en el caso de las jefaturas de Estado y de Gobierno.
Las cuotas son un paso, pero no resuelven el problema. Las grandes desigualdades, los sesgos y los problemas estructurales son los verdaderos retos que hay que superar si queremos construir una sociedad más próspera y equitativa.
En términos de desigualdad, no es un secreto para nadie las brechas salariales que en el caso de Costa Rica una mujer en un puesto directivo gana el 85% del salario que se le pagaría a un hombre y solo un 24% de las personas que ocupan cargos en juntas directivas son mujeres, es decir prácticamente 2 de cada 10 directivos son mujeres.
En cuanto a sesgos, según datos del Informe de Desarrollo Humano de la ONU 2020, en una encuesta de valores mundial el 49,6% de las personas encuestadas consideran que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres y sólo un 29,1% de los entrevistados consideran que las mujeres tienen los mismos derechos políticos que las mujeres.
Al poner los datos y estas estadísticas sobre la mesa nos damos cuenta que a pesar del alto grado de educación de las mujeres, las barreras estructurales del sistema social, político y económico siguen enraizadas en nuestra sociedad. A estas alturas no es posible cuestionar la discriminación por género, la cual sin duda se fortalece con la retórica barata y discursos vacíos que no van acompañados de acciones que atiendan esas desigualdades estructurales del sistema.
Protagonistas y no víctimas
¡Cuanto tenemos que aprender de aquella Liga Feminista que se creo en nuestro país para luchar por el derecho al voto en 1923! Este grupo de mujeres presentó ante el Congreso de aquel momento, sus propuestas para el reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres y aunque enfrentaron una serie de críticas sociales, prejuicios y una fuerte oposición ante aquella ocurrencia de que las mujeres también pudieran decidir sobre la vida política; su objetivo era claro y su misión era una.
Hoy vemos una tendencia más preocupada por transformar las reglas lingüísticas de la Real Academia Española que por luchar por un sistema social que transforme la vida política y brinde oportunidades para fortalecer la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisión.
El empoderamiento de las mujeres como protagonistas de la política del país no se circunscribe únicamente a las reglas del sistema y las cuotas de participación o alternancia y ciertamente no depende de un “los y las”. La política es acción y por eso toda transformación social inicia a partir de la comunicación que a su vez incide en el sistema de referencia y modifica las percepciones del entorno y contexto en el que nos desarrollamos.
El éxito de una mujer, es el éxito de todas. Abrir espacios, levantar la voz, tener una posición beligerante crítica, incluso hacia nosotras, romper con tabúes y esas falacias que nos ponen una venda en los ojos y que nos hacen excluirnos, segregarnos y hasta ensimismarnos.
La clave está en transformar el sistema para que existan los mecanismos de facilitación para la implementación de políticas públicas que permitan cambios estructurales y que respondan a los problemas sistémicos del entorno que son la causa y el impedimento concreto que obstaculiza la participación de las mujeres en diferentes ámbitos sociales y políticos, pero que repercute en aspectos culturales y económicos.
Liderar con sentido
Siete mujeres en el mundo han sido ejemplo en estos momentos de pandemia: Ángela Merkel -Alemania-, Jacinta Arden -Nueva Zelanda-, Tsai Ing-wen -Taiwán-, Mette Frederiksen -Dinamarca-, Sanna Marin -Finlandia-, Katrín Jakobsdóttir -Islandia-, Erna Solberg -Noruega. Mujeres que con su gestión hicieron un llamado al mundo y demostraron que su capacidad, su liderazgo y visión y su determinación están por encima de cualquier porcentaje de participación.
El mérito siempre deberá imponerse ante las apariencias y la retórica barata. No hay nada más humillante y discriminatorio que llegar a un cargo político de representación porque debía de cumplirse una cuota o una alternancia y no, porque se tiene la capacidad de asumir responsablemente esa labor. No es de recibo mujeres en puestos de poder con voto, pero sin voz, que a manera de rebaño siguen las tendencias de la vieja política jugando a la sombra de quienes hablan muy bonito pero que no llevan a la acción sus palabras.
Hombre y mujeres que realmente vean en la política la posibilidad de transformar la sociedad para abrir oportunidades a jefas de hogar, a ese 26,4% de mujeres que este año, en medio de la pandemia y nadando contra corriente lograron emprender para llevar sustento a sus hogares.
La clase política costarricense tiene una gran deuda con las mujeres. Se necesita impulsar políticas públicas que rompan con esas brechas y donde las instituciones del Estado estén dispuestas a servir y no servirse ofreciendo créditos para emprendimiento, redes de cuido para niñez y adultos mayores, capacitación formal e informal para potenciar habilidades de liderazgo y de gestión.
Nos ha tomado años navegar en mares y corrientes tempestuosas de desigualdad. Hay una gran responsabilidad en las instituciones del Estado y en las agrupaciones políticas por promover procesos de capacitación a todos sus simpatizantes políticos para sembrar habilidades de liderazgo que den su cosecha en la transformación de nuestra sociedad y en una respuesta pragmática a los desafíos y necesidades políticas, sociales y económicas.
Directora General, Dalet Comunicación Política y Social S.A.