He venido planteando mi preocupación por la educación y la necesidad de mejorar su calidad, pertinencia y universalidad, porque estoy convencida que es la única base sobre la que se puede construir una sociedad libre, próspera y justa, que puede resolver los desafíos y aprovechar las oportunidades. Luchar por la educación es una tarea de cada ciudadano –sobre todo si se ha gozado de ese privilegio—.
Sin embargo, la evidencia es abrumadora: no se está haciendo el esfuerzo mínimo necesario para avanzar, al contrario, se debilitan y destruyen instituciones y programas destinados a brindar tan crítico servicio social. Lo mismo sucede en otras áreas clave como la salud, la sana convivencia, la protección del ambiente o su articulación respetuosa e inteligente con la agricultura y la economía en general.
En medio de tanto ruido y resoplo, hay un tema en el que la gran mayoría de los habitantes de esta tierra estamos de acuerdo, y es en la evidente necesidad de mejorar profundamente las instituciones y el marco sobre el que funciona el país, pero esto no puede seguir siendo la justificación para destruirlo. Para los pocos que parecen prestos a sacar ventaja de la situación, no valen los principios o los argumentos. Pero están los que creen genuinamente que algo bueno surgirá de esta embestida a la base de nuestra democracia y estado de derecho, quizás todavía se sienten molestos con las instituciones y líderes que quedaron en deuda con ellos y con todo el país. Tal vez su enojo, y la casi hipnosis que produce un discurso diseñado maquiavélicamente para mantenerles enojados, les impida ver las graves señales de desmantelamiento, y los estragos en que han quedado otros países que caminaron por ahí.
Precisamente por respeto a todas las personas que son víctimas de la manipulación, vale preguntarse si ya estamos frente a un cambio de escenario, uno de verdadera urgencia.

¿Será que alcanzamos ese punto en que la historia luego dirá, era la hora de actuar? ¿Es el momento en que las personas decentes y responsables debamos organizarnos para detener el vendaval y a quienes lo provocan? Ese momento en que lo urgente se impone a lo importante, y se dejan atrás las diferencias con las que nos hemos etiquetado por tanto tiempo unos a otros, separándonos en pequeños fragmentos, volviéndonos débiles y desconfiados. Esa hora en que nos toca convertirnos en una comunidad fuerte en su unidad y compromiso, segura de sus raíces y convencida de que podemos y merecemos tener una mejor realidad.
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Leda Muñoz es catedrática de la Universidad de Costa Rica, exvicerrectora de Acción Social, investigadora en nutrición y desarrollo infantil; coordinadora del Informe Estado de la Nación y exdirectora de la Fundación Omar Dengo. Ph.D. en nutrición infantil y epidemiología.