El 14 de diciembre pasado finalizó en Buenos Aires la XI Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Nadie esperaba acuerdos en dicha cumbre, como efectivamente sucedió.
Sin embargo, sus resultados no deben juzgarse por ello. Hay una gran riqueza en la naturaleza de los desacuerdos.
Para tomar acuerdos la OMC requiere el consenso de sus 164 miembros. Basta que un país, por intereses comerciales o incluso por poses políticas no acompañe un tema, para que no puedan alcanzarse acuerdos.
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Esa es la arquitectura con que se crearon y han operado las instituciones de la gobernanza global en el siglo XX, al menos hasta la adopción del Acuerdo de París.
Como Buenos Aires, varias de las diez cumbres ministeriales previas, solo alcanzaron acuerdos en asuntos misceláneos y administrativos. De los que sí se alcanzaron en cumbres anteriores, algunos están aún en fase de implementación.
La Ronda de Doha, lanzada en el 2001 y discutida durante 14 años, no llegó a buen puerto y desde la X cumbre ministerial en Nairobi en el 2015, no se avanza con base en dicha agenda.
No obstante, un importante grupo de países considera que mientras no se satisfagan sus intereses dentro de ella, no permitirán la incorporación de nuevos temas ni mandatos negociadores.
Además, la idea de ser país en desarrollo se convirtió en una trampa para muchos miembros, quienes procurando un trato especial y diferenciado, han llegado incluso a pretender que, como condición para plantear nuevas negociaciones, se les deben garantizar excepciones a reglas futuras, que aún ni siquiera existen.
Esto se ha convertido en un círculo vicioso que impide que muchos países asuman los compromisos domésticos necesarios para impulsar su propio crecimiento económico y desarrollo.
Una nueva OMC
Desde el 2016, y ante el marasmo negociador que aquejaba a la Organización, Costa Rica creó el Grupo de amigos del comercio electrónico para el desarrollo (FEDs, por sus siglas en inglés), para discutir el tema del comercio electrónico fuera de los órganos regulares, donde no contaba con el consenso de la membresía.
Dicha iniciativa creció rápidamente para convertirse en un diálogo continuo, que convocó a los miembros a discutir la cadena de valor del comercio electrónico y analizar formas para convertirle en una efectiva herramienta de desarrollo.
Su éxito condujo a la creación de otras dos iniciativas informales semejantes durante la primera mitad del 2017 para dialogar informalmente sobre micro, pequeñas y medianas empresas, y sobre facilitación de las inversiones.
En diciembre pasado, en Buenos Aires, las tres iniciativas lograron concretar robustos acuerdos conjuntos en los que numerosos países decidieron iniciar formalmente conversaciones para, de ser necesario, negociar de manera plurilateral nuevas reglas, que gobiernen estas tres importantísimas áreas del mundo actual en el que comerciamos.
Ello podría conducir, eventualmente, a la creación de normas sin necesidad del consenso, y luego multilateralizarlas por el principio de nación más favorecida, uno de los pilares fundamentales del sistema multilateral de comercio.
Con orgullo puedo decir que Costa Rica innovó y lideró el uso de esta nueva arquitectura de la gobernanza global, al dar el primer paso y retar la parálisis del sistema.
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El mecanismo plurilateral permite que grupos de países que comparten intereses o necesidades, se aglutinen en procesos de negociación abiertos y alcancen acuerdos en la medida y tiempo de sus prioridades.
El cumplimiento de la Agenda 2030 y las metas de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas, así como del Acuerdo de París sobre Cambio Climático, están presionando también a la OMC a valorar el mecanismo plurilateral para atender los desafíos comerciales.
Estoy convencido de que una nueva OMC emergió en Buenos Aires y que el futuro de la multilateralidad es, por ende, mucho más promisorio de lo que era antes de la Conferencia.
Es hora de dejar atrás la perversa lógica de que nada está negociado hasta que todo esté negociado, o de que el fin justifica los medios, para dar paso a nuevas nociones, por ejemplo, de que el medio mismo justifica los medios.
Así también se avanza, como estamos demostrando, incluso a un ritmo más acelerado.