A la par de la pérdida de apoyo que viene sufriendo la democracia y del avance de los populismos en este siglo XXI, se da un deterioro en el proceso de globalización que venimos gozando después de la II Guerra Mundial.
Ya desde hace prácticamente una década las críticas contra la apertura y el libre movimiento de bienes y servicios, capitales y personas no han provenido solo de empresarios empeñados en conquistar privilegios, cerrando sus mercados para no tener que competir; de sindicalistas luchando en contra de lo que veían como robo de sus puestos; de jóvenes idealistas y de populistas y socialistas hipnotizados por la magia del estado nacional omnipotente.
También economistas prestigiosos y pensadores, comprometidos con la importancia de libertad y que reconocen las ganancias de la globalización (de 1980 a 2013 la pobreza absoluta cayó de 42,15% de la población a 10,68%), vienen señalando que no se puede menospreciar el impacto negativo de la apertura en las personas que pierden sus trabajos, y que no han recibido compensación.
Además, las personas no solo necesitamos ingresos.
El trabajo, la participación en la producción es una necesidad que tenemos para sentirnos útiles y defender nuestra autoestima. También, muchos trabajadores preferirían mantenerse en lo conocido, en vez de oír de reentrenamientos y cambios de domicilio para usar las nuevas oportunidades laborales de las actividades de exportación.
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Ciertamente la frustración de las personas desempleadas o subempleadas y el resentimiento por sentirse discriminados en el disfrute de los frutos del progreso, no pueden achacarse solo y ni siquiera principalmente, al intercambio internacional y la migración. El cambio tecnológico que conjuntamente con la globalización han enriquecido a los ciudadanos de los países más desarrollados y sacado de la pobreza a cientos de millones de personas en las naciones menos desarrolladas, ha jugado un papel prioritario en la pérdida de empleos industriales en los primeros y en la creación de informalidad y subempleo en los últimos.
Pero no se trata solo de un incremento en las fuerzas intelectuales contrarias a la globalización. Desde la gran recesión, las fuerzas de la globalización se han visto disminuidas en los hechos.
La globalización no es un fenómeno nuevo ni occidental. Podríamos argumentar que se inicia con la migración de nuestros primeros antecesores desde África a Cercano Oriente, Asia Sur y Oriental, Oceanía y Europa.
La formación de los antiguos imperios, y el establecimiento de las rutas comerciales en el Mediterráneo, el Imperio Romano, la unión de China, la ruta de la seda, la conquista de América son ejemplos de globalización.
La onda globalizadora anterior a la actual tuvo un extraordinario vigor y dinamismo. Aunque ya venía desarrollándose desde el inicio del siglo XIX, se aceleró en el último tercio de ese siglo y empezó su declive con la I Guerra Mundial. Posteriormente hubo un gran retroceso con una caída en el porcentaje de las exportaciones respecto del PIB mundial, del capital invertido extranjero invertido en los países en desarrollo y de la proporción de migrantes en la población mundial.
En el actual proceso globalizador, la población migrante sigue creciendo, pero la Gran Recesión hizo disminuir el movimiento de capitales y de bienes en 2008. Luego el movimiento de dinero –sobre todo por inversión directa extranjera e inversión financiera, no por deuda externa– retomó su pauta ascendente, pero mucho más lentamente. Las exportaciones en cambio fueron una proporción menor del PIB mundial en 2015 que antes de esa crisis financiera, y según anuncio reciente de la Organización Mundial del Comercio, en 2016 crecieron menos que el PIB mundial.
¿Estamos al final de la actual ola globalizadora?
La historia muestra que el progreso institucional tiene avances y retrocesos. ¿Estaremos en el punto de inflexión que da inicio a una contracción de la integración internacional?
Los números no son determinantes. Los niveles alcanzados en esta ola globalizadora en cuanto a exportaciones de mercaderías en proporción al PIB Mundial y en migración en relación con la población total son mayores en mucho a los de la ola globalizadora anterior, pero ellos por sí solos no indican si seguirán superándose o estamos por iniciar su declive.
Además del debilitamiento del movimiento de capitales y de mercaderías hay factores políticos que amenazan la globalización. La creciente frustración de los trabajadores que ven perder sus puestos por la importación de mercaderías extranjeras más baratas significa una grave amenaza para la globalización. Los populismos nacionalistas son un claro ejemplo de ello.
Ya en 2010 Dani Rodrik en The Globalization Paradox argumentó que no se pueden satisfacer simultáneamente la democracia nacional, la autodeterminación de la naciones y la globalización económica, pues esta última requiere reglas internacionales que a menudo –como ahora ocurre en diversas naciones avanzadas– pueden ser opuestas a los deseos de sus mayorías.
Por otra parte, un elemento diferenciador de esta ola globalizadora es la extraordinaria velocidad y el bajísimo costo de la transferencia internacional de ideas, tecnologías y experiencias.
Esta revolución de infocomunicación acerca a las personas y empresas de diversos países de manera tan intensa que es difícil prever consecuencias, pero es claro que facilitan la globalización, casi que con independencia de las decisiones de las naciones.
En el choque entre la eficiencia económica y la infocomunicación, y la no atención a las justas demandas de los trabajadores desplazados y la reacción política nacionalista en contra del libre intercambio ¿cuál triunfará?