Todas las elecciones son singulares, no hay una igual a la otra, ni tampoco leyes universales que rijan su desarrollo. Sin embargo, es posible distinguir factores generales que marcan la evolución de cada uno de estos procesos y explican sus resultados.
El proceso electoral actual es complejo, tanto desde el punto de vista de la oferta electoral —veinticinco partidos— como desde la perspectiva de una ciudadanía con múltiples demandas y nuevos canales para su expresión, más allá de los medios tradicionales y de las estructuras partidarias.
Adicionalmente, la baja evaluación del gobierno actual ha provocado un malestar que reclama cambio de actores y de rumbo, el rechazo al partido de gobierno atiza los deseos del cambio.
La dispersión partidaria, augura una Asamblea Legislativa tan atomizada como la actual y tiene su origen en la implosión del sistema partidista, agotado por el alejamiento con los hechos del 48, la urbanización, la corrupción, mutaciones culturales y cambios sociodemográficos profundos.
El viejo sistema de partidos se desintegra, fruto de sus fuerzas centrífugas y no surge uno nuevo y sólido. Por otra parte, la duda sobre los partidos como herramienta para la organización de los grandes procesos de decisión de la colectividad no es un fenómeno exclusivamente costarricense, tiene dimensiones universales, en el marco de las democracias representativas.
La llamada crisis de la representación marca la aparición de una nueva ciudadanía. Las sociedades evolucionan del ciudadano elector al ciudadano vigilante y juez que interviene en la vida de su sociedad en los periodos interelectorales, ejerciendo también poderes de veto por medio de la movilización social (chalecos amarillos franceses o protestas en Chile y Colombia ) .
La especificidad costarricense en el deterioro de la representación también está delineada por el relajamiento de los requisitos para la inscripción de los partidos, lo que ha motivado que surjan como abejones de mayo, en muy diversas formas: partidos taxi, partidos efímeros (flash parties) y franquicias electorales. El deterioro de la institucionalidad partidaria tradicional que revelan estos cambios es preocupante para la vida democrática en su conjunto.
Si a lo anterior añadimos el personalismo y la ausencia de visiones generales aglutinadoras de las propuestas partidarias, la enfermedad se torna más grave pues la dispersión lleva al vacío existencial. La vida política no puede ser únicamente la fricción de intereses y pasiones, se necesitan ideas sobre el rumbo de la sociedad y una nueva institucionalidad, adaptada al ritmo de los tiempos, volver al pasado no es una alternativa.
Empero, hay que tener mucho cuidado en el análisis, pues la crisis es del sistema de partidos, pero no del régimen democrático como tal. Caer en la desesperación de la antipolítica es peligroso, veamos el caso europeo donde la desilusión democrática ha engendrado de nuevo ultraderechas radicales y nacionalistas.
Nuevas bases
Las nuevas generaciones se identifican con la política influenciadas por cambios históricos que no tienen que ver con los hechos bélicos del 48 y los caudillismos de un pasado lejano. Las cuestiones de género, desarrollo sostenible, derechos humanos y la pandemia, marcan la definición ciudadana con respecto a políticas públicas y decisiones de voto.
Los del pasado, ya no somos los mismos, la conciencia política de las nuevas generaciones ha sido definida por nuevas coyunturas como el combo del ICE, el tratado de libre comercio, el matrimonio igualitario, la huelga del 2018.
Las dos décadas del siglo XXI presentan un país muy diferente al de la primera y segunda mitad del siglo XX. Somos urbanos (72,5%), más educados, el papel de las mujeres está cambiando aceleradamente, los católicos son menos y han emergido los evangélicos, la economía se diversificó, el país es más diverso y eso se refleja en la política con la irrupción de nuevos valores y actores.
La pirámide sociodemográfica cambia, los jóvenes siguen siendo importantes, pero las personas de edad media son el grueso de los votantes y los adultos mayores hacen un ingreso inédito. Las perspectivas sicosociales de los grupos etáreos son diferentes, según se inserten las personas por primera vez en el mundo del trabajo o estén pensionadas.
Por otra parte, ningún grupo de edad es homogéneo, una cosa es el joven obrero y otra el estudiante universitario, diversas visiones de la vida engendrarán diferentes posiciones políticas, las categorías demográficas tienen divisiones internas que provocan comportamientos políticos diferenciados.
Las diversidades generan un voto complejo y volátil, la gente no adhiere ciegamente ni a ideologías, ni a partidos, para tomar su decisión de voto, sus motivaciones son múltiples.
Al voto racional ideal (reflexivo e informado), se suman el voto castigo (revanchismo) y el voto emotivo en general. Los afectos juegan un papel importante en la toma de decisiones y esto es particularmente importante en la política electoral donde las opciones ofrecidas tienden a ser simplificadas por la publicidad.
La complejidad de la elección se profundiza cuando tomamos en cuenta que a los medios tradicionales (impresos y radios) se han venido a sumar la televisión y las redes sociales. El poder de la imagen sumado a la capacidad de expresión ciudadana sin intermediarios hacen más complejo el panorama del espectáculo político.
La dispersión partidaria, augura una asamblea legislativa tan atomizada como la actual y tiene su origen en la implosión del sistema partidista, agotado por el alejamiento con los hechos del 48, la urbanización, la corrupción, mutaciones culturales y cambios sociodemográficos profundos.
Todos estos fenómenos se reflejan en la volatilidad de un elector que cambia de opciones partidarias de una elección a otra o aún en el curso de la campaña. La postergación de la decisión de voto es otro fenómeno que aparece, motivado por el desencanto con la política o por la avalancha de informaciones que hacen dudar de las primeras intenciones de voto tomadas al inicio de la campaña.
La certidumbre más fuerte en el escenario es la perspectiva de una segunda ronda electoral para abril. El alto número de indecisos a escasos días de las elecciones no debe ser interpretado como apatía, sino como fruto de esa complejidad.
El proceso electoral revela que la democracia costarricense es imperfecta y marcada por disfuncionalidades en su sistema electoral y en su cultura política. Sin embargo, también muestra signos de vitalidad.
Oferta electoral variada, incertidumbre sobre los resultados, alta probabilidad de cambio de gobierno, libertad de expresión amplia y una oposición pluralista variada y vigorosa. Contrasta nuestra política con las dolorosas realidades de países vecinos donde los autócratas se reeligen indefinidamente, encarcelan a sus adversarios y se brincan la división de poderes.
La transparencia del proceso es garantizada por un Tribunal Supremo de Elecciones imparcial y profesional que administrará una elecciones libres y limpias en el marco de una cultura política participativa y de alternabilidad en el ejercicio del poder.