La selección nacional de fútbol de Egipto viajó a Rusia para su primera Copa del Mundo en 28 años montada en una ola de altas expectativas y un enorme entusiasmo de los aficionados.
Regresó a casa habiendo perdido todos los partidos, lo cual no es una desilusión menor para un país que se toma tanto el fútbol como el orgullo nacional muy en serio.
Ahora ha estallado un juego de culpas del que nadie parece salvarse.
Esto puede resultar entendible, pero no es constructivo. En efecto, amenaza con oscurecer lecciones importantes que pueden ayudar no sólo a Egipto, sino también a otras economías emergentes, a desarrollar su enorme potencial —y no sólo en el fútbol.
La primera lección es la de manejar las expectativas. El período previo a la Copa del Mundo estuvo dominado por un elogio bien merecido del jugador estrella del equipo, Mohamed Salah, que fue dos veces jugador del año del fútbol inglés en 2017 y 2018 y se ha convertido en un ídolo para millones de egipcios.
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Si a eso le sumamos el hecho de que Egipto no había clasificado para una Copa del Mundo desde 1990, las expectativas terminaron excediendo por lejos lo que el equipo realísticamente podía lograr en el torneo.
Esto era aún más así si consideramos que Salah sufrió recientemente una dislocación del hombro, lo que lo obligó a salir de la cancha en la final de la Liga de Campeones del Liverpool contra el Real Madrid y lo mantuvo en el banco en el primer partido decisivo de Egipto en Rusia, contra Uruguay.
Sin embargo, los egipcios no perdieron la esperanza —por cierto, una esperanza excesiva— y terminaron mucho más desilusionados de lo que realmente deberían haber estado. Esta desilusión puede hacer que las expectativas se desbanden en la dirección opuesta.
Terminar la tarea
La segunda lección es la de sacar ventaja de las fortalezas para respaldar la diversificación. La esperanza persistente de los egipcios en su equipo de fútbol después de la lesión de Salah no se basaba en la certeza de que existía alguna otra arma secreta esperando para sorprender a la multitud.
Por el contrario, el plan de juego de Egipto siguió dependiendo sustancialmente de Salah, cuyo talento era bien conocido, pero que no podía jugar en su pleno potencial.
Las tácticas del equipo también evolucionaron de manera muy lenta, inclusive después que los rivales marcaron a Saleh con dos o tres jugadores. En lugar de diversificar desde una posición de fortaleza, los entrenadores quedaron atrapados en una “inercia activa” -intentando hacer algo más, pero siempre atascados en su estrategia establecida, inclusive a pesar de que iba en contra de retos fundamentales.
La tercera lección es la de terminar la tarea. En el último partido de Egipto en la Copa del Mundo —una derrota aplastante de 2-1 frente a Arabia Saudita que colocó al equipo en el último puesto de su grupo—, los dos goles del adversario fueron marcados en el tiempo extra adicionado al final de cada tiempo.
A medida que el reloj seguía corriendo, la concentración del equipo parecía desvanecerse. Alemania cometió un error similar, entregándole dos goles a Corea del Sur en el alargue.
Eso no funciona en el fútbol, ni en los negocios, ni en la formulación de políticas, ni en ninguna otra esfera. La clave para un éxito sostenido es nunca bajar los brazos hasta que no sonó el silbato final.
Más allá del fútbol
La última lección de la experiencia de Egipto en el Mundial es que la participación internacional puede desempeñar un papel vital a la hora de mejorar el capital y los recursos domésticos.
Los jugadores que, como Salah, tienen oportunidades de jugar en el exterior en ligas muy competitivas pueden profundizar y expandir sus habilidades, y al mismo tiempo desarrollar una comprensión estratégica más amplia del juego. Esto los coloca en una mejor posición para mejorar el desempeño de la selección nacional en competencias regionales y globales.
El mayor movimiento de jugadores entre fronteras ya ha contribuido a una convergencia entre los niveles de habilidades de los países, lo que se ve reflejado en la caída del predominio de usinas tradicionales como Argentina, Brasil, Alemania, Italia y España. De hecho, Italia no clasificó para esta Copa del Mundo, Alemania perdió en la fase de grupos y Argentina ya está en casa.
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Hacen falta mayores esfuerzos para aprovechar las oportunidades internacionales de desarrollo del capital humano, para repatriar el conocimiento y la experiencia resultantes y para transmitir lo aprendido a más gente en el país. Esto es tan válido para el fútbol como para muchas otras actividades, desde los procesos comerciales hasta la tecnología.
La clasificación de Egipto a la Copa del Mundo demostró que el país es capaz de competir en el más alto nivel internacional.
En lugar de tratar su derrota como un fracaso, los egipcios deberían verla como una experiencia de aprendizaje que puede ayudar a guiar al país en su intento de desarrollar plenamente su enorme potencial en múltiples frentes.
En efecto, las lecciones aprendidas a partir de esta desilusión se pueden aplicar mucho más allá del fútbol —y mucho más allá de Egipto.
Mohamed A. El-Erian, asesor económico jefe en Allianz, fue presidente del Consejo de Desarrollo Global del presidente norteamericano Barack Obama y es el autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse.
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