Opinión

El conmovedor pietismo de don Hipócrates

Columna Embriaguez del Pensamiento

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Don Hipócrates (no, mi querido lector, no estoy fabulando: tal era, en efecto, su nombre) era un “hombre de carros”, como yo soy un “hombre de letras”. Todo lo sabía, sobre el tema en cuestión. Era propietario de una central de taxis, él mismo hacía servicios, y tenía toda suerte de contactos para la importación de automóviles. Lo conocí de la misma manera en que he llegado a conocer a todos mis amigos taxistas: al filo de incontables servicios, que me prodigaba con frecuencia, toda vez que solía estar parqueado a doscientos metros de mi casa, con una flotilla de colegas, esperando llamadas o atendiendo a transeúntes que gesticulaban en plena calle.








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