Como nubes de tormenta en el horizonte, las señales de una desaceleración económica global se acumulan ominosamente. En Estados Unidos, la hiperactividad generada por el gigantesco recorte impositivo de 2017 del presidente Donald Trump alcanzó un pico y hoy se está desvaneciendo rápidamente, sin producir el auge de inversiones prometido.
En Europa, la farsa actual del Brexit amenaza con una disrupción económica severa, inclusive un caos, si el Reino Unido no puede sellar un acuerdo con la Unión Europea antes de retirarse del bloque a fines de octubre. Y, en China, el crecimiento claramente se está desacelerando.
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Al acecho detrás de todos estos problemas está la guerra comercial del “Hombre de los Aranceles”, que ha llevado a los economistas a temer una recesión el año próximo. Por lo general, los gobiernos que enfrentan una desaceleración económica analizan primero la política monetaria, y dependen de que los bancos centrales fuercen una caída de las tasas de interés con la esperanza de fomentar más endeudamiento y gasto. Sin embargo, las herramientas que han utilizado por mucho tiempo los responsables de las políticas económicas para estabilizar los mercados ya no parecen adecuadas para la tarea. Ha llegado la hora de considerar una nueva estrategia para la gestión macroeconómica.
Hace diez años, las tasas de interés globales se redujeron drásticamente para evitar la amenaza de la Gran Depresión II. Pero, 11 años después de la crisis financiera, las tasas todavía no se han recuperado. En todas las economías avanzadas, se mantienen en niveles históricamente bajos —y, en el caso de Suiza, la eurozona y Japón, están por debajo de cero—. Esto significa que los principales bancos centrales tendrán poco espacio, o ninguno, para nuevos recortes cuando normalmente dependerían de ellos.
Los banqueros centrales, por lo tanto, han empezado a pedirles a los responsables de las políticas fiscales que hagan algo más. Como señaló recientemente el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell, “no es bueno que la política monetaria sea la principal apuesta, mucho menos que sea la única”. En la práctica, un papel más importante para la política fiscal implicaría que los recortes impositivos y los incrementos del gasto acompañarían reducciones de las tasas de interés en caso de otra crisis.
Pero esta estrategia tiene un problema: la política. Mientras que la mayoría de los bancos centrales son formalmente independientes, y por ende no están obligados a recibir órdenes directas de funcionaros electos, quienes están a cargo de la política fiscal no gozan de este privilegio. Los presupuestos son confeccionados por políticos, que no tienen otra opción que preocuparse por sus perspectivas de reelección. ¿Cómo pueden justificar el gasto financiado con déficit que agregarían a la deuda pública? ¿No los tacharían de irresponsables, o algo peor?
Supervisión activa
La mayoría de los expertos coinciden en que el programa de estímulo de 2009 del expresidente norteamericano Barack Obama jugó un papel fundamental en la recuperación post 2008. Aun así, les costó caro a los demócratas en la elección parlamentaria de mitad de mandato en 2010. Si se necesitara de nuevo una política fiscal expansiva, los funcionarios electos tendrían muy en cuenta el potencial contragolpe.
Ahora bien, ¿qué pasaría si la política fiscal estuviera tan despolitizada como la política monetaria? Una agencia pública autónoma con un rango definido de poderes en materia de políticas fiscales sería libre de responder proactivamente a las fluctuaciones de la economía. Al igual que un banco central independiente, una “Fed fiscal” estaría integrada por profesionales sin intenciones políticas que operarían dentro de los límites establecidos por el estatuto. En definitiva, seguiría siendo plenamente responsable ante las autoridades electas, pero podría tomar decisiones presupuestarias cruciales mucho más rápido de lo que es posible hoy.
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Sin duda, habría poco espacio para que una nueva autoridad delegada asignara fondos adicionales. Después de todo, la mayor parte del lado del gasto en el presupuesto es no discrecional o relativamente “pegajoso” y, por ende, difícil de iniciar o frenar con poco aviso. Sin embargo, en el lado de los ingresos, una Fed fiscal podría lograr bastante a través de las palancas de los impuestos y las transferencias. Su objetivo fundamental sería variar las tasas de retención de impuestos y pagos de transferencias al margen según fuera necesario, más o menos lo que hacen los bancos centrales con las tasas de interés.
Al crear una agencia de estas características, las autoridades políticas fijarían objetivos y parámetros básicos, y las autoridades electas ejercerían una supervisión activa de manera continua, para garantizar un comportamiento responsable. Pero, dentro de sus límites estatutarios, la agencia estaría autorizada a implementar ajustes oportunos a los ingresos del gobierno en respuesta a las condiciones económicas cambiantes.
El alcance de los potenciales ajustes podría acordarse con anterioridad como parte del proceso de presupuesto anual, dejando en manos de la Fed fiscal la única autoridad para determinar la magnitud y el plazo de los cambios específicos. Alternativamente, a la agencia se le podría otorgar una mayor libertad para tomar esas decisiones por cuenta propia, siempre que la legislatura no emita un veto en un lapso de tiempo específico. En cualquier caso, existen muchas maneras de reconciliar responsabilidad democrática con decisiones despolitizadas.
Obviamente, el mismo tipo de objeciones que se aplican a la independencia de los bancos centrales se harían contra una Fed fiscal. Pero no hay nada inusual en que los gobiernos representativos deleguen áreas clave de toma de decisiones en manos de profesionales. Siempre existen compensaciones entre una prerrogativa democrática y una necesidad tecnocrática, y los países trazan líneas diferentes entre los dos dominios.
En Estados Unidos, nadie cuestiona la legitimidad de las agencias independientes como la Comisión de Valores y Bolsa o la Administración de Alimentos y Fármacos. No hay motivos para que una agencia fiscal autónoma no pueda operar de manera similar. Siempre que su mandato esté cuidadosamente circunscripto y sus operaciones estén estrechamente monitoreadas, una Fed fiscal es una idea que merece la vena considerar.