Los bancos han actuado como ciudadanos responsables readecuando más de dos millones de operaciones crediticias a personas y empresas golpeadas por la crisis del COVID-19.
Los reguladores han facilitado estos cambios al permitir la renegociación de condiciones pactadas en créditos hasta dos veces en 24 meses sin afectar la calificación de los deudores y los períodos de gracia de intereses y principal.
Las readecuaciones son útiles mientras perdura la incertidumbre, pero eventualmente, se necesitarán soluciones de largo plazo a temas de liquidez, resiliencia operacional y riesgo. La anticipación de los líderes en banca a estos temas les generará confianza a los actores del mercado y les permitirá a sus organizaciones recuperarse de la crisis y prosperar en la nueva normalidad.
El punto de partida
La última vez que la economía de Costa Rica se contrajo fue durante la crisis financiera de 2009, cuando el PIB real decreció 1,0%. El año siguiente, el crecimiento económico rebotó a un 5,0%, el más alto desde entonces.
En la recesión de 2009, mientras actividades económicas relevantes como manufactura y comercio cayeron, actividades inmobiliarias, profesionales y de enseñanza mantuvieron su crecimiento. En el sistema financiero, de enero 2008 a enero 2010, la morosidad incrementó un punto porcentual (1,2 a 2,2%) y la rentabilidad sobre el patrimonio cayó cuatro puntos porcentuales (12,7 a 8,7%).
La crisis del COVID-19 es una crisis de la economía real, con impactos de oferta y demanda, y será más profunda y prolongada que la recesión de 2009. El Banco Central estima que el PIB real se contraerá 3.6% y anticipa un rebote poco entusiasta de 2,3% para 2021.
Además, el impacto será generalizado en prácticamente todas las industrias, con mayor énfasis en alojamiento, manufactura y comercio, las últimos dos con peso importante en las carteras bancarias. El sistema financiero se enfrenta a esta crisis con mayor morosidad y menor rentabilidad con la que emprendió la anterior.
La morosidad en enero de este año fue de 2,5% y aunque su evolución estará influenciada por las reestructuraciones de las operaciones de crédito, se espera un incremento significativo. En ese mes, el retorno sobre el patrimonio del sistema financiero fue de 7,1%.
Acciones a considerar
El primer paso es determinar el tamaño e impacto de cualquier faltante potencial de liquidez ocasionado por la crisis económica y las readecuaciones de préstamos.
Si se determina que se necesita levantar capital, los bancos pueden tocar las puertas de instituciones multilaterales, vender activos como cartera e inmuebles e incrementar los depósitos ofreciendo mejores tasas y servicio al cliente.
Además, se seguirán de cerca las decisiones del Banco Central sobre prestar a los intermediarios financieros e iniciar la implementación del crédito de última instancia.
En términos de resiliencia operacional, COVID-19 es una oportunidad para evaluar la prestación de servicios únicamente por canales digitales y valorar la reducción del número de sucursales. Se puede mantener el teletrabajo como medida para generar ahorros en alquiler de oficinas y reducir los activos improductivos.
La seguridad informática es prioritaria, como lo evidenció el ataque al Banco de Costa Rica, y puede convertirse en una ventaja competitiva.
La incertidumbre actual incrementa los riesgos en múltiples frentes. El riesgo de crédito es más alto, por lo que los bancos necesitan priorizar las operaciones de mayor monto y probabilidad de impago, para luego desarrollar planes de acción específicos por cliente.
Deterioros adicionales en calificaciones de riesgos son posibles, como lo hizo Fitch con algunos bancos a mediados de mayo, lo que incrementaría el costo de fondeo y las necesidades de colateral. Ante esto, se deberá priorizar la captura de depósitos y la coordinación con el gobierno para evitar, en la medida de lo posible, que esto implique mayores tasas de interés para los clientes.
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La nueva cara de la banca
COVID-19 cambiará la industria bancaria de múltiples maneras. Habrá una expectativa de que los bancos tengan un rol social más allá del retorno a los accionistas, que puede traducirse en lealtad de clientes. La colaboración entre bancos y gobiernos deberá ser mayor conforme la economía reabre. Pueden esperarse nuevas formas de supervisión financiera en relación a planes de continuidad de negocio, planeación ante pandemias y seguridad informática.
Las personas y empresas serán más cautelosas al tomar préstamos, reduciendo deuda de tarjeta de crédito, postergando compras de casas y carros, y disminuyendo el apalancamiento. Además, la quiebra de miles de PYMES (80% en riesgo de desaparecer según el Ministerio de Economía) ocasionará dudas sobre abrir nuevos negocios.
En respuesta, los bancos ajustarán su apetito por riesgo y podrán incorporar nuevos requerimientos para limitar las pérdidas crediticias en el mediano plazo. Esto impactará negativamente el crecimiento del crédito y la generación de ingresos por intereses.
La reducción de costos será esencial para incrementar o mantener las ratios de eficiencia. Se revisará la mezcla óptima de canales (en persona, autoservicio y omnicanal) para ajustar el tamaño de la fuerza laboral, sin sacrificar la experiencia del consumidor. Las inversiones en digitalización continuarán, lo que incrementará la presión para encontrar ahorros de corto plazo.
Nuevo amanecer
Es un momento retador para los bancos, que balancean las necesidades inmediatas de sus funcionarios con complicaciones de corto y mediano plazo de liquidez, operaciones y riesgo.
Sin embargo, los bancos tienen la oportunidad de continuar apoyando la actividad económica y de facilitar un retorno hacia la estabilidad.
Si los bancos responden bien a estos retos sin precedentes no solo ayudarán a la sociedad, sino que también incrementarán la confianza y la reputación de la industria bancaria en el largo plazo.
* El autor de este artículo es Socio Asesoría Financiera, Deloitte Costa Rica.