La interminable saga de la deuda pública de Grecia llegó a representar el manejo inepto por parte de la Unión Europea de su crisis inevitable en la eurozona.
Ocho años después de su quiebra, la insolvencia persistente del Estado griego sigue siendo un bochorno para la burocracia de Europa.
Ésa parece ser la razón por la cual, después de haber declarado el fin de la crisis del euro en el resto de Europa, las autoridades parecen decididas a declarar también la victoria final en el frente griego.
El gran momento, se dijo, se producirá en agosto, cuando se decrete que Grecia volvió a ser un país europeo “normal”.
Recientemente, en los preparativos del retorno del gobierno a los mercados monetarios —de los cuales ha quedado excluido desde el 2010—, la autoridad de la deuda pública de Grecia ha testeado las aguas con una emisión de bonos de largo plazo.
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Desafortunadamente, todo el optimismo sobre el inminente “alivio de la deuda” y una “salida limpia” del tercer “rescate” de Grecia esconde una verdad más desagradable: la esclavitud de la deuda del país se está extendiendo hasta el 2060.
Y, al anquilosar la insolvencia de Grecia, pretendiendo al mismo tiempo haberla superado, el establishment de Europa está demostrando su rechazo obstinado a atender las fallas subyacentes de la eurozona. Es un mal augurio para todos los europeos.
Para que un país de la UE sea considerado “normal”, debería ser objeto del escrutinio que enfrentan los países que nunca fueron rescatados. Esto se refiere a los controles estándar de cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE que se realizan cada dos años, como los que lleva adelante la Comisión Europea bajo el llamado procedimiento del Semestre Europeo.
Sin embargo, para países como Irlanda y Portugal, luego de sus rescates se diseñó un procedimiento más duro de “vigilancia post-programa”: controles trimestrales realizados no sólo por la Comisión Europea sino también por el Banco Central Europeo.
Camino turbulento
No es muy difícil entender por qué el camino de Grecia será mucho más turbulento que el de Irlanda o Portugal.
El BCE ya había comenzado a comprar deuda irlandesa y portuguesa en los mercados secundarios mucho antes del rescate de esos países, como parte de su programa de “alivio cuantitativo”. Esto permitió que los gobiernos irlandés y portugués emitieran grandes cantidades de deuda nueva a bajas tasas de interés.
Grecia nunca fue incluida en el programa de alivio cuantitativo del BCE, por dos motivos: su carga de deuda era demasiado grande como para ser pagada en el largo plazo, inclusive con la ayuda de las bajas tasas de interés patrocinadas por el BCE, y el BCE estaba bajo presión, principalmente de Alemania, para desinflar el programa.
Es más, el procedimiento de vigilancia post-programa no da a la troika de acreedores oficiales —la Comisión Europea, el BCE y el Fondo Monetario Internacional— el apalancamiento sobre Grecia que desean.
Al celebrar la “salida limpia” de Grecia, manteniendo al mismo tiempo su puño de hierro sobre el gobierno griego y negando la reestructuración de la deuda, el establishment de Europa una vez más está desplegando su capacidad para inventar neologismos.
Hasta que no se pague el 75% de la deuda pública de Grecia —en 2060, como muy temprano—, el país, nos dijeron, será objeto de una “vigilancia mejorada” (un término con reminiscencias desafortunadas del “interrogatorio mejorado”).
En la práctica, esto significa 42 años de revisiones trimestrales, durante las cuales la Comisión Europea y el BCE “en colaboración con el FMI” pueden imponerle nuevas “medidas” a Grecia (como austeridad, liquidaciones de propiedad pública y restricciones a la mano de obra organizada).
En resumen, las próximas dos generaciones de griegos crecerán con la troika y su “proceso” (quizá bajo un nombre diferente) como una forma permanente de vida. La celebración del retorno de Grecia a la normalidad comenzó hace unas semanas con la emisión suscrita en exceso por parte del gobierno de 3.000 millones de euros ($3.700 millones) de su primer bono a siete años en años.
Lo que los juerguistas no percibieron, sin embargo, fue que, para pedir prestados esos 3.000 millones de euros en nombre de sus acreedores, el estado griego sumó 816 millones de euros en concepto de pagos de intereses a sus pagos de deuda para el 2025.
El costo de Alemania para refinanciar la misma suma, el mismo día, fue de apenas 63 millones de euros. ¿El ingreso de Grecia aumentará un monto similar entre hoy y el 2025 para que esto sea sustentable? La respuesta oficial es que el alivio de la deuda llegará pronto, abriendo el camino para el retorno tranquilo de Grecia a los mercados monetarios.
Pero las autoridades europeas han descartado reestructurar deuda que no se puede pagar.
40 años de esclavitud
Lo que el alivio de la deuda significa es que el pago pasará del 2022-2035 al 2035-2060, con los intereses sumados. En otras palabras, Grecia obtendrá pagos de mediano plazo más aliviados a cambio de 40 años de esclavitud de deuda.
En el 2015, yo peleaba por una reestructuración sustancial de la deuda vinculando el volumen de deuda y la tasa de pago al tamaño del PIB nominal de Grecia y su tasa de crecimiento, respectivamente. Ahora, parece que la idea de una indexación nominal del PIB será reflotada, pero sólo para determinar hasta qué punto se empuja el mediano plazo para adelante.
Es más, los pagos de mediano plazo más aliviados estarán supeditados no sólo al crecimiento, sino también a las nuevas “condicionalidades” (léase: medidas de austeridad) impuestas por la (rebautizada) troika.
Según la propaganda de las autoridades, los acreedores de Grecia están asociando los pagos de deuda al crecimiento. En realidad, la perspectiva de recuperación recibirá otro golpe, porque los inversores de largo plazo se verán disuadidos por la combinación de insolvencia prolongada y austeridad dilatada.
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¿Qué explica esta decisión implacable de permitir que la herida griega siga supurando debajo de una curita deshilachada? La respuesta está en Francia y Alemania donde, una década después de que la crisis financiera del 2008 expusiera los defectos de diseño de la eurozona, todavía no existe un consenso sobre cómo manejar las insolvencias de gran escala que son inevitables en una unión monetaria que carece de algún mecanismo para atemperar los flujos financieros y los desequilibrios comerciales.
Grecia sigue siendo la prueba decisiva de la capacidad del establishment europeo para racionalizar la eurozona, y su pueblo ha sido sacrificado en el altar de un atolladero cuyas repercusiones desde hace mucho tiempo vienen salpicando el escenario político fragmentado de Europa central.
Algo tiene que ceder. ¿Será la decisión del establishment de aferrarse a lo mismo de siempre? ¿O será la integridad de Europa?
Yanis Varoufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia, es profesor de Economía en la Universidad de Atenas.© Project Syndicate 1995–2018