El Producto Interno Bruto (PIB) posee numerosas ventajas y, al mismo tiempo, limitantes. Para Stiglitz, Sen y Fitoussi, reconocidos economistas, hay dimensiones de la economía que tienen un efecto en el bienestar de las personas, y no necesariamente se asocian al PIB. En su análisis “The Measurement of Economic Performance and Social Progress Revisited” , sostienen que el PIB no es una medida del ingreso, ni una medida de bienestar. Insisten en que “no hay ningún indicador que pueda capturar algo tan complejo como nuestra sociedad”.
Un ejemplo es el desempleo, que va más allá de la pérdida de ingresos a la que da lugar. Adicionalmente, hay dimensiones como la salud, educación y conectividad social, que afectan positiva o negativamente las capacidades de los individuos.
Existe literatura abundante que critica el alcance del PIB. Según Gleditsch, autor del artículo “Expanded Trade and GDP Data”, muchas fuentes de datos económicos solo cubren un conjunto incompleto de los Estados del mundo en un momento dado, y muchas de ellas carecen de algunos datos, durante ciertos periodos de tiempo. Por ejemplo, la cobertura del PIB es relativamente amplia para los estados miembros de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), pero a menudo faltan datos para los países en desarrollo y las economías socialistas.
La dimensión educativa del bienestar también es difícil de estimar mediante el PIB. Para Krueger y Lindhal, autores del artículo “Education for Growth: Why and For Whom?”, la literatura macroeconómica ha estudiado cuánto se relaciona el nivel de escolaridad de manera transversal con el crecimiento del PIB. Sin embargo, si no se toman en cuenta otras características, la simple comparación entre los individuos con diferentes niveles de escolaridad sobre estimará el retorno de la educación.
Alcances y limitaciones
En resumen, el PIB es un índice macroeconómico que permite valorar una región o un país, dentro de un espacio de tiempo determinado. Como indicador comparativo entre las economías del mundo, ha tenido múltiples beneficios en la búsqueda del desarrollo. Gracias a ello, el PIB ha demostrado ser el indicador macroeconómico que posee mayor difusión entre académicos y especialistas a lo largo de los años. No obstante, posee muchas limitantes, especialmente para medir el desarrollo social.
Una manera de solventar las desventajas del PIB ha sido la creación del Índice de Progreso Social (IPS), diseñado por académicos como Michael Porter, de la Harvard Business School.
Se trata de un indicador relativamente nuevo (se utilizó por primera vez en 2014), que complementa los índices más importantes de la macroeconomía, tales como el PIB. Este marco de medición integral fue diseñado para ser usado por instituciones públicas y privadas, sobre todo en niveles macro, pero se puede aplicar a comunidades y proyectos focalizados. Su intención es servir como herramienta tanto para gobiernos, como para ciudadanos de naciones y comunidades, que ayude a promover el desarrollo económico inclusivo.
Para explicar el IPS, es de utilidad hacer un comparativo con el PIB de países vecinos, comunidades o proyectos en condiciones similares. Por ejemplo, si se observa el caso de Costa Rica, puede observarse que, pese a tener un PIB inferior al de Panamá en 2016, posee un IPS mayor que Panamá para el mismo periodo (80,12 vs. 73,02). Un país caracterizado por su progreso económico dentro de una región, no necesariamente posee mayor desarrollo social.
El PIB es un indicador macroeconómico que no es capaz de reflejar la riqueza social que entraña la vida de un país. Esto hace necesario complementar el PIB con otro que promueva el desarrollo social. El IPS parece ser un buen complemento, en la medida en que no solo permite diagnosticar el desarrollo social y ambiental, sino también facilitar la prescripción de a nivel macro y micro. Por tanto, el Gobierno, académicos y sociedad civil deben procurar utilizar este índice como herramienta para la competitividad.