La caída del Muro de Berlín hace ya casi 30 años representó la cota alta de la retirada del estado en la economía global, marcando la derrota de la economía socialista prácticamente en todo el mundo. Desde la Francia dirigiste a la China comunista, países con modelos muy divergentes comenzaron a adoptar un enfoque de políticas más de tipo laissez-faire, sobre la idea de que mientras menos intervención estatal, mejor.
En esta retirada global de la economía estatista y socialista, algunas empresas de propiedad del estado (EPE) se privatizaron de inmediato. Pero la gran mayoría de “joyas de la corona” siguieron en parte en manos de los gobiernos, con un socio estratégico privado o inversionistas privados que adquirían acciones a través de los mercados de capital. Cualquiera fuera su forma, la privatización no solo expresó una dirección filosófica; también tuvo consecuencias económicas de gran alcance, no en menor medida en las bolsas de valores, que se revitalizaron con listados de cotizaciones de EPE en países tan diversos entre sí como Italia y Egipto.
Sin embargo, con el cambio de siglo esta retirada del estado en la economía se detuvo. El éxito de economías como China, que está impulsando su desarrollo económico a través de sus EPE, y Emiratos Árabes Unidos, que diversifica su economía mediante sus fondos soberanos de inversión (SWF), ha planteado importantes cuestionamientos sobre la eficacia de un crecimiento impulsado por el sector privado.
Varios gobiernos han buscado replicar el experimento de China con sus EPE y la experiencia de Singapur con su fondo soberano, Temasek. Por ejemplo, en Oriente Medio ha ocurrido una silenciosa revolución impulsada en los últimos años por el estado, de la que es testimonio el surgimiento de Dubái como el mayor centro internacional para viajes aéreos mundiales, superando a Heathrow de Londres.
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Mientras la potencial flotación de las acciones de Saudi Aramco, la compañía petrolera estatal de Arabia Saudita, parece indicar que la privatización no se ha desechado por completo, existe una tendencia más amplia y potencialmente más importante. Más que privatizar, los gobiernos en todo el mundo buscan maneras de abordar las debilidades perennes de sus EPE, como su rezagada gobernanza corporativa, su baja productividad y sus deficiencias en innovación.
Para tal fin, la estructura de los fondos soberanos está pasando de un modelo tradicional de propiedad estatal pasiva a uno que reconoce que la supervivencia de las EPE depende de su capacidad de competir en la arena internacional. La posición monopólica u oligopólica de una EPE en su país de origen ya no asegura su competitividad, en especial en el contexto de las nuevas tecnologías disruptivas que cruzan fronteras. En el largo plazo, la ayuda estatal no protegerá a una empresa de telecomunicaciones de propiedad pública frente a compañías como Skype, WhatsApp y Viber.
En respuesta a este desafío, los gobiernos se están centrando en la modernización más que en la privatización. Muchas EPE y SWF han creado en los últimos tiempos ramas de capital de riesgo para apuntar a compañías de alta tecnología que produzcan innovaciones que puedan reforzar su negocio base. Por ejemplo, Saudi Telecom ha lanzado STC Ventures para invertir el efectivo de la compañía, así como para buscar oportunidades en tecnologías de vanguardia. De manera similar, la Corporación de Inversiones de Dubái, uno de los SWF del emirato, ha invertido $47 millones en Indigo, una empresa emergente de tecnología agrícola con sede en Boston.
Cambio fundamental
De todos modos, las EPE y los SWF tienen una experiencia limitada en el sector tecnológico, y su cultura corporativa es más bien rígida comparadas con las compañías a las que apuntan. Para supervisar la gobernanza de firmas de alta tecnología se necesita un conjunto de habilidades muy diferentes que las que se precisan para administrar empresas conjuntas con socios extranjeros, un arte que las EPE y las SWF han perfeccionado últimamente. Por ello, y para asegurar que cuentan con la experticia necesaria, el Fondo de Inversión Pública Saudí ha creado una asociación con Softbank de Japón, y la Compañía de Inversiones Mubadala de Abu Dhabi ha llegado a un acuerdo con los vehículos de inversión con respaldo estatal francés CDC International Capital y Bpifrance.
Pero incluso con los conocimientos y la experticia, la gobernanza de compañías de alta tecnología como Facebook y Snapchat puede plantear desafíos adicionales, porque tanto sus fundadores como sus inversionistas soberanos tienden a preferir un alto nivel de control operacional. Más allá del tema del control, la adquisición de compañías tecnológicas exige a las EPE y los SWF que adopten una mirada diferente a la gestión del riesgo, debido a la naturaleza inestable de las cotizaciones en este sector.
En este respecto, los inversionistas soberanos de mercados emergentes tienen mucho que aprender de China, cuyas EPE han estado adquiriendo activamente firmas tecnológicas en todo el mundo. Tras unos cuantos episodios problemáticos en los últimos años, el ministerio de finanzas chino ha publicado pautas para mitigar los riesgos que deben enfrentar las EPE en sus adquisiciones externas.
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Incluso si muchos fondos soberanos de países emergentes preferirían permanecer como inversionistas silenciosos y sin votar, con acciones pasivas en compañías extranjeras, la actual carrera por adquirir firmas en el sector de las tecnológicas les exige una mejor comprensión de sus derechos como accionistas. También que doten a sus equipos con más experiencia en inversiones y se coordinen estrechamente con otros inversionistas locales para que sus adquisiciones tengan un efecto multiplicador en sus respectivas economías nacionales.
Tras los efectos de la saga de Abraai Capital, la actividad de los capitales privados ha declinado en Oriente Medio y, de hecho en todos lados, por lo que es probable que las EPE y SWF de la región sigan creando sus propios vehículos de capital privado. Mediante inversiones soberanas en firmas de alta tecnología, las autoridades pueden generar efectos multiplicadores positivos, también en los mercados de capital previamente desarrollados a través de las privatizaciones.
Por ejemplo, las EPE pueden poner en listados los fondos de capitales privados que vayan creando, al tiempo que cultivan firmas tecnológicas locales en las que inviertan para posibles listados de cotizaciones de su propiedad. Esto beneficiaría a los mercados de capitales locales tanto como (o quizás incluso más) los listados de las EPE mismas, dado que hoy las bolsas incluyen segmentos de listados específicos para tentar a firmas innovadoras.
En cualquier caso, centrarse solamente en la privatización de EPE grandes es dar una falsa impresión de la dirección del capitalismo de estado en los mercados emergentes. El capitalismo de estado 2.0 no se basa en el debilitamiento de la propiedad estatal, sino más bien en su realineación con el futuro de la economía mundial. Se trata de un cambio fundamental para la supervivencia de la propiedad estatal y exige que los inversionistas soberanos reconsideren su paradigma de gobernanza tradicional. Para que las EPE no desaparezcan como los dinosaurios, tendrán que aprender no solo a bailar el vals con socios extranjeros, sino a hacer el breakdance, caer, levantarse e intentar nuevos movimientos.
Alissa Amico es Directora Ejecutiva de GOVERN, el Centro para la Gobernanza Económica y Corporativa.
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