Donald Trump deja tras de sí un país asolado por una pandemia gestionada desastrosamente, acosado por desempleo, pobreza, crisis económica, divisiones raciales, polarización social, disfunciones políticas y descrédito mundial.
El inicio del gobierno de Biden será difícil, pues aunque la nueva administración aporta esperanza con un equipo experimentado e incluyente y un director de orquesta sereno, conocedor de la política interna y del panorama internacional; lo cierto es que Trump seguirá influenciando negativamente: el trumpismo tiene raíces.
El programa de rescate del nuevo presidente cuenta con claras definiciones y con apoyo ciudadano. Según el Pew Research Center, el 64% de los ciudadanos aprueban su conducta posterior a las elecciones.
La política económica del presidente electo contempla un plan de estímulo por $1,9 trillones de dólares que se añaden a las leyes de $900 millardos y $2 trillones aprobadas en diciembre y marzo, respectivamente.
El nuevo plan contempla enviar cheques por $1.400 para las familias en dificultades, un seguro de desempleo de $400 semanales, dinero para la reapertura segura de las escuelas, ayuda para pago de alquileres, aumento del salario mínimo de $7,5 la hora a $15, así como fondos para las comunidades locales y estatales.
Uno de los componentes más importantes es el relacionado con la salud pública, $160 millardos para el programa nacional de vacunaciones y dinero adicional para las pruebas del Covid-19, así como equipo de protección y formación para el personal sanitario. El exsenador ha prometido administrar 100 millones de vacunas en los 100 primeros días, el pago de salario para personas enfermas y créditos tributarios para familias con niños.
El plan para el Rescate Americano ha motivado que el columnista de The New York Times, Nicholas Kristof, lo califique como similar al New Deal de Roosevelt. Por su parte, Paul Krugman, premio Nobel de Economía, ha señalado que ante la crisis: el gasto público puede ser enormemente beneficioso, que la deuda es un problema mucho menor, y no ve la inflación como problema en el actual contexto, pues una economía “caliente” con desempleo bajo y déficits puede soportarse.
Es evidente que todo este planeamiento para la reconstrucción supone un proceso político, en el cual el Congreso jugará un papel muy importante. A pesar de las tenues mayorías demócratas en ambas cámaras, lo cierto es que el trámite de los nombramientos que deben ser confirmados por el senado y el proceso ordinario legislativo no serán fáciles. La correlación de fuerzas legislativas hará que todos los comités del senado, a pesar de ser presididos por demócratas, tengan integración bipartidista paritaria.
Luego de la hecatombe trumpista el partido republicano deberá buscar su alma, para enfrentar sus fracturas, ejemplificadas por las declaraciones del líder de la minoría en el senado, rechazando la provocación de Trump a las turbas.
La cuestión racial y la desigualdad ocuparán también el interés, particularmente lo referente a la reforma del sistema penal, centrado en la encarcelación masiva de las personas de color.
La migración latina, incrementada estos días por las caravanas de centroamericanos, pondrá el tema sobre la agenda. El nuevo gobernante promoverá una ley que abrirá un camino de ocho años para la adquisición de la ciudadanía.
El presidente Biden deberá poner la casa en orden como punto central de su agenda, pero es poco probable que abandone la escena internacional, dadas las graves responsabilidades mundiales de su nación. Esta decisión se refleja en las palabras del mandatario: “…los Estados Unidos han vuelto y están listos para liderar el mundo, no para retirarse de él, estamos listos para enfrentar a nuestros adversarios, no nos vamos a alejar, ni a rechazar a nuestros aliados, estamos listos para defender nuestros valores”, definiendo una política exterior basada en principios, no en improvisación y aislacionismo.
El nuevo rumbo pasa por la reforma e innovación frente a un contexto internacional que se ha modificado sustancialmente en los últimos cuatro años.
La rivalidad entre grandes potencias continuará indefinidamente, sin descartar la coexistencia y la cooperación, lo que obligará a negociar el control de armamentos con Rusia y a enfrentar el ascenso chino en lo económico, tecnológico y estratégico.
La gestión de las pandemias, el cambio climático, la proliferación misilística y la regulación de las grandes empresas tecnológicas serán temas globales que ocuparán la acción de Biden.
La cuestión iraní obliga a enfrentar este tema con urgencia, la colaboración con los europeos será crucial para impedir que Teherán acceda al arma nuclear. Igual premura plantea Corea del Norte, donde el espectáculo del encuentro Trump-Kim no ha frenado el armamentismo de Pyongyang.
La reformulación de las relaciones con China, más allá de lo comercial, ocupará la acción del nuevo presidente, quien no se centrará en retórica estridente, sino en acciones sustantivas que respondan al raro consenso bipartidario respecto a China. Las tensiones no se aliviarán, pero serán enfrentadas racionalmente.
Finalmente, las relaciones con Europa recibirán especial atención, a partir de la orientación multilateralista del trío Biden-Blinken-Sullivan.
En lo que respecta a America Latina, luego de cuatro años de ignorarla, Washington tendrá que seguir lidiando con el abceso venezolano y la autocracia orteguista. A pesar del ruido no hubo progreso en estos asuntos. Probablemente, en cuanto a Cuba, se vuelva a la posición de Obama. La presencia china en la región seguirá inquietando a las orillas del Potomac, aunque sin recurrir al rudo intervencionismo de Pompeo.
Las migraciones centroamericanas seguirán ocupando a las autoridades del Norte, la preocupación restrictiva continuará, pero Biden ha propuesto un plan de $4.000 millones para proyectos de desarrollo regional que incentiven la permanencia de las personas en la región.
La hegemonía global de los Estados Unidos de América ha ido erosionándose, seguirán siendo un país poderoso, pero su política exterior requiere de correcciones ancladas en la superación de problemas internos y la reconstrucción de sus alianzas internacionales.
Algunos de los acuerdos multilaterales impugnados por Trump podrán ser retomados (París), pero otros (Organización Mundial del Comercio) requerirán reformas y nuevos componentes.
Tanto en política exterior como en política interna es preciso recordar que las fuerzas que engendraron a Trump siguen vivas, a pesar de la derrota del magnate.
Biden ha reclutado un equipó diverso socialmente, experimentado en la función pública y con excelentes credenciales académicas, los instrumentos y objetivos son los adecuados, las acciones dirán si el piloto rescatará la nave de las serias turbulencias.