Al finalizar el siglo XVI, la Alcaldía Mayor de Nicoya correspondía al territorio que hoy comprende la península de Nicoya hasta, más o menos, la frontera actual entre Costa Rica y Nicaragua. Jurisdiccionalmente pertenecía al llamado Reino de Guatemala y así fue hasta la independencia. Con la creación del régimen de intendencias (1785-1787), pasa a denominarse Partido de Nicoya y se integra a la Intendencia de Nicaragua hasta el final del periodo colonial.
Ese pequeño territorio al norte de la Costa Rica actual tenía cientos de años de desarrollo difíciles de resumir en este texto, pero valga decir que diversas culturas amerindias florecieron y convivieron en él (principalmente la chorotega) hasta 1519, cuando fue “descubierta” por los españoles.
Historiadores como Sibaja y Zelaya (2015) estiman que la población indígena de la península de Nicoya en 1529 era de aproximadamente 9.240 personas y que tan solo 28 años después, en 1557, la población se había reducido a 1.650. Solamente tres lustros después, en 1573, una peste mató en 20 días a 300 indios.
Según estos investigadores, las razones de esta catastrófica debacle demográfica son varias: la conquista del Perú, adonde fueron llevados como esclavos miles de hombres y mujeres de Nicoya, la falta de inmunidad de los indios a las enfermedades traídas por los europeos, la destrucción del sistema agrícola autóctono, el choque cultural y el maltrato al que fueron sometidas estas personas por parte de los españoles.
Como nota curiosa, la participación de la Alcaldía Mayor de Nicoya en la conquista del interior del territorio costarricense por las huestes de Juan de Cavallón y Juan Vázquez de Coronado resultó fundamental entre 1561 y 1562.
Luego de la catástrofe demográfica citada, la población indígena se empezó a recuperar a fines del siglo XVII, aunque, por supuesto, cada cierto tiempo Nicoya enfrentó la muerte por distintas pestes que asolaban sus pueblos, la mayoría de los cuales se habían extinguido para 1751.
Muy posiblemente a fines del XVII, empezó a llegar también una incipiente población afromestiza libre, que poco a poco fue adquiriendo pequeñas haciendas en los alrededores del pueblo de Nicoya, mientras que al norte, donde hoy está Liberia y alrededores, se crearon en el siglo XVIII grandes haciendas cuyos dueños eran españoles de Rivas, Nicaragua, quienes utilizaban también mano de obra afromestiza para mantener sus hatos ganaderos.
Asimismo, la población indígena y la población afromestiza libre (los ladinos) mantuvieron la mayor parte del tiempo relaciones algo tensas aunque por supuesto también sucedió lo inevitable en el mundo hispanoamericano, ambas poblaciones se mezclaron y el resultado fue una amplia población mixta, con antepasados indios y afromestizos, principalmente, y unos pocos españoles.
No debe extrañar, para el caso guanacasteco, que la mentalidad popular e incluso la academia citen el origen chorotega de su gente y resalten casi exclusivamente la herencia indígena de este pueblo. Aunque es innegable y fundamental la contribución indígena en las raíces familiares de los guanacastecos, se han olvidado por completo de los afromestizos del periodo colonial cuyo peso demográfico fue, en algunos momentos de la historia de esta región, mucho mayor que la de cualquier otro componente sociorracial (el término “raza” involucrado en este concepto hace referencia a su acepción histórica, porque como bien sabemos raza humana es una sola).
Para esta afirmación nos basamos en la serie de bautizos de Nicoya que se conservó entre 1783 y 1804, según la cual, del total de 2.792 bautizos registrados, 73,5% correspondió a mulatos, 20% a indios y tan solo 1,1% a españoles.
En el caso de los bautizos de Liberia, el historiador Carlos Meléndez (1967) contabilizó 397 bautizos entre 1790 y 1800, de los cuales 342 fueron consignados como mulatos (86%), 20 como españoles (5%), 19 como indios (4,85) y 16 como mestizos (4%).
¿Quiénes eran?
Sospecho que los mulatos de Nicoya tenían, en realidad, un componente indígena mayor que la ancestría española misma que pudieran portar y, por tanto, eran en realidad trihíbridos; es decir, tenían un componente africano —que los marcó definitivamente en lo social—, un componente indígena —que fue mayoría durante la mayor parte del periodo colonial y quizá hasta la primera cuarta parte del siglo XVIII— y un componente español reducido —lo que se deduce de la escasísima población hispana durante todo el periodo colonial en esa región—. Todo ello nos lleva a la conclusión de que esta población era más bien zamba (definición que daba la sociedad de castas) pero que la categoría relacionada con los africanos las marcó más fuertemente respecto de los demás elementos sociorraciales.
También resulta importante en la historia de la región que esos dos grupos que conformaban los ladinos (los no indígenas) en el Partido de Nicoya se enfrentarían después cuando se gestaba la agregación de Nicoya a Costa Rica: los pequeños propietarios mulatos en la jurisdicción del pueblo de Nicoya y los hacendados españoles de Rivas al norte del partido. Además, los vínculos familiares y políticos se dividían entre Nicaragua, para la región norte del partido, y Costa Rica, en el pueblo de Nicoya y demás territorios al sur.
Por supuesto, los rivenses, por pertenecer a otra jurisdicción, aunque con gran poder económico, no tenían voz ni voto en los asuntos del Partido de Nicoya, aunque las autoridades de Liberia inicialmente se opusieron a firmar la anexión.
Por otra parte, la idea de integrar la Alcaldía Mayor de Nicoya a otra unidad territorial surgió desde tiempos remotos y ya en diciembre de 1665 el Cabildo de Cartago pedía a las autoridades de Guatemala que se uniera la citada alcaldía a la Provincia de Costa Rica.
Sin embargo, no sería hasta muchos años después, el 25 de julio de 1824, que los 25 firmantes del Acta de anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica concretaron la decisión de formar parte del naciente Estado. Se debe tener en cuenta que los 25 que firmaron no son todos los presentes en el acto (que se realizó en cabildo abierto), solo sí los más representativos, los que sabían firmar y los que tenían alguna cuota de poder. Por ejemplo, Toribio Toruño firmó por un número no determinado de “principales” del pueblo que estaban presentes y también se cita que participó gente del común del pueblo. Esos “principales” eran los tradicionalmente llamados “indios principales”.
Los motivos de la anexión fueron entonces políticos y económicos: el comercio por el puerto de Puntarenas, la estabilidad de Costa Rica respecto de las “conjuraciones y disensiones” en Nicaragua, la creación de escuelas y tribunales de justicia, el comercio tabacalero, la seguridad militar y la pobreza que enfrentaba la región.
Sin embargo, la firma del acta fue tan solo el inicio del proceso que se consolidó cuando la población de Guanacaste (hoy Liberia) decidió integrarse a Costa Rica, entre 1831 y 1838.
En cuanto a la composición sociorracial de los firmantes, se comprueba que la gran mayoría fueron ladinos (es decir, no indígenas): 19 mulatos (76%) y 3 españoles (12%). De los 19 mulatos, hay dos que reciben a veces otra categoría sociorracial: uno de ellos también es citado como mestizo (Felipe Santiago Medina) y otro como negro (Sebastián Gómez). En tanto que solo 3 eran indios (12%).
Precisamente entre los mulatos estaban los descendientes de aquellos pequeños propietarios de mediados del siglo XVIII, algunos de los cuales a fines de ese siglo ya eran hacendados que competían con los grandes propietarios españoles de Rivas.
Solo un ejemplo, el 23 de junio de 1785 se hizo un censo de las haciendas del Partido de Nicoya, donde consta que Margarita Moraga, viuda de Francisco Javier Viales, era dueña de 8.000 reses y sus hijos Timoteo, Lucas y Juana Viales Moraga de 400, 300 y 300, respectivamente, y por último el capitán Luis Briceño tenía 600 reses.
Como se ve, los Viales poseían 9.000 reses y si se le suman las 600 de Briceño (yerno de Margarita y cuñado de los otros tres), tenemos que contaban con 9.600 reses. Margarita, sola, superaba con creces a cada uno los dos hacendados rivenses que tenían más ganado, don Andrés González de Araujo y el coronel don Francisco Cabezas, cada uno con 5.000 reses; y ella y sus hijos juntos casi igualaban el monto total de ambos señores.
Entre los firmantes del acta, la familia con mayor presencia es la Moraga, pues 10 de los signatarios y 6 de sus cónyuges eran sus descendientes; es decir, un 64% de los firmantes estaban relacionados con la familia afromestiza Moraga.
La segunda familia con mayor representación entre los firmantes y sus cónyuges es la Viales, con 11 (44%) y la tercera es Briceño con 7 (28%). La historiadora Claudia Quirós ya se había referido a la relevancia de estas dos familias (2005). Si unimos los datos de estas dos familias, tenemos que 12 (48%) firmantes o sus cónyuges tienen relación con estas (se excluyen 6 de los vinculados a Briceño que también descendían de los Viales).
Pese a que la provincia de Guanacaste ha tenido alguna mejora en las cifras de desarrollo que dan el Estado de la Nación y el INEC para 2023, 200 años después de la anexión, aún enfrenta algunos de los retos que la llevaron a unirse a Costa Rica, en busca de concretar sueños de prosperidad, desarrollo e igualdad para todos sus pobladores.
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El autor es escritor y genealogista.
Esta publicación es parte del especial 200 Años Anexión Nicoya de ‘El Financiero’. Cliquee aquí para consultar todos los reportajes y artículos.