Si el 1° de enero de 2020 se hubiera evaluado la situación de las naciones de América Central, la conclusión habría sido que la región es la más pobre de América continental, con grandes retos por delante a los que no se sabía bien cómo responder: cambio climático, cuarta revolución industrial, concentración de la riqueza y aumento de las desigualdades y cambios en la dinámica global hacia el Pacífico.
Encima de lo anterior, una pérdida de confianza entre los sectores de sus sociedades, el resurgimiento de movimientos ideológicos del pasado, altos índices de pobreza económica y multidimensional, alta incidencia de corrupción y narcotráfico, y gobiernos enmarañados en todas estas situaciones.
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¡Y llegó la pandemia!
En cuestión de días ha sumido a las naciones en lo que se augura como la más grande recesión desde 1929: caída de la producción en 10 o más puntos porcentuales en relación con las proyecciones, desempleo que alcanzará niveles que no se ven desde 1981, incremento de la pobreza y la disrupción total de sectores productivos esenciales para el desarrollo.
Naciones como El Salvador y Costa Rica presentan un alto endeudamiento y poca flexibilidad fiscal; Nicaragua, Panamá y Honduras enfrentan un endeudamiento medio-alto, y sólo Guatemala se encuentra en una buena posición en términos de sus finanzas públicas.
El Salvador y Panamá no cuentan con un banco emisor, lo que restringe aún más sus opciones para financiar el manejo de la crisis y la recuperación, que no solo debe impulsar el crecimiento económico, sino compensar los enormes impactos sociales.
Los sistemas de salud, por el momento se sostienen. El de Panamá ya llegando a su límite con miles de casos activos en el país; en tanto que países como Costa Rica y Guatemala, mostrando capacidad de adaptación y liderazgos fuertes ante la crisis.
La región y sus naciones —con importantes diferencias entre ellas— no estaban bien antes del arribo del COVID-19.
De cara a los grandes retos que ya se enfrentaban, se requerían cambios profundos en la educación, la plataforma tecnológica de las instituciones y empresas, el clima de negocios: mejorar los costos de transacción y de insumos clave como el capital y la energía.
Se requería, asimismo, aumentar la transparencia y la confianza entre sectores para poder negociar con tranquilidad la distribución de cargas en la sociedad.
Otro mundo
Conforme se empiece a salir de esta gran recesión, que podría prolongarse por muchos meses, será posible darse cuenta de que el mundo ha cambiado mucho, tanto que hoy día resulta imposible predecir la nueva realidad con algún grado de exactitud.
Se dice que el mundo le dará mayor importancia a regresar a cierta autonomía alimentaria, mayor peso a los mercados regionales, que las cadenas de valor se rediseñarán para distribuir el riesgo entre regiones del planeta, que la inversión extranjera buscará nuevos orígenes para su abastecimiento, que aumentarán la digitalización, la automatización de los procesos y el teletrabajo, que el comercio electrónico crecerá rápidamente y los servicios personales serán menos frecuentes.
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Además, que crecerá la colectividad —cooperativas, asociaciones de productores, etcétera—, y que la gestión de riesgo y el análisis de datos serán materia obligatoria en todas las empresas y cadenas de valor.
Cambios, muchas transformaciones que exigirán inversiones en tecnología y nuevas capacidades. Se habla mucho de la necesidad de establecer un salario mínimo universal, con las implicaciones fiscales y macroeconómicas que eso representa.
Basta con ver lo que ha ocurrido con el teletrabajo y la comunicación vía videoconferencias para entender que en el futuro veremos una caída radical en los viajes de negocios: oportunidad para millones de empresas, sin duda, pero también un problema enorme para las aerolíneas, que deberán adaptar sus estrategias.
Un mundo diferente...
Hace más de 2.500 años Sun Tzu, estratega militar y filósofo de la antigua China, decía: “En medio de toda crisis siempre hay oportunidades”; lo reafirmaba 80 años atrás el gran líder y estadista del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill: “Nunca hay que desperdiciar una buena crisis”.
De esta crisis, Centroamérica puede salir fortalecida o muy debilitada.
Si lo que impera en las naciones es la desconfianza, la corrupción y el sesgo en las decisiones para favorecer sectores económicos o personalidades políticas, éstas se debilitarán y no podrán “aprovechar la crisis”. Pero si de la unidad de esfuerzos, el trabajo coordinado, y el respeto mutuo surge una sociedad capaz trabajar juntos ante retos comunes, las naciones podrán aprovechar la crisis para hacer algunos de los cambios necesarios.
Si por el contrario imperan el divisionismo, la lucha por el poder y el favoritismo político, las naciones seguirán siendo las más pobres, las que menos cambian, y fracasarán una vez más ante los grandes retos.
Por las actitudes mostradas hasta ahora, tienen esperanza de salir bien Costa Rica, Guatemala, y Panamá; con grandes dudas en Honduras y un mal augurio por las actitudes del gobierno en El Salvador y Nicaragua, por razones muy diferentes, pero igualmente preocupantes.