Como a toda tremenda mujer, a mi madre se le daba muy bien filosofar. Recuerdo que alguna vez me decía que la integridad de las personas es como un lienzo, que se comienza a pintar cuando salimos de la inocencia de la infancia, cuando ello ocurra, y se prolonga por el resto de la vida.
Es un cuadro que pintamos a solas, aunque de seguro tendremos muchas influencias, Da Vinci las tuvo. Es muy probable que tomemos de referencia verdaderos maestros, o bien nos tratemos de alejar lo más posible de indeseables ejemplos, pero al final es una obra exclusiva de cada uno. Puede que le guste a algunos, o tal vez a nadie, con sus borrones y repintes, con la luz de cómplice o víctima de nuestros estados de ánimo, y aun así refleja lo que realmente somos, como Rembrandt o Rubens.
La integridad, decía ella, es una pintura que no andamos enseñando para arriba y para abajo, ni se la tenemos que andar recordando a los demás. Y sin embargo, no es difícil que quienes nos rodean se hagan una idea bastante buena de la clase de obra que podemos crear.
La pintura que podemos llevar elaborada a cierta edad, es así de fácil dañarla, con un solo brochazo de más, jalonado por un momento de ansiedad, de debilidad o simple indolencia.
Mi madre agregaba que la integridad también es una obra que nos pueden echar a perder los amigos, depende incluso de en qué galerías dejamos que nuestra obra se exponga, y al lado de quien. La integridad para ella era sinónimo de congruencia: quien no actúa como piensa, termina pensando como actúa.
Ahora que estamos viendo candidatos de tantos colores, es razonable preguntarse cómo será el lienzo que cada uno habrá pintado. ¿Quiénes serán expresionistas, cubistas, o surrealistas, sin darnos cuenta? ¿Quiénes solo nos estarán mostrando una esquina y nada del tema central, o quiénes incluso tratan de disimular un impresionismo agudo, sustituyéndolo por un aparente realismo temporal …
Me pregunto, qué habría dicho esa tremenda mujer sobre el cuadro de la integridad que nos venden algunos personajes hoy día….