El resultado electoral en los Estados Unidos de América provoca algunas reflexiones preminares sobre sus causas y las estrategias de campaña de los partidos.
El contraste entre las personalidades de los contendientes fue uno de los factores importantes.
El presidente y candidato republicano Donald Trump intentó demostrar que su oponente demócrata era un hombre mayor, cansado, “Joe el soñoliento”, rehén de la izquierda, socialista disfrazado. La burla no logró su objetivo, sino un efecto búmerang que fortaleció al exvicepresidente Biden como estadista conciliador y sereno, tranquilizando a un país fatigado de excentricidades.
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Los demócratas dibujaron un presidente impulsivo, carente de empatía, propenso a la descalificación e incapaz de trabajar en equipo. El irrespeto a la institucionalidad democrática fue otra de sus acusaciones.
La negación de la pandemia y el desorden en las políticas para enfrentarla, suministraron el telón de fondo para juzgarlo políticamente en una atmósfera de pesimismo.
El resultado final constituyó un referendo sobre Trump que llevó a su despido político.
Otra dimensión fue el éxito de Biden al forjar una nueva coalición, incluyendo las temáticas de género, étnicas, ambientales, junto con lo cultural y la diversidad geográfica.
La escogencia de la senadora Kamala Harris simbolizó estas posiciónes, al llevar al primer plano a una mujer negra, asiática, hija de inmigrantes.
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Sin embargo, no todo fue positivo para los demócratas. Perdieron escaños de representantes, los republicanos han mantenido el control del senado y logrado 71 millones de votos.
La llegada a la Casa Blanca de Biden no significará el fin de la polarización, pero probablemente su atenuación. Las divisiones no desaparecerán fácilmente, las causas son estructurales: demográficas y culturales; otras se originan en un sistema electoral que favorece a las minorías electorales.