Shanghái.– Los confinamientos y cierres de fronteras generalizados para combatir la pandemia de la COVID-19 han interrumpido las cadenas de aprovisionamiento mundiales y paralizado en gran medida la economía del planeta. Sin embargo, la verdadera debilidad de la economía mundial actual no es la vulnerabilidad de sus redes de producción globalizadas, sino que las actitudes frente a la globalización —y a China en particular— se han avinagrado.
El temor a la creciente influencia económica de China incide en las decisiones sobre comercio exterior e inversión en estos días, no solo en Estados Unidos. La preocupación por el grado en que la producción manufacturera mundial depende de China generó llamados a repatriar la producción y eliminar a ese país de las cadenas de aprovisionamiento mundiales. EE. UU. amenaza incluso con asfixiar a la economía china a través de la desconexión tecnológica.
Pero quienes critican a China se equivocan al suponer que su sostenido crecimiento económico depende casi totalmente de la continuidad del sistema mundial de libre comercio y el acceso a la tecnología occidental. Aunque China es indudablemente un productor manufacturero mundial importante, el verdadero motor de su desempeño económico durante la última década ha sido el rápido crecimiento de su enorme poder adquisitivo e inversiones en activos fijos, incluidas aquellas en el pujante sector tecnológico del país.
Cambio de marcha
El mundo todavía no se ha dado cuenta completamente de la importancia del desplazamiento hacia adentro de la gravitación económica, alejándose de la «circulación externa». Esto es en parte porque muchos economistas se han dedicado a criticar la expansión de las inversiones chinas y resaltar los posibles riesgos de deuda relacionados. En consecuencia, los políticos en Estados Unidos y muchos otros países aún creen que la forma más eficaz de contener a China es atacar su posición en el comercio y las cadenas de aprovisionamiento mundiales.
Ciertamente, China ha sido hasta el momento la más beneficiada por la globalización económica durante las últimas décadas, principalmente por su integración al sistema de libre comercio mundial antes y después de unirse a la Organización Mundial de Comercio en 2001. De hecho, hacia fines de la década de 1980, los responsables de las políticas chinas proponían que el país usara las cadenas globales de aprovisionamiento y los mercados internacionales para fomentar su industrialización y acumulación de capital. China aprovechó así su abundante mano de obra barata y adoptó un enfoque con «ambos extremos fuera»: importaba repuestos y componentes para ensamblar productos terminados para su exportación.
Pero hace ya mucho que los responsables de las políticas chinas entendieron que este modelo de crecimiento no podía convertir al país en una economía de altos ingresos completamente desarrollada. En especial, el grave impacto de la crisis financiera mundial de 2008 sobre las economías occidentales obligó a China a acelerar el «cambio de foco» a través del desarrollo de un enorme mercado interno más estrechamente integrado y la promoción del crecimiento impulsado por la «circulación interna». Esos esfuerzos ganaron más impulso en los últimos años como resultado de las crecientes fricciones comerciales con Estados Unidos y el reconocimiento de que, para continuar su expansión económica, China necesita superar sus desequilibrios estructurales.
China ha dado varios paso para corregir estos desequilibrios e impulsar la demanda interna. En primer lugar, permitió la apreciación del yuan contra el dólar estadounidense durante al menos una década a partir de 2005 y comenzó a abrir su mercado protegido a empresas extranjeras en línea con los compromisos por su ingreso a la OMC. El gobierno no solo liberalizó las importaciones, especialmente de bienes intermedios y de capital, sino que además comenzó a permitir la penetración extranjera en los mercados financieros y otros sectores no transables. Al establecer un mayor número de zonas de libre comercio, China cumplió sus compromisos en cuanto a inversión de carteras externas y la agilización de los flujos transfronterizos de capital.
En segundo lugar, China aumentó las inversiones en infraestructura física y logística a una tasa superior al 20 % anual durante los últimos 15 años, que produjo nuevas y mejores autopistas, ferrocarriles, aeropuertos e instalaciones portuarias. Durante la última década, por ejemplo, el país construyó una red de ferrocarriles de alta velocidad de más de 35 000 kilómetros (21 748 millas).
En tercer lugar, desde principios de este siglo, las autoridades chinas apoyaron continuamente la construcción a gran escala de redes de infraestructura de información y comunicaciones, y alentó a las empresas privadas a innovar en sectores de avanzada como los pagos móviles, el comercio electrónico, la internet de las cosas y la fabricación inteligente. Esto favoreció el surgimiento de muchas empresas internacionales de tecnología con sede local, entre ellas, Alibaba, Tencent y JD.com. Y a principios de 2020 el gobierno decidió lanzar una nueva ronda de inversiones a gran escala en estaciones base de 5G.
Finalmente, el gobierno chino ha fomentado activamente los planes estratégicos nacionales para integrar las megarregiones económicas nacionales y generar demanda interna. Esto incluye la construcción de la nueva área de Xiong'an, a donde trasladarán las funciones secundarias de la capital desde Pekín, lo que acelerará el desarrollo del triángulo Pekín-Tianjin-Hebei. Además, el gobierno ha estado desarrollando la Gran Área de la Bahía de Cantón-Hong Kong-Macao y está fomentando una cooperación más estrecha entre 16 ciudades en el Cinturón del Río Yangtzé. El delta del río Yangtzé ha liderado el proceso de integración económica entre provincias mayormente industrializadas, encabezadas por Shanghái.
De igual modo, dos de los centros urbanos más importantes del sudoeste chino —Chengdu, capital de la provincia de Sichuan, y Chongqing, la ciudad principal en la sección río arriba del Yangtzé— han recibido incentivos para crear un «círculo de ciudad doble» a través de una cooperación económica más estrecha. Además, el ferrocarril de cargas entre Europa desde el oeste y sudoeste de China, y el «nuevo canal tierra-mar» hacia el sur no solo darán impulso a la economía continental China, también contribuirán a estabilizar las cadenas de aprovisionamiento mundiales.
Ciertamente, a pesar del desplazamiento en curso en la gravitación económica, China ciertamente no tendrá incentivos para desacoplarse de las cadenas de aprovisionamiento tecnológico mundiales, ni retroceder para aislarse. Por el contrario, continuará siendo un participante activo en el comercio y la inversión internacionales y contribuyendo a ellos. Además, al ampliar el acceso de los inversores externos a su mercado interno, apoyará aún más la globalización favoreciendo la corrección de los desequilibrios comerciales mundiales. Sus esfuerzos para estimular la demanda interna crearán más expansión y oportunidades para los inversores locales y extranjeros, impulsando así el crecimiento económico mundial futuro.
Es por lo tanto ingenuo creer que una desconexión tecnológica obligada, las sanciones comerciales o los cambios forzosos a las cadenas de aprovisionamiento mundial pondrán fin a la expansión económica futura de China. Si los críticos son demasiado miopes como para darse cuenta... peor para ellos.
Zhang Jun es decano de la Facultad de Economía en la Universidad de Fudan y director del Centro de Estudios Económicos de China (China Center for Economic Studies), un gabinete estratégico con sede en Shanghái.